Esta semana he acudido horrorizada a las noticias de feminicidios en la India y a la total indiferencia estatal, porque los crímenes atroces han ocurrido contra mujeres de la casta de “intocables”, la más baja en ese país. Pienso que a todas las mujeres en el planeta nos correspondería estar haciendo plantones y acciones noviolentas frente a las embajdas de la India. Es increíble, no solo la pervivencia del sistema de castas, sino que sirva para cubrir con total impunidad crímenes llenos de sevicia: adolescentes y jóvenes violadas, obligadas a tomar ácido, quemadas con gasolina y colgadas de los árboles por grupos de hombres que llenos de odio y sentimientos de superioridad, disponen de los cuerpos y vidas de estas mujeres y de paso, reafirman su poder.
En fin, estoy lejos de casa y de mis amigas, en un municipio del norte de Colombia lleno de bellezas naturales: montañas de todos los colores, piedras gigantescas, playas sin mar. Ya había estado aquí en otra ocasión. Además de la belleza natural, la amabilidad de la gente y la armonía en las relaciones me dejó cautivada.
En esta segunda visita hay algo diferente: noto más fiereza en los hombres, más rudeza en los modales. Las mujeres también lo perciben: las funcionarias de la Comisaría y del sector Salud me dicen que últimamente hay más casos de violencias y más expresiones de violencias. Varias mujeres han tenido que huir en el último mes por miedo a que las parejas las maten. No han denunciado pero el pueblo lo sabe. Los hombres están haciendo cosas terribles contra los hijos, para provocar que las mujeres se devuelvan. Intentamos idear estrategias para contrarrestar estas violencias.
Sin embargo, en la mañana del domingo, presencio y participo de una situación que me hace lanzar una hipótesis acerca de lo que pasa: estamos en la campaña electoral más fiera y machista de la historia reciente y la polarización se respira en el aire.
Desayunando en el hotel, me acompañan un vendedor itinerante y un policía joven. Poco a poco, me involucran en una agria discusión en contra de Santos. Discuten fuertemente, a pesar de que ambos lo odian y van a votar por Zuluaga. Yo les seguí el juego un rato y empecé a hacerles preguntas, tipo debate, para escuchar sus argumentos.
Solo di mi opinión cuando el vendedor dijo:
—Yo no soy machista, pero este país no es pa´ mujeres.
Entonces le pregunté:
—¿Le gustaría que los hombres vivieran solos?
El me explicó que nos necesitaban, pero haciendo otras cosas y no gobernando, porque pa` eso hay que ser muy varón, como es Uribe. Y por eso es que más odia a Santos: porque es hipócrita y falso como las mujeres.
El policía empezó a "defender" a las mujeres diciendo que Marta Lucía y hasta Clara tenían más güevas que Santos. Y luego empezó a hacer afirmaciones “aclaratorias”: que este país en manos de Santos iba derecho a las manos de la izquierda y esto es horrible, como en Venezuela. Le pregunto qué está pasando en Venezuela y me dice:
—Que el país está dividido en dos.
— ¿Y aquí no estamos divididos?
No me responde. Vuelve a su argumento: que toca espiar el proceso de paz, porque Santos estaba ocultando lo que le va a dar a las Farc: el Guaviare, el Catatumbo, los Llanos, medio país para su negocio narcoterrorista.
Muchas más creencias de todo tipo afloraron en ese desayuno raro. Al final los dos me preguntaron:
—¿Es que usted es santista? —yo contesté que no.
—Ah, —dijeron con alivio.
—¿Es uribista?
— Tampoco.
—¿Entonces?
—No me he decidido —les dije.
Y otra sarta de argumentos, que me trataban de convencer diciéndome que era mucho mejor elegir un guerrero, que pudiera enfrentar a las guerrillas y no permitir la impunidad.
Les pregunté:
—¿Pero, y la corrupción?
—Esa no se la inventó Uribe —me respondieron. —Esa se la inventaron los liberales hijueputas como Santos, que hasta infiltraron el gobierno de Uribe para desprestigiarlo.
Estoy muy confundida e intimidada. Las creencias son eso: una fe que no permite dar paso a otras posibilidades. El país está así: aferrado a sus creencias políticas de derecha, marcadas con hierro en nuestro inconsciente colectivo. Como dice mi sobrino: “Los guerreristas despiertan simpatía en esa región oscura que tenemos todos y todas, llena de resentimiento, humillación y ganas de venganza”. Por eso despiertan fervor, incluso en personas que no tienen ni poder, ni dinero, ni carro, ni finca para visitar, como el vendedor viajero, por ejemplo.
Hasta el propio William Ospina, haciendo la lectura del momento político avala el argumento machista de que entre guerreros se negocia mejor la paz. Me recuerda el trasnochado argumento de la izquierda vanguardista de que mejor si se agudizan las contradicciones.
Creo que el momento político de odio y polarización remueve creencias y prácticas de lo más atávicas, como el machismo y la fuerza para resolver las diferencias.
Después de una mañana dominguera llena de escepticismo y desconfianza hacia la capacidad que tendremos para remover tanta telaraña de nuestra cultura y nuestras prácticas políticas, las palabras valientes y esperanzadoras de las amigas desde la distancia, la música bella y el humor mejoran mi ánimo y me refugio en la escritura y el tejido, dos actividades tan distantes de la testosterona de la Guerra, que me recuerdan que sean cuales sean los resultados electorales y las luchas que tengamos que librar contra las guerras y las violencias, siempre El amor es más fuerte, como afirmamos Tango Feroz y yo.
@normaluber