En la última década nuestra cultura ciclística ha permeado cada rincón de la geografía. Por ejemplo, hoy practican ciclismo centenares de personas de manera recreativa o competitiva, la venta de productos asociados al deporte del pedal ha aumentado exponencialmente, y la era tecnológica ha permitido que estemos al tanto de estrategias, ciclos y métodos de entrenamiento, nutrición, etcétera. Sin embargo, estos de lejos son elementos insuficientes para entender la magnitud que exige este deporte en su máxima categoría: el World Tour.
Desde el sillón de la casa, o desde el asiento de cualquier lugar público donde se congregan decenas de seguidores de los escarabajos colombianos, es fácil apuntalar a calificar el éxito de nuestros pedalistas en el mejor de los casos, o a destruirlos a partir de calificativos cargados de un alto contenido emocional.
Si Nairo o Rigo ganan una fracción o están en el pódium de una gran vuelta los adoramos y avasallamos en ponderaciones. De manera inmediata les damos una apreciación casi teológica por sus capacidades y les decimos "gracias" como si ellos fueran los encargados de alimentar nuestra euforia y orgullo, como si ellos trabajaran exclusivamente para generar satisfacciones personales en cada uno de los que a miles de kilómetros y detrás de la pantalla lo único que les interesa es remediar su sed de triunfo, y desde la ignorancia o inocencia ciclística, aportando ideas sueltas inconclusas o meramente banales, como no distinguir un sprinter de un climber, o no saber que una prueba se gana por tiempo, se dedican a juzgar.
Es que es fácil juzgar. Además, nos hemos convertido en tan malos seguidores que ya no nos sirve un segundo lugar, no valoramos un pódium, no nos satisface la montaña, queremos ganar todo con todos. Eso está lejos, no son más que unos deportistas profesionales en su trabajo —por el cual les pagan—, que no pedalean por satisfacer el orgullo y placer eufórico de los colombianos de a pie.
En ese camino continuo del seguidor colombiano no entendemos porqué Quintana no ataca o cuál es su estrategia, solo nos desesperamos si no lo hace y en medio de cada particular decepción lo maltratamos y lo desechamos y empezamos a buscar el reemplazante, digno alimentador de nuestros deseos, y por fortuna para estos viene atrás: Superman López, Egan Bernal o Iván Sosa.
Somos desagradecidos y esperamos nuevamente a quien nos dé victorias para luego desecharlo. Sistemáticamente también nos hemos convertido en una sociedad de consumo. Este es pues el reflejo de una ciudadanía que está preparada para ganar, pero no para perder, somos malos seguidores, pésimos perdedores.