Sí seguimos creyendo torpe e ingenuamente que toda la responsabilidad de la violencia y de la guerra, que se vive desde hace tanto tiempo en Colombia, está solamente en manos de los grupos violentos que de tanto en tanto se generan y aparecen en este inequitativo, injusto y sufrido país, como sí se dieran por generación espontánea. Y como ocurre actualmente con el caso de la antigua guerrilla del ELN, caemos en una visión errada, simplista y parcializada del asunto, porque así le estamos restando importancia a las cientos de causas que originan y provocan esa aparición constante de esos grupos violentos, aunque a la par sea verdad que somos una sociedad hastiada de esos actos y de esos grupos, y aunque también sea cierto que lo somos de nuestra clase dirigencial en general.
Porque sugerir que la decisión de que vivamos en paz y de que estemos en un conflicto permanente solamente le corresponde a esos grupos que escogen la violencia como la herramienta ideal para lograr un cambio es de una concepción bastante ingenua y torpe, aunque no les sobren motivos y razones a quienes así lo sugieren, pero al hacerlo se le está quitando toda la responsabilidad que tienen todas nuestras clases dirigentes, sean ellas políticas, económicas y religiosas, y a los partidos y movimientos que los postulan y los apoyan, porque son la otra cara de la moneda con la que se juega el porvenir, con el desarrollo y con la tranquilidad de este sufrido país.
Mientras sigamos restándole importancia a los actos de corrupción, de injusticia y de inequidad, con los que esas clases dirigentes tienen sumida en el atraso, en la ignorancia, en la injusticia y en la desesperanza a Colombia (así ellos no estén directamente accionando las armas, pero con sus actos y con su omisión están siendo igual de responsables y colaborando con el caos social y emocional en el que llevamos viviendo desde hace mucho tiempo) seguiremos como estamos.
Por eso no podemos desaprovechar el actual momento de protestas y de convulsión social para exigir los cambios necesarios de actitud, de moral y de políticas, y así podamos aspirar a la transformación definitiva de nuestro Estado, el cual viene, desde hace tanto tiempo, siendo sometido a unos manejos y ataques irresponsables y constantes, por una clase dirigencial desvergonzada y corrupta, tratando de desmontarle sus funciones sociales, de donde precisamente surgen la justicia y la equidad necesarias para poder intentar vivir en paz.