Esta especie de chiste que todos alguna vez oímos podría ilustrar lo que está pasando como ‘diálogo’entre nosotros.
En esa anécdota no es claro lo que está sucediendo: pareciera que el que pregunta es ciego; que el que responde no sabe qué le pregunta; y que por el comentario final del primero pareciera que además de ciego es sordo y por ningún lado sintoniza con el otro.
En Colombia parece que no pudiéramos ver u oír, o que no quisiéramos entender lo que está sucediendo en su forma más elemental: la gente cuyo ingreso depende del empleo solo tiene como opción alternativa para vivir (ni siquiera para sobrevivir) la caridad o la delincuencia.
Pero como si no pudiera ver, oír o entender esto, al gobierno no se le ocurre que el aumento del desempleo por causa de la pandemia es lo que la población esperaba que se atendiera. El pretender que las necesidades del Estado (como la certificación de las calificadoras de riesgo) tenían prelación sobre la de sus propias vidas hizo que saltaran todos los inconformismos represados alrededor de toda suerte de temas.
En Colombia no es verdad que la población desempleada sea 10 % o 12 % o 14 %. Lo que informan las cifras oficiales no es que sean mentiras sino que ocultan la realidad por la forma en que se presentan. Cuando se habla de 48 % del sector informal como si fueran ‘ocupados’ se refieren a quienes buscan o deben sobrevivir en el rebusque; cuando se incluye en la categoría de empleados a quienes laboran medio tiempo, se olvida que no lo hacen porque les sobraría el ingreso o lo que conseguirían en el otro medio tiempo de trabajo; si disminuye la ‘tasa de participación’ -la de quienes ya no buscan empleo- no es porque ya no lo necesitan sino porque al no encontrarlo renuncian a buscarlo y acuden algunos pocos a las limosnas o la mayoría al delito.
No es cualquier cosa que para el 74 % de los jóvenes el principal problema es el desempleo, ni que bajo la pandemia se hayan perdido 4,5 millones de empleos.
Porque si bien es cierto que toda la estructura social es deficiente y que todos los reclamos tienen razón de ser y tienen que ser afrontados, lo que realmente produjo la implosión que estamos viviendo, y que tuvo solo como pretexto la reforma tributaria, es la coyuntura en la que el límite de aguante de los colombianos sin ingreso -y eventualmente sin perspectivas de él- no dio más.
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La implosión que estamos viviendo, que tuvo solo como pretexto la reforma tributaria, es la coyuntura en la que el límite de aguante de los colombianos sin ingreso no dio más
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La pobreza consiste en que lo que se gana no da ni siquiera para subsistir: el incremento que reflejan los datos del Dane deberíamos verlo no como un índice de condición económica sino de desesperación. Lo que produce la desesperación es el cambio hacia unas condiciones disminuidas. La rebelión y la protesta no es solo de los pobres sino también de los ex clase media.
Pero si así fue el alimento inicial, la ceguera y la sordera del gobierno con la respuesta represiva se aumentó con todos los que no creen que la ‘violencia legítima’ del Estado pueda sustituir la obligación de buscar en un diálogo de verdad la soluciones a esa situación.
Las fuerzas militares son formadas para condiciones de guerra. Sus reglas son las reglas de la guerra las cuales contemplan la muerte del enemigo, la captura y retención del enemigo sin requisitos judiciales, tiene como medio causar daño al enemigo y como objetivo derrotar al enemigo. Es más que un error el intentar controlar las manifestaciones con la militarización, cuando la ciudadanía no es un enemigo, pero así lo puede ver y tratar quien ha tenido esa formación, y quien ve como sus limitaciones las del Derecho Internacional Humanitario o Derecho de los Conflictos Armados más que las genéricas de los Derechos Humanos.
El vandalismo puede tener un componente de subversión pero se multiplica porque coincide con la ‘emberracada’ de la gente. Y tanto la izquierda como la derecha buscan alimentar esa emberracada para orientarla hacia sus respectivos propósitos. Hoy a las reivindicaciones se adicionan la desesperación, la indignación y la rabia como combustible para las manifestaciones.