Dice el investigador Peter Wade en su libro Música, Raza y Nación, que su trabajo se plantea una pregunta central: "cómo y por qué a mediados del siglo XX, ciertos ritmos musicales originalmente "folclóricos" y surgidos en la región del Caribe colombiano, una región relativamente "negra" y marginal en el contexto nacional, se convirtieron en la corriente musical colombiana de mayor éxito comercial y de mayor reconocimiento internacional. Esto a pesar de ser incompatible con la versión dominante de la identidad nacional y, también de encontrarse con la resistencia de amplio sectores de la población que veían en ella una música vulgar y licenciosa en términos sexuales…"
Pues bien, esa música folclórica nacida, tocada y gozada en nuestro litoral Caribe y que desde la segunda mitad de los años cuarenta empezó a ser ese magma desde donde saldrían las más efectivas fusiones y progresiones que ya desde ese momento encarnan nuestro momento más importante e irrepetible en la historia de toda nuestra música, es la producción sonora que a partir de ese momento va a hacer de las suyas en el alma popular colombiana a través de un fenómeno de comunicación como la radio comercial del país, lanzada además desde los carnavales de Barranquilla, enorme remolino sonoro en el que sucumbían o destellaban todas las músicas de provincia, y trampolín inobjetable de todo lo que valía y sonaba durante todo el año en nuestras fiestas patronales a lo largo de todo el Caribe colombiano, de manos de las individualidades y colectividades más importantes de esa música nuestra compuesta, arreglada e interpretada por maestros y orquestas como La Lira del Atlántico, La Orquesta Víctor, Antonio María Peñaloza y su Orquesta, La Sonora Curro, La Orquesta de Carlos Piña Sr., Pedro Salcedo y su Orquesta, Julio Ojito y su Orquesta, Nuncira Machado, La Orquesta Pájaro Azul de Pacho Galán, La Orquesta del Caribe de Lucho Bermúdez, Pacho Galán y su orquesta, Lucho Bermúdez y su orquesta, Rufo Garrido, Pedro Laza y sus Pelayeros, La Orquesta A. No.1 de José Pianetta Pitalúa, Francisco Zumaqué Sr, La Orquesta Melodía, La Orquesta Emisora Fuentes, Marcial Marchena, La Sonora Cordobesa, Pello Torres y sus Diablos del Ritmo, la Orquesta Casino Tropical, Los Hermanos Martelo, La Ritmo Sabanalarga, La Sonora del Caribe, La Emisora Atlántico Jazz Band, La Orquesta Sosa, Los Corraleros de Majagual, y desde luego, las legendarias Bandas Pelayeras profundamente arraigadas en el alma popular y regadas por toda la geografía regional.
Esas fueron las grandes orquestas y grupos que sirvieron para lanzar a los cuatro vientos y puestos en diferentes arreglos y concepciones interpretativas nuestro más importante acervo musical costeño, convirtiéndose con ello en la más amplia y exigente escuela de intérpretes, arreglistas, compositores y cantantes que haya podido existir en Colombia. Es tal vez allí donde podamos encontrar la respuesta a la pregunta que se hace el investigador Peter Wade y que nosotros prestamos para abrir esta modesta nota sobre estas músicas que van con uno, y que ahora me han reactualizado mis visitas a los tres principales festivales populares de la música de gaita que se realizan en el Caribe colombiano.
¿De dónde venía toda esa música?
Pues, desde los rincones espirituales más profundos y auténticos
de nuestra experiencia cultural
Pero, ¿de dónde venía toda esa música? Pues, desde los rincones espirituales más profundos y auténticos de nuestra experiencia cultural, religiosa y vital cotidiana vertida en nuestros formatos folclóricos más raizales y primitivos, y al servicio de una inteligencia musical abiertamente excepcional en el concierto de nuestro mapa cultural colombiano, fundidos con el tiempo y la historia en nuestros crisoles triétnicos y convertidos en experiencias sensibles a la manera de sones profundos de gaitas cabeza e' cera y flautas de caña e' millo enmarcados en el particularismo primordial de nuestros acervos rítmicos percusivos de ancestralidad africana, dicha también con voces de laboreo criollo y de poesía cotidiana, audibles ya en la práctica como cumbias, gaitas, porros, pajaritos, chalupas, sones, bullerengues, chandés, fandangos, canto decimero y toda esa extensa variante de ritmos y aires independientes y complementarios, forjados desde hace siglos en nuestras comunidades rurales del Caribe colombiano en las llanuras y costas del atlántico, en los Montes de María, los playones y depresiones de la Mojana y las costas de Sucre, en las extensas sabanas y montes y ciénagas de Bolívar, Córdoba y Magdalena.
De allí, de ese amplio mosaico sonoro que se conoce como música de nuestra Costa Norte, el departamento del Atlántico, con la misma experiencia de los palenques negros que marcaron el territorio continental de nuestro Caribe, pero también con otras ventajas distintivas, representa un importante componente sustancial de su totalidad y un aportante definitivo de compositores, arreglistas, intérpretes e instrumentistas que ayudan a dar forma a ese conjunto inapreciable de hitos sonoros envueltos en una valiosa historia individual, social y espiritual de nuestra cultura.