Colombia, como muchos países de la América Latina, cumple con la descripción de ser una “democracia”, difícil para muchos aceptarla, por acontecimientos aberrantes como las ejecuciones extrajudiciales llamados “falsos positivos”, el desplazamiento interno y hacia el exterior y la criminalidad de las masacres en los territorios, un ambiente pérfido ya convertido en habitual expresión de violencia.
Una rápida mirada al mapa político del proceso electoral deja entre ver cuatro posibles escenarios que puede llamarse ‘cartografía política-electoral 2022’ observación a partir del énfasis de la violencia creciente medio en el cual se desarrolla el debate político presidencial aplicando la estrategia del terror político que hace ya muchos lustros el ‘establecimiento’ bien sabe aprovechar y usar en el tiempo electoral; a esta estrategia hoy bien le aplican la práctica del miedo, la manipulación, el engaño, aprovechándose de la ignorancia que sufre buena parte de la ciudadanía.
El segundo escenario es el evidente fraude, procedimiento ejecutado en no pocos eventos del ejercicio electoral de la historia de Colombia. Solo basta volver la mirada al 19 de abril de 1970 ca las 11 de la noche cuando impusieron el apagón y le hicieron el fraude a la ANAPO como movimiento alternativo al hegemónico bipartidismo. Este accionar de la mermada democracia puede verse en eventos posteriores, por ejemplo, el engaño, la manipulación mediática y tergiversación desde el terror oficial contra el plebiscito por la paz del año 2016. Y la más reciente expresión de ese fraude se dio en el pasado 13 de marzo registrado con “la caída del sistema”, a más del egaño, el constreñimiento, la amenaza, la compra de votos y la participación gobierno haciendo campaña en forma descarada, casi igual al narcotráfico.
Un tercer escenario muestra un evento cada día más visible por las practicas que, en forma descarada, realiza el gobierno nacional, con seguidilla en el Congreso de la República y en las administraciones regionales y locales al tomar decisiones políticas y administrativas que rayan en la impunidad, la corrupción y la violación al Estado Social de Derecho, basta observar expresiones populares como estas: “están desbaratando la casa”, o “se están llevando todo”, “están raspando la olla”, que dejan ver como el poder actual ya acepta que ‘otro inquilino’ de diferente patio al que hoy desgobierna, llegará a la casa del precursor Antonio Nariño ubicada en la calle 8ª con carrera 7ª de la Capital colombiana.
Un cuarto escenario, cada día creciendo, es el de ‘suspender las elecciones presidenciales’, sino en todo el país, sí en algunas regiones o municipios en donde la creciente inseguridad agranda el clima de miedo y terror (vieja práctica utilizad para mantener los privilegios desde adentro y fuera de las esferas de gobierno). Es una especie de desorden público, el cual pareciera ser promovido al exponer la inseguridad y temor ante tanta inseguridad ciudadana por doquier, desde el robo y asesinato por un teléfono celular, el asalto a los hogares, el robo de carros y hasta de animales en plena calle, situación cotidiana en la estrategia comunicacional.
No descarto en esta mirada la situación de frontera, por el sur en el Putumayo o por Arauca, que puede llegar a ser un escenario llamado “Araucrania” (tensión y ruidos de guerra en la frontera con Venezuela, el cual puede ser una disculpa para decretar el Estado de Conmoción y ahí si...
Para terminar, se preguntarán ¿por qué no mencioné al escenario número uno? Permítanme recurrir a un decir popular en Colombia: “Dios no lo quiera”.