“Estaré contigo, pase lo que pase”
Opinión

“Estaré contigo, pase lo que pase”

El informe que responsabiliza a Tony Blair de invadir Irak con su “nuevo amigo” de la época, George W. Bush, llega en la autozancadilla del ˈbrexitˈ y deja dos interrogantes clave

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julio 10, 2016
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Hoy miércoles 6 de julio, mientras escribo esta columna a 28 000 pies de altura sobre el océano Atlántico, el ex servidor civil John Chilcot publica su informe sobre la decisión del gobierno laborista de Tony Blair, en 2003, de invadir Irak en compañía de su colega y “nuevo amigo” de la época, George W. Bush.  El informe se publica en un momento sensible para Gran Bretaña con la reciente autozancadilla del brexit, pero aún más para Irak con los devastadores atentados terroristas del Estado Islámico que han cobrado la vida de más de 260 personas en Bagdad.

El reporte muy seguramente va a criticar duramente a Blair y a su gobierno por embarcar al Reino Unido en una aventura bélica costosa en vidas y en dinero basado en ligera, incompleta y hasta mentirosa información de inteligencia. Trece años después de la invasión que acabó con el régimen de Sadam Husein hay varias preguntas que es importante plantear y que probablemente no se desarrollarán en el Informe Chilcot. Una tiene que ver con las razones que llevaron a un líder inteligente, popular y respetado como Blair a tomar la decisión de invadir y a enfrentar a buena parte de los británicos y de la comunidad internacional. La otra, con la situación actual de la zona y la creación y fortalecimiento del Estado Islámico después de la ocupación.

Es importante recordar que Tony Blair fue, hasta esa crucial decisión, uno de los más populares primeros ministros de los últimos años, con un impecable récord en términos de manejo macroeconómico y con el indiscutible y exitoso liderazgo en la recta final del proceso de paz de Irlanda del Norte.  Además, fue el arquitecto del retorno de su partido al poder y de lo que se conoció como el Nuevo Laborismo o la renovación de la izquierda británica y su tercera vía centrista. Una nueva izquierda preocupada por el gasto, amiga del sector privado, gran comunicadora y con liderazgo y resultados palpables en temas de seguridad.

Después del reinado de la Dama de Hierro del conservatismo, Margaret Thatcher, y de muchos años de sequía política, la izquierda británica entendió que reformarse y ocupar el centro del espectro político, era la única manera de ganar elecciones y volver al poder. El Nuevo Laborismo fue la respuesta de final de siglo a un electorado joven, cansado del bipartidismo tradicional, que miraba hacia Europa y  Estados Unidos. País este último, con un liderazgo mundial económico y geopolítico indiscutidos, donde Bill y Hillary Clinton lideraban una renovación del partido Demócrata que entusiasmaba a toda una generación. Tony Blair aprendió de los Clinton, pero en el 2001 se encontró con un presidente republicano inexperto y acompañado de agresivos halcones que conocían la Casa Blanca y el Pentágono desde la época de Nixon.

 

 

No aparecer como el lado débil de la relación
con el aliado principal fue una manera de mostrarse diferente
a la vieja izquierda pacifista

 

En política aquello que enfrentamos nos moldea tanto como lo que defendemos. Confiando en su capacidad y en el papel del Reino Unido como socio histórico de Estados Unidos (la famosa “Relación Especial” que definió Churchill), Blair trabajó de la mano de Bush en diferentes temas con especial énfasis en la seguridad y la lucha contra el terrorismo. Septiembre 11 expuso a Occidente a una amenaza nueva ante la cual las democracias liberales tenían que trabajar juntas para defenderse. La “defensa” de Washington, no obstante, no era simplemente contener, sino pasar al ataque y buscar cambios de regímenes en aquellos lugares donde consideraban estaban las mayores amenazas (así como las mayores oportunidades de negocios).  Blair, contra claras evidencias, sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en contra vía del clamor de una clara mayoría de su electorado, decide ir a la guerra. No aparecer como el lado débil de la relación con el aliado principal fue una manera de mostrarse diferente a la vieja izquierda pacifista. Tal como lo han señalado varios columnistas británicos, el molde del Nuevo Laborismo, “duro con el crimen”, lanzó al Reino Unido a una aventura que, adicional a todos los costos de la guerra, llevaría eventualmente al partido a perder el poder y mancharía el legado de Blair para siempre.

Al sacar a Sadam Husein del poder la invasión rompió un orden, violento y despótico sin duda, que mantenía cierta unidad territorial donde convivían chiitas y sunitas. La ocupación (llena de improvisación) y los posteriores gobiernos corruptos e ineficientes han sido el espacio perfecto para la consolidación del Estado Islámico y de la violenta y destructiva guerra civil que ha producido a la fecha cerca de 35 000 muertos.  El viejo territorio de Irak recibe nuevos reclutas cada día y, desde allí, con refinerías y dinero y con una inmensa capacidad de comunicación, el Estado Islámico ha logrado sembrar el terror tanto en Europa como en el Oriente Medio.

Una cosa es ganar elecciones, otra muy distinta es gobernar. Los riesgos, la inexperiencia y los errores de campaña se pagan con derrotas y vergüenzas.  En el gobierno con sangre, sudor y lágrimas.

*Nota privada enviada por Tony Blair a George W. Bush el 28 de Julio de 2002, ocho meses antes de la invasión a Irak.

 

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