Son vanos los esfuerzos de los agentes del capital financiero y las multinacionales de tratar de demostrar que el imperialismo no existe, y que la globalización neoliberal resuelve esta contradicción mediante la desaparición de las fronteras, creando un mercado universal. Los hechos son más tozudos que sus teorías, porque su aplicación trae consecuencias como la enervación de las poblaciones en los países en donde la exacerbación de las ganancias de esas transnacionales es obtenida sobreexplotando su mano de obra, esclavizándola, generando hambre y miseria, al paso que se adueñan de los mercados internos sometidos, arrasando su aparato productivo. Este fin de año, en medio de la crisis que padece Colombia producto de este modelo neoliberal, pero acentuada con las consecuencias de la pandemia, es noticia la quiebra de los productores agropecuarios e industriales –estos últimos, en su mayoría, ya vendieron sus empresas y se volvieron comerciantes e incluso algunos, especuladores–, debido a que las políticas del gobierno nacional no les permitió continuar desarrollando sus cultivos y sus manufacturas para dar cumplimiento a los compromisos de importaciones establecidos en los Tratados de Libre Comercio, TLC.
Era de esperar que en la medida en que se cumplían los plazos establecidos en los TLC para rebajar o llevar los aranceles a cero, nuestros productores profundizarían la crisis. Causa dolor ver a esos productores agropecuarios implorar al gobierno nacional que detenga las importaciones y genere verdaderas políticas de fomento para sus empresas, lo cual no va a suceder, ya que Colombia desde 1989 firmó el Consenso de Washington, un decálogo de reglas que incluyen: disciplina presupuestaria; reforma tributaria con bases amplias de contribuyentes e impuestos; desregulación financiera y tasas de interés libres; tipo de cambio competitivo, regido por el mercado; comercio libre entre naciones; apertura a inversiones extranjeras directas; y desregulación de los mercados; con este consenso el país perdió su soberanía económica y quedó sometido a las transnacionales. Es esta la razón principal por la cual vemos a los pequeños, medianos y grandes empresarios del campo y de la ciudad sufriendo sus quiebras con graves consecuencias para el empleo bien pago y unas condiciones de vida dignas. Son estas las razones fundamentales por las cuales los papicultores lloran su ruina vendiendo sus productos en los peajes de las ciudades.
Pero se prenden luces de esperanza que no pasan desapercibidas, como la reunión del presidente de la Andi, Bruce Mac Master, con una delegación de las centrales obreras, y los pronunciamientos de Jimmy Mayer, decano de los empresarios, fundador del grupo Sanford, quien en el periódico El Tiempo del 13 de este mes expresó que: “Colombia necesita un cambio en los TLC… No hemos entendido que mientras no apoyemos a la industria y el agro como fuentes de riqueza, gracias a su capacidad de generar empleo y oportunidades, no vamos a salir de esta situación... Nos lanzamos al agua alegremente con la teoría de que al firmar tratados con medio mundo nos íbamos a volver una potencia exportadora. Pero no pasó ni va a pasar. El hecho de que existan esos TLC sin una protección adecuada para nuestras industrias ha desestimulado totalmente el hacer proyectos en el país”. Razón tiene el nuevo partido político Dignidad al darle cabida a los empresarios nacionales: ¡El vejamen que padecen los productores también da dolor de patria!