Si bien quizá los tolerantes somos más, quienes añoramos la paz porque hemos sufrido (o no) los efectos de la violencia sin duda alguna somos más; la Colombia de verdad no es esa que se ve en marchas como la del día 9 de Abril, iniciativa que tanto respeto como admiro, pero así mismo reiteró la Colombia de verdad no es esa.
La Colombia de verdad es esa que en las grandes ciudades (capitanías) se vive, la verdadera violencia en Colombia no es ya la violencia de la guerra que para los recientes en Bogotá se encuentra lejos, (u algún otro grupo armado al margen de la ley); la violencia en Colombia ha transmutado ya de una violencia rural a una violencia urbana, en la que reina la intolerancia social.
La pregunta que tanto yo como muchos otros ciudadanos nos hacemos es: ¿Cómo pueden estar pensando tanto el gobierno Nacional como el ejecutivo distrital en una legislación para dilucidar el conflicto y otra para el post-conflicto, cuando no se ha repensado la educación necesaria para que nuestros jóvenes (nosotros los jóvenes) perpetuemos dicha paz? No me canso de pensar en lo ilógico del hecho de que los mayores nos digan: "Los jóvenes son el futuro del país" cuando son sus decisiones las que nos tienen en esta situación.
¿Cómo pensar en una paz con justicia social en un país en donde todos sabemos que en los barrios marginales existe una línea invisible entre los desmovilizados de la guerrilla; los desmovilizados de los paramilitares (valientemente ahora llamados BACRIM); las víctimas de los unos; y las víctimas de los otros, y aún más sabiendo que cada uno reclama derechos diferentes?
Colombiana se ha convertido en un país en el que los pocos trabajadores deben sostener tanto a los pensionados (por derecho adquirido) como a los desplazados (que prefieren sentarse a esperar la mesada en lugar de salir a trabajar); a todo esto sumémosle el costo de un proceso de paz en la Habana y el costo de un postconflicto en el que tendemos que resarcir tanto a las víctimas como a los victimarios.
Nos movemos por ciudades en las cuales la delincuencia ha llegado a cobrar más vidas que la guerra rural; ciudades en las cuales las personas son indolentes frente a las personas con discapacidad; ciudades en las cuales nos sentimos inseguros por los delincuentes pero al momento de ponerlos a la ley, salimos en su defensa; ciudades en las que reina la intolerancia porque no somos capaces de reconocer lo preciso de la diferencia.
A modo de conclusión solamente quiero decir que en mi humilde opinión, la paz sin educación, es una paz construida sin políticas públicas óptimas con las cuales se garantice la participación válida de todos los ciudadanos en especial de los jóvenes.
Llegó la hora de que el gobierno piense en la consolidación de una paz que no esté plagada de intereses políticos (por no decir de los intereses de los partidos), sino una paz plagada de intereses públicos nacionales.