Iniciamos viendo programas de televisión que únicamente muestran paisajes extranjeros y que dedican horas y horas a exaltar las culturas de otras naciones. "I love you", le empezamos a decir a nuestras parejas, porque eso es cool. "Brothers, ese Jhon, es todo bien, ese man es my best friend", porque ya hasta los nombres de nuestros hijos son norteamericanos.
Hace poco estaba viendo una conferencia de David Sánchez Juliao (un alegre narrador costeño que murió hace seis años), él decía algo muy valioso: ¡Estamos jodidos! Yo comparto ese pensamiento, pero le agrego el prefijo “re”. Es que nos dejamos invadir de culturas extranjeras, a tal punto que ya hasta nuestro idioma lo estamos olvidando. Pensamos que cultura es lo que se hace en los Estados Unidos, y que lo que hicieron nuestros padres no sirve para nada, es más que basura, es una mierda.
Entonces queremos vestirnos como se visten los actores norteamericanos. Queremos hablar como hablan ellos, queremos vernos como ellos y hasta pensar como ellos. Es ahí cuando aparece en escena un hombre bajito, con la piel bien tostada y los ojos que no pueden de lo negro, diciendo, con un acento araucano bien marcado: "No joda broder, esa catirita de la esquina sí me gusta, esa es mi lof. La voy a invitá a salí y le voy a robá un kis": Patético. O no, mejor dicho: PA-TÉ-TI-CO.
Estamos rejodidos. Pensamos que lo nuestro vale mierda. Hemos dejado de lado hasta nuestra lengua. No sé en qué momento perdimos identidad. Hace unos años, en los colegios, abril era una época especial: durante todo el mes se celebraba el idioma Castellano. Había centros literarios. Los alumnos hacían coplas, dramas, lecturas; se dibujaban los rostros de los grandes escritores y se exaltaba no sólo nuestra lengua, sino nuestras costumbres.
Ahora, ahora eso nos parece una “boleta”. “Qué oso vestirse uno del quijote broder. O sea, que fúkin jirigalla. Pa’ eso mejor nos disfrazamos de batman o de cualquiera de los Súper friends, ¿o no, pariente?”, diría el tipo de la piel tostada, el bajito, el de los pelos bien indios que pretende ser rubio, de ojos azules y de más de un metro noventa de alto.
Pero, ¿qué podemos hacer al respecto?, ¿cómo podemos frenar este desapego cultural que estamos viviendo? La tarea es sencilla: véase en un espejo y acéptese. Creo que esto no es más que una simple cuestión de autoestima. Si no es capaz de ver una película con la serenidad de disfrutar de las escenas, con la racionalidad disfrutar una expresión de arte, no la vea. Lea a Silvia Aponte, a Ramón Camejo, a Hugo Mantilla, a Edmundo Díaz, a Gabo, incluso. Y madure. Sáquele provecho a lo que tiene a su alrededor, a su piel tostada, a su acento jaladito. Y principalmente deje de pensar que vistiendo, hablando, o despreciando su cultura, se va a parecer a Brad Pitt. ¡No sea güevón, quiérase como es!
Qué bueno sería que volvieran los días de homenaje a lo nuestro. Que en los colegios se hicieran otra vez los centros literarios, se hablara de lo importante que es el idioma español, de lo valioso que es tener identidad. Y que aprendiéramos a usar bien nuestra cultura, a difundirla a través de la literatura, de la música. Que ya dejáramos la pendejada de creernos extranjeros porque en la televisión dicen que los de allá son hermosos. No, somos colombianos, hablamos español, y, en nuestro caso, somos llaneros, de raza recia y valiente, algunos feos, pero qué carajos, es mejor ser feo y auténtico, y no feo y salir con patetismos lingüísticos.
Es decir, en serio, dejemos la pendejada.