Estamos frente a una hoguera de libros

Estamos frente a una hoguera de libros

Hay una metáfora que compara la muerte de un anciano con la quema de un libro. Pues bien, hoy asistimos al fin de miles de ellos

Por: Camilo Valencia
junio 09, 2020
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Estamos frente a una hoguera de libros
Foto: Pixabay

La biblioteca de Alejandría fue creada en el año 331 antes de Cristo y ha sido quizás el altar de sabiduría más profanado de los que el tiempo actual tenga documentado.

Disputas por el poder, ideológicas, religiosas y políticas, mezquinas todas, han sido el cáncer que ha carcomido lo que hoy debería ser el sueño de Borges, “una biblioteca que contenga todos los libros del mundo, escritos por todos los autores del mundo y en todos los idiomas del mundo”.

Año 47 antes de Cristo. Julio César acudió en defensa de Cleopatra, quien tenía una guerra con su hermano por el trono de Egipto. Fue sitiado en el palacio construido en Bruquión, un barrio que flanqueaba el mar. Ahí en el arsenal se desató el incendio que avanzó a la biblioteca y acabó, según algunos historiadores, con 40.000 rollos, entre ellos los libros regios. Este fue el primero de una serie de episodios que a lo largo de los siglos debió soportar la biblioteca de Alejandría.

Muchos años después, Marco Antonio, en Alejandría, estando en compañía de Cleopatra, donó una gran cantidad de libros como compensación a lo incompensable. Sin embargo, cuando cayeron Cleopatra y Marco Antonio, Egipto terminó en manos de Roma y empezó el declive.

La peste Antonina del siglo II y el arrasamiento de Alejandría en el año 272, esta vez por cuenta del emperador Aureliano, hicieron también de las suyas en contra de la biblioteca de Alejandría. Eran tiempos de la reina Zenobia de Palmira.

Más adelante, mientras reinaba Diocleciano, la biblioteca fue nuevamente afectada de manera grave por otra devastación a Alejandría. Y, después, cuando se declaró el cristianismo como la religión oficial del Imperio romano (siglo IV), la situación fue peor para la malhadada biblioteca. Se persiguió toda obra del paganismo clásico y los cristianos furibundos aprovecharon para arremeter también contra templos, construcciones y todo aquello que les pareciera.

Muchas tragedias más hay en el inventario de Alejandría y su biblioteca, pero el golpe de gracia lo dieron los árabes con su invasión. El general Amribn Al-As puso en práctica la apocalíptica frase: “Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán, deben ser destruidos”.

Hay documentados otros tristes sucesos que destruyeron libros, enciclopedias, colecciones y bibliotecas, como la quema de libros en Constantinopla en 1204, tras la toma de la ciudad por Los Cruzados; la quema de libros en 1933 sucedida en la Bebelplatz de Berlín con anuencia del ministro Joseph Goebbels; y la quema de la biblioteca de Bagdad en 2003, sin que los americanos, estando ahí, hicieran algo por evitarlo, quizás decidieron que era mejor pasar a la historia que preservar la existente.

Otra quema de libros, imaginaria esta vez pero inevitable para llegar a donde quiero, es la pira hecha con los muchos libros de caballería del caballero de la triste figura de Don Alonso Quijada, señor de Villagarcía de Campos, el inmortal Don Quijote de la Mancha.

Hoy asistimos a una hoguera similar, esta vez más real y en cámara lenta, digo esto gracias a mis promiscuos recuerdos.

De niño escuché que los abuelos al morir dejaban un gran vacío en el alma y mil recuerdos en la mente, también que la muerte de un anciano era como quemar un libro. Hoy, tras la agonía de miles de ancianos en todos los rincones de la tierra, no a causa del COVID-19 solamente sino por diabetes, hipertensión, obesidad, antecedentes cardiacos y muchas afecciones preexistentes (a las que, eso sí, el nuevo coronavirus le ha servido de puntillero), hago un balance numérico sin cifras, aunque suene extraño.

La mayor cuota de muertos de esta pandemia, a diferencia de la Peste Antonina del siglo II, ha sido y será puesta por nuestros mayores. Eso me da para pensar que si la muerte de un anciano es la quema de un libro, la humanidad está asistiendo a la hoguera de miles, no de libros, sino de enciclopedias y bibliotecas completas.

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