Cinco, cuatro, tres... la verdad es que ya perdí la cuenta de los días que llevamos encerrados en casa por la cuarentena de la pandemia del COVID-19. Aunque mi vecino no deja de contar: cinco, cuatro, tres... Hace poco descubrí que es entrenador personal y dicta sus clases por internet, como ahora lo están haciendo casi todas las personas: teletrabajo, telestudio, teleclases, telereuniones, telefiestas.
En este momento las pantallas de computadores y celulares son la única forma de conectarnos con el mundo y continuar con la idea de que allá afuera está la vida que trata de seguir igual a cómo la dejamos el 20 de marzo cuando inició el simulacro de aislamiento preventivo decretado por la Alcaldía de Bogotá y que se unió a la cuarentena establecida por el gobierno nacional el 24 de marzo.
Sin duda, estos días han significado un cambio de rutina y de nuevas experiencias. Para unos ha sido más fácil que para otros, pues algunos estudiantes se sienten en vacaciones, otros regresaron a sus ciudades, otros estamos paralizados por el miedo, mientras otros afirman que todo sigue igual y que su vida es la misma de siempre. Se levantan, se bañan, desayunan y a un cuarto de distancia van a su trabajo o su estudio. Ese es el caso de Fredy Forero, abogado y profesor de propiedad intelectual en la Pontificia Universidad Javeriana. “Mi rutina no cambia, vaya o no a la oficina, pues normalmente suelo estar en la casa”.
Luego de una semana de suspensión de clases en la Javeriana en la que los profesores se capacitaron en las herramientas digitales para continuar con la actividad académica de manera remota o virtual, el 24 de marzo los estudiantes retomamos nuestra formación profesional con mucha expectativa y algo de humor, pues no faltaron los memes en redes como Instagram haciendo alusión a la nueva realidad.
“He usado tanto Blackboard Collaborate como Microsoft Teams y en ambas plataformas todo funciona muy bien. Las herramientas que tienen para compartir pantalla o dibujar son muy útiles. Pero es claro que la clase depende enteramente de la planeación del profesor, pues las mejores clases virtuales han sido en las que el profesor prepara muy bien la presentación y el material que va a presentar”, comenta Mateo Medina Abad, estudiante de décimo semestre de Comunicación Social.
Un ejemplo de ello es la experiencia de Jorge Alberto Escobar, profesor del Departamento de Ingeniería Civil. “Debido a que dicto una clase en posgrado que es muy teórica, me vi en la necesidad de utilizar una estrategia que emulara el tablero. Entonces lo que hice fue hacer uso de dos cámaras web al mismo tiempo, una que apunta hacia a mí y otra hacia un block de papel. Así dicto la clase normalmente, y al final lo que hago es escanear lo que he escrito en el papel y se pasa a los estudiantes. Al grabar la clase, de alguna forma los estudiantes tienen todo el material del curso y hacen preguntas de forma organizada. Desde mi perspectiva esto ha sido algo muy bueno, tanto así que me ha hecho pensar si debo hacer mis clases de forma virtual y en qué puedo adicionar a esta enseñanza que haga la diferencia. Esa diferencia puede ser dictar la clase de Mecánica de fluidos ambientales desde los hidrosistemas ambientales de nuestro país, por ejemplo desde la Sierra Nevada de Santa Marta o desde Mocoa, y no desde un salón. Eso es algo que me llena de ilusión”.
Sin embargo, para otros no ha sido tan sencillo, así lo expresa Daniela Andrea Peñaloza, estudiante de Historia en sexto semestre: “uno realmente no tiene cabeza para pensar en las clases. Siento mucho desasosiego. No es una situación fácil de asimilar”. Y aquí es cuando los servicios del Centro de Asesoría Psicológica y Salud y la estrategia on line del Medio Universitario para acompañarnos desde la distancia adquieren un verdadero sentido e importancia.
“Hay días en los que no logro abrir mis ojos a tiempo, son las siete y cuarto de la mañana y ya llego tarde a clase, con la diferencia de que esta vez no llego a un salón, sino a una reunión por Zoom. Abro el enlace que me lleva a una sala virtual donde están mis compañeros y mi profesor discutiendo las respuestas del último taller desde hace un cuarto de hora. Para romper un poco el hielo me excuso diciendo que el TransMilenio casi no pasa. Les da risa. Seguimos con la clase”, comenta otra estudiante de la universidad.
Nada como nuestro campus
Para docentes y estudiantes esta práctica educativa durante el aislamiento obligatorio suscita nuevos retos. Así lo comenta Hernán Darío Cardona, director de posgrados y de la maestría en Teología: “Autodisciplina para organizar el tiempo y participar sin tropiezos en las sesiones sincrónicas; flexibilidad para interactuar con un nuevo modelo de aprendizaje y plataformas diversas; gratitud, al esfuerzo de la universidad, de los docentes y estudiantes para dar continuidad académica al semestre; paciencia para asumir la cuarentena y no desesperar con la presión de internet, el aislamiento, la eventual monotonía del estudio virtual y el cansancio visual por tanto tiempo en la pantalla. La añoranza de la presencialidad y del campus universitario, permite afirmar numerosos valores”, es la reflexión de Cardona.
Valeria Suaza, estudiante de Artes Visuales y Ciencias Políticas, también recordó lo importante que son las instalaciones de la universidad: “Son el espacio de trabajo con el que muchos no cuentan en su casa. En mi casa no tengo espacio de taller, entonces tengo mi cuarto lleno de arcilla, yeso, estoy trabajando en dos proyectos de pintura en simultáneo y no quiero parar de trabajar, pero claramente no es lo mismo”.
“Algo que he notado, es que es más fácil concentrarse cuando uno puede ver la cámara del profesor, y la clase busca involucrar más la participación de los estudiantes. En las clases que son de cátedra es más complejo poner cuidado y una clase de dos horas se siente de mil”, explica Mateo Medina.
Para hacer las clases más dinámicas y novedosas, Martha Zequera Díaz, profesora del Departamento de Electrónica, cuenta que con esta emergencia de salud: “He tenido la oportunidad de invitar empresarios para que interactúen con los estudiantes en la asignatura que tengo a mi cargo de Ingeniería y sociedad, y ha sido muy positivo, porque los empresarios están más cercanos al estudiante y les muestran sus proyecciones y oportunidades de trabajo”. Pero al igual que Hernán Darío y Valeria, Zequera echa de menos el campus. “He aprendido a ser proactiva, ordenada y efectiva. Ha sido una experiencia increíble, pero extraño las aulas y los laboratorios de la universidad”.
Uno de mis mayores miedos, en este momento, es que esta deba ser la normalidad que ahora debamos asumir. Se supone que somos seres que se adaptan al cambio, pero la incertidumbre pide que paremos un momento, tomemos un respiro, pensemos las cosas y actuemos. Mientras termino de escribir este artículo, vuelvo a escuchar a mi vecino: “Y tres, dos, uno. ¡Muy bien! Esto sería todo por hoy”, y finaliza su teleclase.