La fila para ingresar a verla, en la Sala E del Gran Salón de Ecopetrol, de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, es tumultuosa.
A la entrada del recinto, dos señoras entradas en años le ruegan a la joven que custodia la entrada que por favor les permita acceder antes que se forme la chichonera. Una de ellas recalca que sufre de venas várices y no puede resistir tanto tiempo parada, mientras su compañera aduce dolencias reumáticas. La muchacha que controla el ingreso, parca e irreductible en su determinación, dice que lo siente, que deben reclamar la ficha y hacer la cola sin excepciones.
A su vez, una maestra manifiesta a la misma encargada de logística que viajó expresamente de Medellín a Bogotá para asistir a la charla, pero que cuando llegó a la cita se encontró con la pésima noticia de que se habían agotado las fichas. Pide entonces que un encargado de mayor rango le ayude a solucionar ese impasse.
Hay públicos de todas las edades en la hilera. Juventud, en un gran porcentaje. Seguramente estudiantes de periodismo o de literatura, que aspiran a escribir como ella, a entrevistar como ella, a narrar con la fluidez, el tono, el ritmo y la arquitectura como lo ha hecho ella en su treintena de libros (ensayos, ficción, relatos, un promedio de 2000 entrevistas, grandes reportajes), como lo ha rubricado la española Rosa Montero, escritora de culto, quien oficia con la pluma desde antes de tener uso de razón (cinco años), cuando empezó a escribir cuentos en los que sus protagonistas eran roedores.
Una muchacha pecosa, de trenzas dreadlocks, espera con ojos de angustia el arribo de la señora Montero. En su mano derecha lleva un ejemplar de La loca de la casa, ese manual de educación sentimental que debería ser de lectura obligada en la población adolescente.
La joven se dirige a la responsable de logística para que por favor le permita que ella (Rosa Montero) le firme el libro, así se quede sin entrar, porque tampoco alcanzó a la ficha. Queda claro que en Bogotá las fichas y las colas no son solo el azote de los pensionados y los pacientes de las EPS en madrugadas heladas e inciertas, sino también de los adoradores de la buena literatura.
Sobre la mesa dispuesta por la editorial, hay ejemplares de algunas de sus novelas, de la saga de Bruna Husky, su alter ego en la ficción en la literatura fantástica, ese vehículo ciberespacial en el que Montero transita a su antojo, y a años luz: Lágrimas en la lluvia, El peso del corazón, y la más reciente, Los tiempos del odio. Y uno que otro ejemplar de La hija del caníbal (llevada al cine), Temblor, Bella y oscura, Te trataré como a una reina y La ridícula idea de no volver a verte.
Quince minutos antes de la hora programada para el conversatorio, hace su aparición Rosa Montero: desprovista de maquillaje, cabello corto, ropa liviana, zapatillas, un camafeo con un corazón encendido en el pecho, seguida de un hombre rubio que la escolta.
Los de la fila se alborotan con la llegada de la narradora y calientan baterías para lograr un puesto privilegiado entre las 320 sillas dispuestas. En un dos por tres, la sala queda atiborrada, y con varias personas de pie en los alrededores del salón. El personal de logística insiste en que no hay más acceso, oídos sordos al clamor de un considerable grupo de personas que exhiben sus fichas. Lo siento, se vuelve a oír. “Por razones de seguridad, no se permite más ingreso”.
Rosa Montero, ya instalada en el estrado, apura un par de sorbos de agua. Su interlocutor en esta oportunidad, es el escritor colombiano Guido Tamaño. El debate, en las postrimerías de la Filbo 2019 no puede llevar un título más atractivo: El corazón de la inteligencia artificial. Luces plenas, auditorio expectante, fotógrafos y camarógrafos en sus puestos de guardia, prestos a registrar a la estrella invitada.
“Estamos en el umbral de una involución brutal”
Rosa Montero adora la ciencia y lamenta que el grueso de la población de escritores, por lo menos en España, esté tan distante de la literatura fantástica. Califica de inconcebible que un letrado de la talla de Miguel Unamuno, haya dicho que todo aporte científico tendría que venir de afuera, porque España estaba destinada a los místicos. Y, que a la fecha, siga siendo insuficiente el presupuesto para la ciencia y la investigación, no obstante el vigoroso semillero interesado en arar en ella.
“Sucede que en España te critican si no tienes idea de quién es Dante, Tolstoi o Shakespeare. Pero pasas de agache si desconoces de clones, de robots, o de la desconcertante desmesura tecnológica. Les digo que ya no estamos hablando del futuro de los clones humanos. Estamos en el presente de los despropósitos de la ingeniería genética. No es extraño que ya existan clones humanos en la clandestinidad. Bordeamos la frontera crítica con respecto a nuestra relación con los robots. Que no deja de ser fascinante, tentativamente prometedor, pero de una peligrosidad inminente. No podemos ocultar que estamos en el umbral de una involución brutal”.
“Hay que ver el avance vertiginoso de Boston Dynamics, una de las marcas de ingeniería robótica más sólidas del planeta. Los robots que están creando no son de ciencia ficción. Es de lo más real en estos tiempos en que están disparadas las cifras de desempleo en el mundo, porque las funciones que corresponden a quienes han invertido y se han desgastado preparándose para desempeñar una profesión, son reemplazadas por máquinas. Un estudio realizado por la Universidad de Oxford calcula que se destruirán 1.600 millones de puestos de trabajo en los próximos quince años”.
“Pero es que no es noticia afirmar que en países como Japón, Corea o China, ya existen robots que atienden en las recepciones de los hoteles, que te toman la carta en los restaurantes, o que recaudan información para presentar en los telediarios. Los robots domésticos, los que cumplen con las funciones de entre casa: limpiar, fregar pisos, lavar platos, organizar la alcoba, se remite al pasado”
“Y no se trata sólo de las labores cotidianas, de oficina, de trabajo. Como lo vaticinó Isaac Asimov, los robots se ubican en la línea más próxima de la humanidad. Pueden convertirse en máquinas depredadoras, una posibilidad tan temeraria y real, que en 2015 más de 1.000 científicos, entre ellos Hawking, firmaron una carta abierta contra el desarrollo de robots militares autónomos que no precisen del control humano. No obstante, Rusia anunció hace unos años la creación de un Terminator capaz de disparar armas con precisión milimétrica”.
“Pero no menos perturbadora es la robótica diseñada para los afectos: esa necesidad imperante en la sociedad actual. Cada vez proliferan las fábricas de robots para dar rienda suelta a los placeres sexuales de comisiones estrambóticas, como un robot de múltiples personalidades, uno de ellos, que imita a una mujer frígida que mimetiza una violación. En Dinamarca, el fenómeno ciborg está a la orden del día, sobre todo en la juventud que le apuesta a la mayor cantidad de chips incrustados en la piel que les brinda acceso a transacciones crediticias y cotidianas como pagar la cuenta en un bar con solo exhibir la muñeca, como si se tratara de un código de barras, o dirigir con un dedo las funciones de una casa inteligente”.
Los tiempos del odio
Los tiempos del odio, la novela más reciente de Rosa Montero que se publicó en España, en octubre de 2018, y que este año, 2019, la autora presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, completa la trilogía de sus antecesoras, Lágrimas en la lluvia y El peso en el corazón —aunque ella no descarta una cuarta parte—de la saga de su protagonista, la detective Bruna Husky, esta vez sacudida por los estertores del amor, quien emprende una búsqueda desesperada del inspector Lizard, que ha desaparecido sin dejar rastro.
En ese periplo de pesquisas, la investigadora replicante descubre una colonia remota, la de los Nuevos antiguos, una secta que desdice de la tecnología, al tiempo que sigue las huellas de una oscura trama de poder, en medio de una situación apremiante del planeta, al borde de una guerra inminente.
Bruna, valiente, agresiva, contradictora, guerrera a ultranza, pero vulnerable en sus emociones, y con el récord de vida a contrarreloj porque sabe que se le agota, se juega sus restos en esa aventura tecnocósmica con el mayor temor a cuestas: la certidumbre de que es mortal, y que tiene las horas contadas.
Una novela vibrante, demoledora, pero a la vez fascinante e impredecible, donde la autora marca una a una las inquietudes y preocupaciones del mundo actual: el paso del tiempo, el acabose inexorable, los vacíos existenciales, el temor y la rebelión frente a la muerte, la sociedad superflua, la tecnología al límite, los abusos del poder, el horror de los dogmas y los fanatismos depredadores.
Montero asegura que no se propuso una trilogía, que de hecho las tres novelas se pueden leer de manera aleatoria, que el nombre de su protagonista fue tomado del seudónimo que ella utiliza en sus redes sociales, que Bruna Husky se parece mucho a ella en lo emocional, que el mundo que describe en estas obras, no obstante ser ciencia ficción, no es más que una narración metafórica de los tiempos convulsos que nos acontecen y, como primicia —por lo menos para Colombia—, que ya avanza en una serie para la televisión española, con adelanto en su guion de cincuenta páginas.
“Para mí esta novela Los tiempos del odio, es la mejor de las tres, me la he disfrutado al máximo, y creo que ha cerrado el ciclo, aunque no descarto que puede suceder algo más, y en ese caso no puedo evitar sentarme a escribir un cuarto libro”.
“Bruna, la detective protagonista, es mucho más salvaje que yo, pero no muy en el fondo sí coincidimos sobre todo en la obsesión por el paso vertiginoso del tiempo, los temas permanentes de las enfermedades o de la proximidad de la muerte (en eso me parezco a Woody Allen), pero también en ese remolino de las emociones, de la vulnerabilidad de los sentimientos, de encontrar el verdadero amor, sin declinar en las batallas que libramos por la independencia”.
“El odio están en todas partes. De hecho hay gente que se siente orgullosa de odiar y lo transmite de boca en las redes sociales. La democracia ha flaqueado en el mundo por esa cizaña, por el dominio arrasador del poderoso, de querer desaparecer al más débil y necesitado, caso específico el señor Trump, y por la manipulación de los trolls y los medios al servicio del poder envilecido, que a diario transmiten más mentiras que verdades”.
“Los tiempos del odio habla justamente del abismo en el que estamos enfrentados. La democracia, reitero, nunca se había visto tan afectada en su legitimidad y credibilidad. Triste reconocerlo, pero nunca habíamos caído tan bajo: perder valores como la esencia de la democracia, del pensamiento, la libertad y la humanística, es un retroceso absurdo que nos ha costado siglos de sangre en aras de esa conquista. Por eso, repito, que estamos en el umbral de una posible involución bárbara”.
“Nos debatimos a diario entre la imagen cosmética de las redes sociales, que en apariencia nos revela que todo marcha bien (la selfie se convirtió en el documento oficial de la felicidad impostada), y la avalancha de sectarismo, de fanatismo, del discurso lacerante de la demagogia, de la rabia y la intolerancia”.
“Me preocupa que cada día seamos más esclavos de las tecnologías. Se dice que en promedio gastamos cuatro horas diarias al frente del smartphone, pero al tiempo nos quejamos de que ya no tenemos tiempo para leer un libro. El hábito de la lectura ha disminuido de manera brutal. ‘¿Hay solución a la vista?’, me preguntan con frecuencia. Y yo respondo que la solución está en cada uno de nosotros. Pero hay que actuar ya, antes de que nos sorprenda el colapso final”.