¿Estamos cerca de ser un país unido?

¿Estamos cerca de ser un país unido?

"El encanto de la unión nacional no pasa de ser un comportamiento estacional orientado a la forma, a lo superficial y somero pero débil de carácter, ligero de profundidad"

Por: Fabian Camilo Doncel
julio 19, 2018
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¿Estamos cerca de ser un país unido?
Foto: Pixabay

Pareciera que son muchas las cosas que logran unir a los colombianos en un objetivo común, no obstante, los fines que lo logran no tienen raíces profundas ni fuertes, sino que son más bien cosméticas. El encanto de la unión nacional no pasa de ser un comportamiento estacional orientado a la forma, a lo superficial y somero pero débil de carácter, ligero de profundidad. Las manifestaciones más comunes para demostrar este punto están circunscritas en los deportes, en esencia el fútbol con sus camisetas de fabricación alemana; en las artes representadas por cantantes, grupos musicales, obras cinematográficas. En casos menores están relacionadas con nuestra diversidad natural, que persiste contra todo pronóstico a nuestra incansable obstinación por destruirla; de nuestros intelectuales que ignoramos completamente; de nuestros indígenas que consideramos deleznables; nuestros campesinos y productores locales, a quienes hacemos a un lado por comprar productos en grandes superficies de marcas internacionales a pesar de las filas interminables; nuestro café que producimos y exportamos pero que no bebemos; y así sigue la lista. Nos encanta estar orgullosos de lo que no conocemos ni apoyamos.

De los casos mencionados, el que más produce unión cosmética es el fútbol. En parte porque en este deporte es fácil sentirse identificado como país (la selección se llama Colombia) y el contrario es el enemigo a vencer permitiendo que, dentro del imaginario colectivo, es la nación entera la que se encuentra en combate de vida o muerte por meter una pelota en el arco contrario. Si la selección gana un partido, la celebración general es “ganamos” e inmediatamente pasamos a hacer parte de esa selección como si nos hubiera costado el mismo esfuerzo, dedicación y sudor ganar el partido de fútbol. No sucede lo mismo en el ciclismo, el patinaje o el atletismo. Cuando Nairo gana una vuelta es fruto individual de su trabajo. Nos alegra que ellos obtengan una victoria, pero no nos sentimos ganadores nosotros. La celebración general es “Nairo ganó la vuelta a España”. En este caso no nos montamos en el tren (de esos que no hay en Colombia) de la victoria. Sucede igual con las artes y las ciencias. García Márquez fue Nobel de Literatura por su propio talento y lo desconocemos tanto que nuestro actual presidente se atrevió a decir con orgullo que Colombia era Macondo, dejando evidencia histórica innegable de que no leyó la novela o leyó la novela y no la entendió porque si en realidad somos Macondo no hay razón para estar orgullosos de tal desastre.

Ahora bien, ¿qué es lo que nos une como colombianos? Según William Ospina hay dos razones principales que nos unen, pero no pertenecen a nuestro viejo continente americano: el lenguaje y la religión. Tanto el idioma español como el cristianismo, en general, son dos factores que han tenido unificada esta patria desde la colonia y que han sido importados desde continente europeo. Estas dos razones son tan fuertes en el país que hemos desechado lo que sucedió antes del descubrimiento de américa junto con sus pobladores, sus costumbres, sus razas, su cosmovisión; y hoy en día vemos a esos descendientes mendigando pan en las ciudades o muriendo de hambre en sus territorios cada vez más depredados por el progreso occidental sin que nos mueva el corazón un poquito. El honrarás a padre y madre de nuestro credo cristiano no llega más allá de nuestros lazos familiares de primer y segundo grado. Como latinoamericanos también somos descendencia de esa vieja raza indígena de la que no se avergonzaba Gaitán. De ellos también vienen nuestros padres y nuestras madres, pero a ellos no los honramos, y esto es sólo para argumentar un caso particular.

Levantar la voz en Colombia para señalar la injusticia es inmediatamente categorizado como polarizador e incendiario. Tan pronto las razones de la unión tienen como fuente un hecho probado del cual somos todos, en cierta medida, culpables por acciones u omisiones, la reacción principal de la nación es el rechazo y la consecuente toma de bandos separados con matices de guerra civil. Los llamados a la unión para defender intereses reales de la nación (la pacificación del país, la anticorrupción, la justicia, la salud, la educación) producen una reacción contra intuitiva y volvemos a comienzo de todo; prestos para la guerra, pero indolentes para la paz. No hay razones de fondo que logren unificar a la nación más allá de eventos netamente superficiales: llorar cantando un himno nacional en un estadio de fútbol en el extranjero.

Durante la era de los dinosaurios los hombres habrían pensado que la evolución natural debería ser un animal más grande y más fuerte, pero en realidad fue un hombre pensante. En estructura biológica más débil y más pequeño, pero con la capacidad de alterar su medio ambiente y proporcionarse un método de supervivencia por fuera de los usos del poder y la fuerza. Dicen que la evolución del hombre contemporáneo es un ser con un súper cerebro, otra vez más grande, más fuerte y hasta por eso todos los aliens son de cabeza generosa. Para Cristo la evolución del hombre es el espíritu viviente, para Kant la evolución del hombre es la razón pura, para Nietzsche es el súper hombre. Los tres coinciden en que el próximo estadio de evolución del hombre no tiene que ver con su intelecto sino con el amor; origen de la ética, la moral y las reglas sociales de convivencia entre los seres (humanos, animales y vegetales) que habitan el planeta. No se trata de ser más inteligente sino de ser más sabio.

Las bases unificadoras de un país deben tener como piedra angular el amor y el orgullo por todo el conjunto, no solamente por sus partes separadas de tal manera que nuestras acciones diarias consideren el bienestar colectivo sobre el bien individual. Esto requiere una superioridad moral y ética subordinando el interés económico a la dialéctica del amor. Dicen que solo se ama lo que se conoce, y bien puede ser esta la razón por la que no somos una nación unida. Porque no nos conocemos y por tanto tampoco nos amamos.

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