Cada vez más el sistema ratifica su desprecio general frente al medio ambiente. Un ejemplo claro de ello es lo que está pasando en este momento con la pandemia del COVID-19. Ya que reafirma nuestra desconexión con la naturaleza y su relación con la salud de los que vivimos en el planeta tierra.
Desde la Revolución Industrial en el siglo XIX, pero sobre todo desde hace 50 años, nuestro entorno ha sido drásticamente cambiado y transformado por el crecimiento del comercio global, la explosión demográfica y la expansión urbanística. En suma, la unión de estas variables ha propiciado la destrucción y la degradación paulatina de la naturaleza, dada la sobreexplotación de los recursos naturales en un proceso sin comparación en la historia de la humanidad. El Índice de Planeta Vivo Global afirma que existe un desplome medio del 68% de las poblaciones analizadas de aves, reptiles, peces, mamíferos, anfibios en el periodo 1970-2016. Ratificado la precaria salud global de los ecosistemas.
De igual modo, el 75% de la superficie de la tierra que no está cubierta por hielo ha sido significativamente alterada, los mares en promedio están contaminados y se ha perdido por lo menos un 85% de los humedales. Sin olvidar, que el mayor impacto para la biodiversidad ha sido los cambios de los usos del suelo. Reflejando incongruencias entre el uso y la vocación. Precisamente, se han convertido hábitats autóctonos en tierras de monocultivos, por ejemplo, en Colombia, la palma de aceite y en Brasil, la soya.
En consecuencia, la pérdida de biodiversidad no solo es un problema ambiental sino un objetivo para la economía, para la seguridad global como también es un problema ético y moral. En virtud que la biodiversidad es una cuestión de autoprotección. La biodiversidad provee comida, energía, agua, materias primas, medicinas, regula el clima, calidad del agua, polinización, control de inundaciones, de mareas, tornados etc.
Las plantas, por ejemplo, al ser pilares estructurales y ecológicos de todo los seres bióticos y abióticos resultan ser vitales para la salud, la alimentación y el bienestar de los seres humanos. No obstante, existe riesgo de extinción vegetal comparable con la de los mamíferos como de las aves. Se puede afirmar, que la extinción de plantas es el doble que la de los mamíferos, aves y anfibios. Una de cada cinco está amenazada de extinción. Frente a los mares y los ríos se evidencia sobre explotación pesquera, destrucción de hábitats y de los fondos marinos, acidificación del mar, aumento de zonas con poco oxígeno, pérdida de nutrientes, elevada presencia de metales pesados, contaminación acústica, introducción de especies invasoras, alteraciones físicas del lecho marino etc.
La naturaleza en todas sus ramificaciones se relaciona con los humanos. Ya que dialoga con la salud, con los servicios ecosistémicos, con la integridad cultural, así como con la calidad de vida. En particular, la biodiversidad, tal como la conocemos, es vital para la vida humana, pero hay evidencia contundente que la estamos acabando mientras sigamos con el discurso convencional de la economía.
Finiquitando, la economía depende de la naturaleza y solo entendiendo esto y actuando podremos proteger y acrecentar la biodiversidad, sino la extinción está abierta.
Datos tomados de WWF. 2020. Informe Planeta Vivo 2020: Revertir la curva de la pérdida de biodiversidad. Resumen. Almond, R.E.A., Grooten M. y Petersen, T. (Eds). WWF, Gland, Suiza.