Bueno es recordar que, once años después de la Revolución Cubana, llegó al poder un presidente socialista por la vía electoral en Chile: Salvador Allende. Pero cinco años antes de la revolución, en la Guatemala de 1954, había triunfado otro: Jacobo Arbenz. Goulart, clasificado en el mismo redil de la izquierda aguerrida, accedió al mando por la renuncia de Janio Cuadros en Brasil. Sin descolocar la combinación de las formas de lucha, las papeletas sugerían un adiós a las armas. No fue así.
En los tres ejemplos invocados, la inoculación de células colectivistas en el Estado democrático condujo a la caída de los tres presidentes por obra y gracia de tres golpes de cuartel. Fueron los tiempos en que los generales, impregnados de macartismo, resolvieron amancebarse con las presidencias de nuestras repúblicas. El ‘chafarotismo’ nos colocó, como bien dijo Germán Arciniegas, entre la libertad y el miedo.
En Venezuela, un golpista vestido de revolucionario, se alzó, con un guion bien vendido contra la corrupción de adecos y copeyanos, con la casona de Miraflores, y mientras saboreaba las mieles de la gloria imitando a Fidel Castro tapaba su secreción estalinista montado en la democracia electoral, reeligiéndose y manipulando las masas en consultas y referendos, con subsidios y mercaditos. Sin que fueran modelos de tolerancia y garantías para los partidos opositores, sus socios de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador y Nicaragua respetaron ciertos límites.
Democracia y estalinismo se repelen. Por ignorar esta verdad política, Chávez y Maduro le fabricaron a Venezuela un desastre que, en lugar de reivindicaciones, molió sus instituciones y desbarató su sociedad a la sombra de un partido amorfo y con la complicidad de los militares, cuyos apetitos degradaron al mismo sol poniéndole su nombre a un cartel de drogas.
La devaluación del petróleo le quitó los velos al deterioro del aparato burocrático. Aparecieron las deformaciones constitucionales, la cooptación de la Asamblea Nacional y del Tribunal Supremo por el Ejecutivo, aumentó el número de los presos políticos, las expropiaciones se decretaban en las esquinas de Caracas, emascularon a los medios de comunicación y no contaron con que el día que volvió a tocarle el turno a la democracia electoral, en diciembre de 2015, el pueblo saldría al rescate de su soberanía.
Como perdieron el poder más representativo de la democracia formal, Maduro y el Tribunal Supremo apelaron al prevaricato, pero también hallaron talanquera. El descaro, la contumacia y la vulgaridad como estrategia política y recurso diplomático, se agotaron y los países miembros de la OEA tuvieron que atender el llamado de su secretario general para activar la Carta Democrática. Así vio desvanecerse el Socialismo del siglo XXI la impunidad política de que venía gozando.
Los gobiernos de América Latina reaccionaron
contra el estalinismo anacrónico de la Venezuela
que muere de hambre y enfermedades a causa de tanta ineptitud
Tarde, pero aún a tiempo, reaccionaron los gobiernos de América Latina contra el estalinismo anacrónico de la Venezuela que muere de hambre y enfermedades a causa de tanta ineptitud. Obvio, su política es un contrasentido y por eso el hervidero interno llegó a su punto de ebullición. Ya no hay reversa que detenga el daño amasado en nombre de una ortodoxia ideológica arcaica.
Yo no descarto que el campeonato mundial de Venezuela en asesinatos callejeros sea una purga ordenada por el gobierno a furto de la opinión mundial. Esa probabilidad es uno de los aspectos de la realidad venezolana que, de resultar probado, emparejaría los crímenes de Estado con el Archipiélago Gulag y sobrepasaría los refinamientos represivos del general Juan Vicente Gómez, en su tristemente célebre Rotunda.
El señor Maduro no se ha buscado a sí mismo para entender que la vida requiere un día a día que se apecha con lo que llevamos dentro, no con lo que nos dicte un pasado infructuoso y grotesco. En uno de aquellos capítulos densos de Hegel, titulado La ley del corazón y el frenesí de la arrogancia, se contrastaron los ideales de libertad, igualdad, fraternidad con el régimen del terror en que desembocó La Revolución Francesa.
El mismo cuadro clínico de la Revolución Bolivariana.