En el 2016, cuando Donald Trump se apuntaba las elecciones de los EE. UU., escribí una nota que dice casi textualmente que me parecía bien que quedase de presidente para que el ególatra, altivo y prepotente pueblo norteamericano supiera lo que se vive en Latinoamérica con las mismas acciones políticas. Que tuvieran su propio Maduro.
Lo han vivido a lo largo de su ruidoso período presidencial y, estoy seguro, la mayoría de sus seguidores no tienen idea de la verdad que se oculta detrás del señor Trump. Lejos de ser el héroe que pretenden imponer, se oculta un tipo indolente, narcisista, sin escrúpulos, que bombardeó una población de Afganistán con la excusa sin fundamento que era para preservar a su nación, pero en el fondo para demostrar que podía matar personas y dormir tranquilo.
La política exterior de Trump en Latinoamérica ha sido desastrosa y ha puesto en peligro la estabilidad de muchos países, como el nuestro, al que ha dividido igual que lo ha hecho con el suyo.
Hoy día EE. UU. se enfrenta a la vergüenza mundial de parecer un país más entre los países promedios en vías de desarrollo, para no decirles atrasados, que es la real intención del término. Trump y sus ciegos seguidores han demostrado que la democracia es entre los regímenes políticos el más débil e inestables de los regímenes. Siempre está propensa a caer en manos de delincuentes, corruptos, genocidas, dictadores ocultos con la excusa de la democracia hay que defenderla de los comunistas. ¿Cuáles comunistas? ¿Ve algún país considerado comunista sumido en el caos, la miseria, el desempleo, la inestabilidad, el hambre, la anarquía que se vive hoy en los llamados democráticos? La perorata de “convertirse como Venezuela” no aplica por razones ampliamente conocidas.
En otra publicación postrera dije que solo faltaban los paramilitares para que quedase servido el plato y ahí están, los llaman los “niños consentidos de Trump”, rabiosos, violentos, irreflexivos, intolerantes, no conocen, o no toleran la justicia como tal y el concepto de Estado de derecho o la Constitución no tiene valor, sino que se fundamenta en sus ideales.
Hoy día el líder y precursor mundial de la democracia, que se autodenomina el país más poderoso del mundo, está reducido al caos, la intransigencia, el desorden y ad portas de una reacción colectiva sin precedentes de desórdenes y saqueos como cualquier país africano o latinoamericano.
Desde la óptica como nos lo pintaban parecía un país educado, librepensador, con mentalidad avanzada, capaz de imponer el orden, la justicia y la honestidad por encima de toda treta autocrática, dictatorial y fascista. Gracias a Trump salió a relucir la verdad.
Hace días escuché que las ansias de seguir en la presidencia de EE. UU. obedece a varios factores, entre ellos el narcotráfico desde Latinoamérica, cosa que puede o no puede ser, aunque la fundamental podría ser evitar ser enjuiciado por diferentes delitos que, menos mal, todavía en EE. UU. la justicia cumple su rol por encima de los caprichos personales de nadie, así se llame presidente. No es como en algunos países latinos de América, donde el presidente se comporta como propietario de todas las ramas del poder.