El presidente de Colombia, Iván Duque Márquez, dijo que “el levantamiento de las sanciones representa un triunfo de la resistencia democrática venezolana y, además, es un triunfo del cerco diplomático”.
Cuando leí esta declaración de inmediato mi memoria recordó las imágenes del circo que armó con el autoproclamado presidente venezolano Juan Guaidó, el secretario de la OEA, Luis Almagro y otros líderes del Grupo de Lima en la frontera con Venezuela.
Duque, revestido de una aureola de reyezuelo sin corona de la ultraderecha latinoamericana, dijo: “le quedan muy pocas horas a la dictadura de Venezuela” y de inmediato explotaron en júbilo las hordas de ultraderecha del partido Centro Democrático (CD). Han transcurrido más de tres años y Nicolás Maduro sigue atornillado en la silla presidencial en el Palacio de Miraflores.
Fue un acto desafiante y ridículo de injerencia en los asuntos políticos de un país soberano solo por servir de cachorro de los intereses estratégicos de la ultraderecha republicana de los círculos de poderes de los evangelistas sionistas de la administración de Donald Trump y de los empresarios y políticos cubanoamericanos, liderado por el senador del Estado de la Florida, Marco Rubio.
Después del oso diplomático, la comitiva de Duque y los halcones del partido de gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez regresaron a Bogotá, derrotados y con los rabos entre las piernas.
He sido crítico del régimen de Maduro, dado que no comparto algunas de sus políticas. Sin embargo, resulta interesante poner en contexto la política del CD, en torno a la política estadounidense.
Ahora el presidente Duque busca demostrar que el cambio del gobierno de Biden con respecto al régimen de Maduro como un logro del Grupo de Lima, una manera hábil de ocultar la derrota en la lucha política y diplomática de su administración y de su partido contra la permanencia en el poder de Maduro.
En las elecciones de 2008, cuando Barack Obama, como candidato del partido demócrata, disputó la presidencia con el aspirante republicano, John McCain, la administración del expresidente Uribe desplazó a Estados Unidos delegaciones de seguidores para hacer campaña a favor de McCain.
En la campaña de reelección de Obama en 2012 también los seguidores del expresidente colombiano Uribe hicieron proselitismo a favor del candidato republicano Mitt Romney, y se opusieron con despliegues en los medios de comunicación a los cambios de la política de administración de Obama con respecto a Cuba y Venezuela.
El mismo libreto siguieron aplicando en la campaña electoral del 2016, cuando Donald Trump como candidato republicano se enfrentó en la carrera por la Casa Blanca con la aspirante demócrata Hilary Clinton. El CD se subió al bus electoral de los republicanos y la bandera principal fue oponerse de manera frontal al proceso del proceso de paz con las Farc del gobierno de Juan Manuel Santos por el apoyo que tenía de Cuba y Venezuela.
Cuando Trump asumió el poder respaldaron los cambios de las políticas demócratas frente a Cuba, las de sanciones contra el gobierno venezolano y aplaudieron que suspendiera las compras del petróleo y el gas a Venezuela.
En la disputa presidencial de 2020 apoyaron la campaña de reelección de Trump y estuvieron abiertamente en contra de las aspiraciones del actual presidente Joe Biden.
Por lo tanto, las relaciones entre los gobiernos de Biden y Duque han sido distantes. Indudablemente, ha sido la crisis energética mundial como consecuencia de los efectos de las sanciones contra Rusia por la invasión a Ucrania que han generado un viraje en las relaciones de la administración de Biden con respecto a Colombia y Venezuela por las riquezas de carbón, petróleo y gas.
En conclusión: el cambio de la política de Biden respecto a Venezuela no obedece a la presión del Grupo de Lima, sino a los intereses estratégicos de Estados Unidos sobre sus riquezas petrolera y gasíferas, claves para suministrar energía a Europa y sacudirla de la dependencia energética de Rusia.