Bajo la óptica de muchos latinoamericanos, Estados Unidos suele albergar la poca popular reputación de ser un país intervencionista. No es para menos, más si recordamos la serie de acciones que se han llevado a cabo en el continente para favorecer sus intereses. Solo para hacerse una idea, entre los países que han sido blanco de la acción estadounidense se encuentran: Cuba, Panamá, Nicaragua, México, Haití, República Dominicana, Guatemala o Granada. En total, según el artículo United States Interventions del Harvard Review of Latin America, se registran hasta el día de hoy 76 intervenciones, de las cuales 49 han sido directas y 27 indirectas.
Sobre los tipos de intervenciones se dividen entre directas o indirectas, aclarando que las primeras han sido en las que Estados Unidos ha enviado tropas, ejercido acciones diplomáticas o realizado bloqueos económicos. En el caso de las indirectas, son las operaciones que hasta ahora se conocen y que han sido desclasificadas, en donde se han depuesto presidentes, se han llevado a cabo intentos de asesinato, entre otras acciones clandestinas.
Ahora bien, no siempre el país del norte ha sido intervencionista “para mal”. Podemos abordar como ejemplo las veces que Estados Unidos entró a resolver conflictos sin realizar las acciones antes mencionadas y bajo el prisma del “realismo”, una línea de pensamiento dentro de las relaciones internacionales cuya principal característica es que los países en el sistema internacional luchan por la supremacía alimentada por el deseo inherente y casi insaciable del hombre por el poder.
El primer caso que podemos tomar como ejemplo ocurrió el 28 de agosto de 1905 en el puerto de Portsmouth, New Hampshire, lugar donde Estados Unidos actúa e interviene como juez en el conflicto entre una Rusia vencida y un Japón victorioso con ambición territorial, mejor conocido como el Taft-Katsura Agreement. En este episodio, más conocido como memorando que como acuerdo, Estados Unidos ejerce un papel mediador de un conflicto entre dos imperios, hecho que le hizo ganar un Premio Nobel de Paz a Theodore Roosevelt.
Un segundo caso, y mucho más conocido, data del 8 de enero de 1918 en París, cuando el presidente Woodrow Wilson presenta los 14 puntos para anexarlos al Tratado de Versalles, exhibiendo así un Estados Unidos idealista y que sale del aislacionismo para convertirse en un importante actor político internacional. Lo lamentable de esta iniciativa fue que las potencias europeas preponderaran en mutuo acuerdo el debilitamiento (físico y psicológico) de los alemanes y no la búsqueda de una paz estable y duradera para el continente, hecho que propició la salida del tratado por parte de Estados Unidos y dio pie a que consecuentemente se fueran construyendo las bases argumentativas que en menos de dos décadas darían el resultado en el impacto social, económico y político para el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial.
Por ende, el papel desempeñado por Estados Unidos en estos dos escenarios expuestos no será él mismo en los años consecuentes. Hoy día, se estigmatiza o se cuestiona su accionar, esto explicado por las decisiones y acciones de su élite política, empresarial y financiera como siempre categoriza en sus escritos Noam Chomsky, sucumbida bajo lo que Dwight Eisenhower denominaba como un “Complejo Industrial-Militar” que impulsa cada día a este país a la necesidad de ejercer el papel de gran actor hegemónico mundial.