Los Estados Unidos están en un estado de preguerra civil, agitado todo ello por un Partido Demócrata que ha sido agresivamente cooptado por la izquierda radical globalista. Su agenda es clara y despiadada: han generado el caos y la subversión a través de grupos radicales y pseudoterroristas que buscan acabar con las tradiciones más entrañables de la gran Unión Americana y reescribir la historia. Black Lives Matter y Antifa son solamente dos patentes y sombríos ejemplos de ello.
Es también absolutamente claro que estas oscuras fuerzas están al servicio de la élite globalista financiera, es decir, los verdaderos amos de este mundo. Para cumplir con su agenda final de dominación (neoliberalismo a ultranza, globalización completa, suplantación de los valores tradicionales, entre otros), esta élite necesita darle la estocada final al concepto de Estado-Nación, y el primer paso para ello es desestabilizar e incluso acabar con el más fiel y poderoso representante de este concepto inherente a la civilización occidental: los Estados Unidos de América.
Hasta marzo del año en curso, la reelección del presidente Donald J. Trump era inevitable, puesto que a pesar de todas las polémicas que rodean la figura del líder republicano, el hecho irrefutable era que había logrado consolidar a su país como la imparable locomotora del crecimiento económico mundial, y los niveles de desempleo en esa nación eran los más bajos del último siglo, y si hay algo que defina el criterio de decantación electoral para los votantes americanos es precisamente la economía. Trump era imparable, y los globalistas, los demócratas e izquierdistas radicales lo sabían. Todo parecía perdido para ellos, y entonces, de repente, "salido de la nada", llegó el COVID-19, y la "suerte" cambió dramáticamente...
Ahora bien, el panorama es complejo y ciertamente turbio. La guerra civil parece inexorable. Trump y sus más acérrimos partidarios aún creen que la victoria en noviembre es posible, apelando a la carta de la "mayoría silenciosa". Si esto se diera, si en un magistral golpe de mano Trump lograse la reelección, el otro hecho inevitable será que las fuerzas vasallas de la élite globalista intensificarán su estrategia de insurrección, caos, violencia y terrorismo doméstico en un último y feroz intento por derrocar al presidente Trump y derribar por completo al actual sistema democrático, político y socioeconómico estadounidense. Incluso, no sería para nada descartable un intento de asesinato contra el reelecto presidente. Esto los llevaría a un inexorable camino de confrontación con las hasta ahora silenciosas pero no por ello inexistentes o débiles fuerzas nacionalistas estadounidenses, y la guerra civil estallará.
En igual sentido, si los que llegan a ganar las elecciones en noviembre son Biden y sus amos de la izquierda radical globalista, es obvio que, una vez en el poder, estos van a intentar materializar a rajatabla y sin contemplaciones su intransigible agenda, de la mano de personajes claramente antiamericanos y antioccidentales como Ocasio-Cortes, Ilhan Omar, Nancy Pelosi, por mencionar solo algunos nombres. Esto obviamente desembocaría en la activación de las células y grupos de ideología firmemente nacionalista y patriota irrigados a lo largo y ancho de la Unión Americana, familiarizados y entrenados en el uso de las armas y en tácticas de combate asimétrico, y finalmente el estallido de la guerra civil será francamente irreversible.
Cabe anotar que estos grupos nacionalistas se han mantenido hasta el momento en actitud vigilante, al acecho, expectantes. Su señal definitiva de movilización serían el triunfo izquierdista en noviembre o un asesinato del presidente Trump.
Es por todo ello que es válida la reiteración de que lo que ocurra el próximo 3 de noviembre en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, será ni más ni menos que el punto de inflexión para el agonizante sistema actual de cosas, y para el parto del nuevo mundo.