Para el modo de producción capitalista prevaleciente en todo el mundo, el móvil fundamental es la máxima ganancia del capital. Pero se deben tener en cuenta las etapas por las que ha atravesado el sistema, todas con diferencias marcadas. A fines del siglo XVIII y principios del XIX, con la Revolución Industrial, el capitalismo está en la fase de libre competencia o concurrencia, en la cual hay gran cantidad de productores y predominan el capital comercial y el industrial, siendo un periodo ascendente y progresista. Luego de las crisis recurrentes de superproducción durante el siglo XIX, se presenta el fenómeno de la concentración de capitales, que va dando como resultado la fase monopolista, la aparición de grandes trust y la predominancia del capital financiero, lo cual ocurre a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta es una época de lucha por el reparto del mundo que genera dos guerras mundiales, hasta ahora.
En el reciente Foro Mundial Económico de Davos, uno de los temas centrales fue el de la impresionante desigualdad en el mundo. Según Oxfam, apenas 26 multibillonarios ostentan más riquezas que 3.600 millones de habitantes del planeta. Pero ¿cuál es la forma de buscar una redistribución de los ingresos? Davos apela a la filantropía y a que los grandes cacaos del mundo refrenen sus ansias de riqueza. Incluso Piketty habla de un impuesto global a los súper ricos. Pero la fiebre no está en las sábanas. La maximización de utilidades de los grandes consorcios trasnacionales no es un asunto de voluntad individual sino algo intrínseco e inherente al sistema capitalista. Milton Friedman afirmaba sin tapujos que el afán principal de un gerente no es otro que el de obtener las máximas ganancias para los socios de las empresas.
La otra tendencia predominante en el sistema económico actual es el de una superproducción caótica que lleva a nuevas crisis recurrentes en el marco de la globalización neoliberal, con dos caras contradictorias: primero, los excedentes de producción se presentan en las naciones más desarrolladas como Estados Unidos, Unión Europea, Japón y ahora Rusia y China, las cuales se disputan los mercados de materias primas y áreas de influencia. Segundo, en los países de menor desarrollo de América Latina, África y Asia, la crisis no es por exceso, sino por carencia, por falta de producción. Allí, el desarrollo de las fuerzas productivas está atascado por las relaciones sociales de producción tan desiguales hoy en el mundo. En este contexto, es Estados Unidos la superpotencia más agresiva, de mayor poderío económico y militar, con ochocientas bases militares por todo el mundo y un complejo industrial-militar que copa buena parte del PIB. Por eso es el imperio más agresivo que haya existido y la principal fuente de amenaza a la estabilidad y la paz mundiales.
Países como Colombia se encuentran atrapados en esta realidad. Estados Unidos hincó sus garras en nuestro territorio desde 1903, cuando nos arrebató el Istmo de Panamá y desde entonces se ha ensañado con el saqueo de nuestros abundantes recursos naturales y fuerza de trabajo. Para lograr el progreso social se hace entonces indispensable alcanzar la soberanía económica para desarrollar nuestra producción nacional con un mercado interno para nuestros empresarios y no para los foráneos, como ocurre hoy. Todo en el marco de una economía de mercado, como lo propone el senador Robledo, aspirante a la Presidencia de la República: un Pacto Nacional por la creación de riqueza, cero corrupción, empleo digno, salud y educación públicas y de calidad.