En la nación americana la polarización está atizada como un enorme incendio que amenaza con quemar a todo el país en su paso. La situación es agravada cada día y cada hora por cuenta de un presidente que no ha hecho más que incrementar más la angustia y aprovecharse de ella para ganar unas elecciones que pueden percibirse en una dualidad entre la continuidad del caos o la salvación de él.
De un lado, tenemos a un presidente incendiario, temerario y que amenaza la democracia cada vez que abre su boca. Alguien que ha demostrado que hace lo que tenga que necesario con tal de llevar a la enorme nación del norte hacia un precipicio con consecuencias inevitables. Alguien que, inclusive entre sus colaboradores cercanos, genera miedo de inestabilidad gubernamental. Alguien que ataca solamente al país y a sus conciudadanos. Alguien que tuvo la osadía de desafiar al pandémico virus del COVID-19 y hoy tiene a un país con miles de muertos y millones de enfermos. Un hombre que no acepta sus errores aun sabiendo que solo cuesta tener una vista amplia y verlos por sí mismos, errores que siempre según él terminan siendo cometidos por los medios y los demócratas, teorías totalmente vanas y creídas por cientos de muchos que creen en sus palabras tórridas.
De otro lado, tenemos a un candidato demócrata que promete salvar al pueblo del caos, un hombre que le hará frente a los embates dejados por el presidente Trump, y que tendrá que revertir muchos de los daños causados que pusieron en jaque a la diplomacia y a la importancia estadounidense en el mundo. Un candidato septuagenario pero que se presenta como una alternativa verdadera para arreglar los desastres del mandatario. Alguien a quien muchos califican como comunista, cuando en realidad es un hombre más del establecimiento demócrata, un centrista que inclusive comparte posiciones de derecha moderada; así que los apelativos de comunista o socialista quedan en el aire cuando se controvierten con hechos, otra estrategia asquerosa de su contrincante que sabe que no llegaría a la presidencia con propuestas fuertes sino con propaganda injuriosa e inclusive calumniosa que tergiversa el verdadero sentir de la democracia.
Estas elecciones son más que unos simples comicios, son un referendo a la gestión gubernamental de turno en la pandemia, en la contención y en el diálogo en las protestas raciales, en el bajo nivel de la economía, en su política externa resquebrajada, además de los escándalos personales que afectan al propio presidente.
En estas elecciones vale la pena mirar propuestas, no solamente a los actores. También, hacer un análisis programático y no dejarse llevar por términos como comunista o dormilón, por calumnias de lado y lado, ni por debates horripilantes. Solo hay que ver la contienda electoral como una disputa entre programas y propuestas, donde deberá ser elegido quien esté más capacitado para enfrentar los duros retos de dirigir Estados Unidos. Eso debemos verlo ahora más que nunca. Estas elecciones nos afectan a todos por igual. La decisión de EE. UU. importa hoy más que nunca y créanme cuando les digo que hay una dualidad: estabilidad o muerte.