El surgimiento del Estado Islámico en un tercio del territorio de Irak y Siria ha desatado un rompecabezas para sus tambaleantes gobiernos. De hecho, ambos gobiernos no solo afrontan los desafíos que implica combatir militarmente a este grupo de yihadistas suníes, sino las amenazas que encarna para sus existencias como Estados.
Además del efecto dominó, puede desencadenar sus acciones sanguinarias en la estabilidad política del Medio Oriente, una región gobernada por regímenes autocráticos con características comunes: abusos de poder, marginalidad, pobreza y restricciones a las libertades ciudadanas que han originado el levantamiento de nuevos grupos de yihadistas.
Un grupo extremista como EI se constituye una amenaza para aquellas autocracias, cuyos líderes viven en la opulencia, mientras los pueblos languidecen de hambre. Por eso, las luchas por el poder son sangrientas y bestiales. En Irak busca impedir que el gobierno chiíta gobierne zonas del centro y norte dominadas ancestralmente por suníes. La fortaleza económica y la capacidad militar que ha adquirido para reclutar cerca de 70 mil yihadistas suníes de la región, y de los suburbios del mundo, lo ha convertido en una temible amenaza para las autocracias y para los intereses de las potencias occidentales en el Medio Oriente.
El EI es una organización sunita, que fue armada, entrenada y financiada por Arabia Saudita, Estados Unidos y Francia como estrategia para enfrentar el expansionismo chiíta de Irán. Pero ahora el EI con los brutales atentados en París, y sus terroríficas ejecuciones se ha convertido en un engendro diabólico y ha movido el péndulo de la geopolítica internacional hacia el Medio Oriente.
El EI no solo tiene en aprietos los maltrechos gobiernos de Irak y Siria, donde controla extensos territorios estratégicos que poseen grandes reservas de petróleo, zonas preponderantes dentro del mapa petrolero mundial y clave para los intereses estratégicos de potencias occidentales en el Medio Oriente. En Irak controla cinco campos petroleros, refinerías y una central hidroeléctrica y de abastecimiento de agua. En Siria domina otros tres grandes pozos petroleros y refinerías, que producen miles de barriles diarios petróleo, que sacan de contrabando por la frontera con Turquía. El gran dilema para la coalición que ha conformado Estados Unidos, la UE, Rusia y los países árabes para combatir el IE es que cómo convertir en aliados estratégicos ahora a grupos extremistas que el pasado combatieron. Un conflicto que no es nuevo en la política exterior de las potencias, especialmente Estados Unidos, Francia e Inglaterra de asociarse con grupos extremistas para combatir a otros, al igual que con países que patrocinan organizaciones fundamentalistas.
El surgimiento del EI es el resultado de las tensiones políticas que generó la invasión de Estados Unidos a Irak y su desastrosa política que aplicó cuando depuso la dictadura de la minoría suníes de Hussein y llevó al poder a la mayoría chiíes. Estados Unidos, con el derrocamiento de Hussein, buscó reconfigurar los poderes chiíes en la región para blindar sus intereses estratégicos, pero salió trasquilado.
El derrocamiento de la dictadura sunita que había reprimido durante dos decenios a los chiítas y el ascenso al poder de estos últimos, incrementaron más rivalidades entre esas dos divisiones del islam. Enfrentamientos que han originado el surgimiento de nuevos grupos yihadistas suníes contra las políticas chiítas y uno de ellos es el EI.
Obviamente que los sunitas y chiítas no son doctrinas islamistas monolíticas, sino que dentro de ellos existen rivalidades entre sectores radicales y moderados por intereses políticos y económicos propios de las particularidades de cada país. Rivalidades que Estados Unidos y otras potencias manipulan para configurar un mapa político regional de acuerdo con sus intereses económicos y geoestratégicos.
La guerra en Irak, la Primavera Árabe y los conflictos en Libia y Siria no solo han generado una profunda inestabilidad política en Medio Oriente, sino que han alimentado nuevo tipo de conflictos y más grupos yihadistas suníes con células externas en Estados Unidos y Europa. Células conformadas por jóvenes que, a pesar que haber nacidos en aquellos países, son discriminados y excluidos por la xenofobia contra de los inmigrantes musulmanes. Muchos de esos jóvenes se sienten identificados con el EI, donde pueden obtener una nueva identidad y ser reconocidos como parte integral de una sociedad incluyente.
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