Estable y duradera
Opinión

Estable y duradera

A punto de construir la paz, deberíamos tomarnos en serio las lecciones y las perspectivas que nos ofrece la Gran Historia

Por:
febrero 01, 2016
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Hace poco tuve la oportunidad de participar en una interesante conversación, auspiciada por el Banco de la República en el marco del Hay Festival Cartagena, con Yuval Harari, autor del libro De animales a dioses (sapiens): Una breve historia de la humanidad, texto que se inscribe dentro de la corriente de la Gran Historia.

La Gran Historia retoma las preguntas perennes de la humanidad —de dónde venimos, quiénes somos, hacia dónde vamos— pero intenta formular respuestas basadas en una síntesis de los hallazgos más firmes que ofrecen las ciencias naturales y sociales contemporáneas.

Esta búsqueda de extensas pautas, grandes estructuras y profundos mecanismos conduce a que —como bien lo plantea David Christian en su magnífico libro Mapas del tiempo (que es el que yo uso en mis clases) — los practicantes de la Gran Historia deban encarar necesariamente los riesgos que implica atreverse a formular explicaciones e interpretaciones sobre fenómenos de tan largo aliento, extrema complejidad, y sobre los cuales aún existen tremendos vacíos de conocimiento.

Creo que, aunque a veces falla en la forma de encarar dichos riesgos, el polémico libro de Harari logra uno de los objetivos esenciales de la Gran Historia: abrir nuevamente la mente de las personas a las profundas e importantes preguntas que nos definen como seres humanos.

En un momento tan crucial como el que vivimos hoy en día, las maravillosas e increíblemente diversas narraciones mediante las cuales la humanidad se ha respondido tradicionalmente tales preguntas no son necesarias ni suficientes.

No son necesarias porque la conciencia sobre la enorme multiplicidad de saberes científicos y ancestrales nos libera del yugo de tener que creer en una única historia, en un dogma que seguramente nos hemos visto inconscientemente obligados a aceptar como herencia, por el solo hecho casual de haber nacido en un contexto cultural determinado. Y no son suficientes, porque los enormes retos que nos abocan hoy como comunidad global exigen que levantemos nuestras miradas más allá del horizonte que nos impone la, conveniente pero para muy pocos, fuerza atractiva de nuestras identidades parroquiales.

Son éstos tiempos en los cuales adquiere cada vez mayor sentido el lema de “piensa globalmente, actúa localmente”. Aunque el énfasis de los debates en torno a tal lema ha solido ponerse más en los contenciosos significados abstractos de las palabras global y local, hoy es tiempo de poner el énfasis en los significados más prácticos de las palabras piensa y actúa.

¿Qué significa “estable y duradera”?
¿Qué condiciones institucionales, estructurales, organizacionales y culturales
se requieren para producir equilibrios políticos y económicos de tal naturaleza?

Y en Colombia, un país a punto de embarcarse en la tremendamente importante tarea de construir una paz que sea —como lo expresa el acuerdo en torno al cual giran las actuales negociaciones de La Habana— realmente estable y duradera, deberíamos tomarnos en serio las lecciones y las perspectivas que nos ofrece la Gran Historia. ¿Qué significa “estable y duradera”? ¿Qué condiciones institucionales, estructurales, organizacionales y culturales se requieren para producir equilibrios políticos y económicos de tal naturaleza? ¿Hay experiencias históricas que iluminen ese largo plazo imaginado que queremos materializar los colombianos? ¿Es este un momento macro-histórico internacional, nacional y regional propicio para que Colombia pueda pensar por fin en abrir —o crear— esa posibilidad?

Siempre me asombro con las reflexiones que emergen cuando conversamos con mis estudiantes —a escasa hora y media de los Montes de María, escenario de una de las mayores tragedias humanas que ha causado el conflicto armado colombiano— en torno a textos como el de este fragmento:

“Para los grupos privilegiados cuyos ingresos procedían cada vez más del comercio… procurar tierra a los campesinos no era ya de vital importancia. Como los terratenientes tenían ahora fuentes de ingresos que no dependían del trabajo de los campesinos, podían perfectamente… sustituir a los campesinos por [animales] y seguir adelante. A consecuencia de estos cambios, los estados, los terratenientes e incluso algunos campesinos ricos empezaron a ver la tierra como una fuente de beneficios comerciales y no como una fuente de productos y alimentos. Los gobiernos… fomentaron la comercialización de la tierra… La suspensión del tradicional derecho de los campesinos a la tierra, poniendo cercas en los campos, acabó con el campesinado tradicional. En otras partes los campesinos iban perdiendo la tierra ante presiones más lentas y a veces más lacerantes, como los impuestos, las deudas, las malas cosechas y la escasez de tierra…”

No les digo de dónde lo saqué ni de qué se trata ;-) ¿Será Europa en el siglo dieciséis? ¿Será Latinoamérica en el siglo diecinueve? ¿O será Colombia en pleno siglo veintiuno, intentando construir “una paz estable y duradera” en medio de la tensión entre quienes impulsan Zidres y alianzas productivas, y quienes defienden una verdadera reforma agraria, y la protección de los territorios étnicos y de las zonas de reserva campesina?

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