Nadie estaba preparado para afrontar esta pandemia. Una vez puesta en escena, el aislamiento social fue el "mejor" y casi que único instrumento para evitar su expansión, así que su uso indiscriminado se aplicó con más o menos rigor en todos los territorios, en el caso colombiano, independientemente de si había o no riesgo inminente de contagio.
Este aislamiento, puesto de esta manera y pasados ya más de 50 días, ha mitigado la expansión del COVID-19 y protegido la vida de un riesgo físico, pero ha desatado inevitablemente un virus más peligroso que en silencio está afectando gravemente la salud mental de la población aislada, que nadie sabe aún cómo mitigar. Soledad, ansiedad, desesperanza, miedo, no futuro, irritabilidad y hasta el suicidio son algunas de sus expresiones.
Ahora, independientemente de estos virus biológicos y mentales que están afectando simultáneamente tanto el cuerpo como la mente y el alma de la población, se suma otro tan o más mortífero que los anteriores, por su inmediatez básica, que es el hambre física. Si no hay salud, no hay trabajo. Si no hay trabajo, no hay ingresos. Si no hay ingresos, no hay comida. Si no hay comida...
Haciendo un simple símil, ¿qué ocurre en una gran represa, de aquellas que en condiciones normales nos surten de energía, cuando el agua en ella contenida y comprimida no tiene un buen manejo y desagüe, que le permita expulsar los excedentes del preciado líquido y desfogarse? Por algún lugar tiene que romperse y desbordarse con todo que ello implica cuando miles de metros cúbicos comiencen a arrasar con los campos, pueblos y ciudades que estén en su alocado camino y las que no, por el aumento inusitado del caudal de ríos y quebradas que los circunde. Es lo que está a punto de ocurrir en nuestra sociedad indefectiblemente, porque el virus del covid-19, el aislamiento social, los virus mentales y el hambre, no vislumbran una salida ni ahora ni después. Somos una sociedad reactiva, con un empresariado débil y llorón y con una dirigencia insensible y torpe que sobre vive del día a día.
Hecha esta reflexión y si hemos de morir, hagámoslo con las botas puestas, poniéndole responsablemente la cara a los problemas y que no sorprenda escondidos, acobardados y con hambre. Que la muerte, si ha de llegar, que nos coja confesados.