Llega el final de este año 2020. Un año que nos ha hecho mirar la vida de forma diferente. Un año de zozobras, de inquietudes, de dolor, y de la convivencia con mal que ha llenado de miedo y de llanto al planeta.
Será en esa oportunidad, una celebración asordinada por la incertidumbre de lo que llegará, de lo que traerá a futuro para el colectivo planetario, la ciencia en la búsqueda por terminar con el virus que se esconde en todos los lugares, o por lo menos, minimizar su efecto letal sobre los seres que habitamos este planeta.
Cientos de vidas silenciadas por el extraño virus que llegó para poner a temblar el mundo, para arrebatar, desde su pequeñez, miles de vidas en un zarpazo inmisericorde sobre la humanidad.
Ojalá esta navidad sirva para una reflexión real sobre el comportamiento de los seres humanos con la casa que nos ha tocado en suerte vivir, recapacitemos para que tengamos un poco de conmiseración con este planeta que lentamente destruimos desde la arrogancia de la industrialización desmedida y en tantas formas inútil. Para que entendamos que el viaje corto que nos da lo que llamamos vida sea para hacer más amable la estadía sobre nuestro terruño que gira perdido en el espacio.
Y aquí estamos, olvidando por instantes la realidad que nos circunda, para dejarnos contagiar del llamado “espíritu navideño”, una época en que nos mostramos buenos, generosos y amables. Un tiempo en el que dejamos de lado los acontecimientos adversos para celebrar el hecho de estar vivos, de tener una familia, de contar con amigos, en definitiva, de formar parte de esta raza única que se llama humanidad y que por momentos se nos olvida que somos solamente pequeños pobladores de la tierra y que nos necesitamos unos a otros para que sea mejor la existencia.
Este diciembre, es verdad, no será lo mismo. En muchos hogares nos dolerá la ausencia de quienes han partido por culpa de la pandemia, o por otras razones. Nos arrinconará la incertidumbre de ese futuro que se asoma rotulado como 2021. Nos dará esperanza lo que la ciencia aporte para combatir esa amenaza llamada COVID-19. Nos acongojará la desigualdad que parece que cada vez nos distancia más como hermanos del planeta.
Pero a pesar de todo, por encima del miedo, con un extraño temblor al alzar la copa para despedir este 2020, agradeceremos el hecho de existir y poder estar escuchando las doce campanadas que marcan el final de este año.
Esperamos que la vida nos dé vida para continuar, para seguir el viaje que al nacer empezamos y que no sabemos cuándo sea su final, pero mientras tanto aquí estamos para decir presente, para desde la tinta que se vuelve palabras, seguir testimoniando nuestra presencia y nuestro deseo de que entre todos podamos construir un mundo mejor.