Dicen los más entendidos en asuntos de misticismo que el aleteo de una mariposa en Sacramento, Estados Unidos, puede provocar un tsunami en el Japón. Este principio, llamado comúnmente ley de causa y efecto, tratado generosamente por la filosofía hermética a comienzos de la historia egipcia pierde un poco de solidez ante la teoría de incertidumbre o principio de indeterminación, planteada en 1927 por Werner Heisenberg, físico alemán y premio Nobel a los 31 años de edad.
El principio de incertidumbre, entre otras cosas, sostiene: "...es imposible medir simultáneamente de forma precisa la posición y el momento lineal de una partícula, por ejemplo, un electrón. El principio, también conocido como principio de indeterminación, afirma igualmente que si se determina con mayor precisión una de las cantidades, se perderá precisión en la medida de la otra, y que el producto de ambas incertidumbres nunca puede ser menor que la constante de Planck, llamada así en honor del físico alemán Max Planck...".
Dando fe a la ley de causa y efecto, trazada por Hermes Trismegisto, podemos afirmar que, a pesar del principio de incertidumbre, todo lo que está aconteciendo en el globo terráqueo (los tsunamis, los Wilma, los Katrina, los Iota, el fenómeno de la niña, los terremotos en Pakistán y en México...) tarde o temprano ocurrirá en Cartagena. Las sequías, las inundaciones, el fenómeno de invernadero, etcétera, son el efecto de causas bien conocidas: la contaminación ambiental, las pruebas nucleares, el exterminio de algunas especies, el holocausto judío, la guerra en Siria, el jugar a los dados con el universo, puesto que para la física cuántica todo está vivamente interconectado.
El hombre juega a ser Dios y en ese juego trata a la naturaleza como objeto y no como sujeto, negándole su función de madre pensante y reflexiva. Extirpa de ella (como si fuera un aborto) las bondades del petróleo, explota los recursos desmedidamente, le quita la tierra, se la quita a los indígenas del Cauca, destruye la capa de ozono o hace prácticas submarinas, que causan, tal vez, los huracanes que van registrados en la temporada última.
El planeta Tierra, como organismo vivo y pensante, trata de acomodarse, de autorregularse en medio de sus intentos de equilibrio y ordenamiento, tal como lo hace el cuerpo humano cuando padece insuficiencias cardiacas o sufre desequilibrios en el sistema nervioso. De allí los temblores, los terremotos, los maremotos, el calentamiento global: ya ni siquiera en Cartagena es posible determinar el clima por simple observación.
Lo más apremiante, hablando de nuestra Colombia, es preguntarnos si las ciudades del país están preparadas para un terremoto, para inundaciones futuras, para incendios, para escasez —como en la isla de San Andrés— de agua o de suministro eléctrico. Nuestra ventaja —y también desventaja— es estar cerca y lejos del mar. Sin embargo, cuando se rompe el cielo, cuando llueve con la furia de Poseidón y Eolo juntos, como ha ocurrido en los últimos días, Colombia se inunda, parece un río, se vuelve navegable. ¿Está Colombia preparada para el efecto mariposa, para el aleteo de un cucarrón?