Me quieren embaucar con la oración: “La paz de Santos”. Insisten en que crea que la paz es un artículo que Santos compró en algún almacén o en el mercado de las pulgas y que guardó en su casa para usarlo como adorno y posar de estadista cuando lo visitan sus amigos o para ganar aplausos y premios en el extranjero.
No descansan al asegurar que esa paz era del exclusivo interés de Santos y que la intentó sólo para poner su nombre en la historia y el dinero de un premio internacional en una de sus cuentas personales.
Quieren que les crea cuando aseguran que “la paz de Santos” es sólo de él y de nadie más.
Lo que yo creo es que la paz es mía. Es de Pedro, Jacinto y José. De Bernababé y Muchilanga. Y de Carolina, Julieta y Sofía.
La paz es de todos. Santos fue sólo un accidente en su camino.
No tengo la culpa, (y no me importa) si los tiros, las detonaciones, las incontables tomas de la guerrilla de las Farc y los secuestros infames ya no se oyen ni afectan la casa de la familia de Santos, o la de Uribe o la de Londoño o la de Cabal, me importa que no se escuchan en la mía y que ya no afectan a los míos.
Me importa que ya no veo los sangrantes titulares de prensa de las masacres multiplicadas en todo el territorio nacional y que el humo de la guerra, como dijo el Procurador, “no oculte más la verdadera dimensión de la corrupción”.
Si alguien está dispuesto a confundir un condón con un bus articulado de Trasmilenio, allá él. Yo no confundo las propiedades de Santos con los logros y necesidades de Colombia.
Tampoco le trago entero a quienes pregonan a los cuatro vientos las inconveniencias de la paz y la importancia de volver a la guerra.
Quería la paz desde que tengo conciencia de mí mismo y ahora que ha llegado. Ahora que tengo la evidencia de los actos de paz de uno de los actores más crueles del conflicto armado en Colombia.
Ahora que no volví a escuchar los estertores de la guerra y sus gritos ahogados en el llanto de las madres. Ahora que no he vuelto a ver los cuerpos de los jóvenes campesinos, afrodescendientes e indígenas ingresar muertos en las bolsas negras de la guerra.
Ahora que los antiguos guerreros se preparan para ser padres y no combatientes. Ahora, preciso ahora, no dejaré que me arrebaten la paz presentándomela como si fuera de otro.
Esta paz es mía: la soñé, la intenté, la imaginé, trabajé por ella y ahora que la tengo, no me la quitará ningún embaucador con el artilugio político en el que me quieren meter cuando aseguran que no es una verdadera paz y que no es mía sino de Santos.
Váyanse con su embeleco a otra parte. Esta paz es mía... y de Carolina, Julieta y Sofía.