Está más dormido que los muertos de Cali

Está más dormido que los muertos de Cali

Crónica de dos tragedias: una humanitaria en la actualidad, y la otra apocalíptica el 7 de agosto de 1956. ¿Cuándo dejarán de ensañarse contra la juventud?

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
agosto 06, 2021
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Está más dormido que los muertos de Cali
Foto: Natalia Prieto

La frase que da título a esta breve crónica era muy usada en nuestro país. Hasta que una tragedia más dantesca (la de Armero en noviembre de 1985) la sacó de contexto. De hecho, ambos desastres ocurrieron mientras las víctimas dormían. Fue así como en aquella madrugada del 7 de agosto de 1956 murieron 4.000 caleños en el marco de una de las mayores catástrofes, no solo en la historia de Colombia, sino también de la humanidad.

Testigos de los acontecimientos relatan que en apenas unos cuantos segundos un amplio sector de la capital del Valle del Cauca se vio reducido a escombros: 41 manzanas del barrio San Nicolás desaparecieron a raíz de la onda explosiva. En una de las fotografías que publicó un periódico de la época se puede apreciar un cráter de aproximadamente 50 metros de diámetro. Lo sucedido hace 64 años en la fecha en que se conmemora la batalla de Boyacá fue algo apocalíptico.

Colombia es un país de tragedias, ya sea anunciadas o previsibles. La indolencia, la omisión culposa y la sevicia fungen siempre como cómplices de las circunstancias. Lo acontecido en aquel fatídico amanecer no fue la excepción. Resumo en pocas líneas los móviles: seis camiones custodiados por el ejército y cargados con 42 toneladas de dinamita salieron de Buenaventura, y al arribar a la ciudad de Cali se estacionaron irresponsablemente en las calles de un populoso barrio.

Todavía es un misterio lo que desencadenó la terrible explosión. Algunos hablaron del descuido de un soldado que arrojó una colilla de cigarrillo sobre uno de los camiones. Otros alegaron razones políticas. Colombia sufría el flagelo de uno de sus infaltables ciclos de violencia, esta vez durante el mandato de Rojas Pinilla.

El gobierno de turno culpó a la oposición que recién había firmado un pacto de paz (Pacto de Benidorm, firmado por Lleras Camargo y Laureano Gómez), del cual se desprendió el Frente Nacional. En fin, todo lo cubrió impunemente el polvo del tiempo; como cubiertos de escombros quedaron más de 4.000 muertos y 12.000 heridos, según cifras oficiales. Pero un sacerdote testigo de los hechos aseguró que fueron cerca de 10.000 personas las que perdieron la vida.

Cali hoy vive otra tragedia, esta vez humanitaria. En lo que va de las protestas, al menos 28 personas han sido vilmente asesinadas en sus calles. Es vox populi la maquinación conjunta de la policía y el paramilitarismo en detrimento de la población civil. Por otra parte, la cifra de lesionados es altísima. Fuentes extraoficiales hablan de centenares de personas aporreadas por la furia estatal. El uribismo agoniza haciendo uso de su último argumento: la fuerza bruta.

Amnistía Internacional publicó el pasado 30 de julio un informe exhaustivo de los desmanes de las fuerzas del orden. El título del documento es contundente: “Colombia, represión violenta, paramilitarismo urbano, detenciones ilegales, torturas contra manifestantes pacíficos en Cali”. La Sucursal del Cielo se convierte así en el epicentro de la represión.

A lo largo de la historia sangrienta de nuestra frágil democracia, Cali se ha distinguido por sus ideas liberales, progresistas, de avanzada. Por eso, también en diferentes momentos los gobiernos de turno se han ensañado en contra de su juventud.

Los caleños deben saber que el mundo democrático y civilizado está con ellos. Personajes de fama mundial le han enviado su solidaridad. También la ONU, la Corte Interamericana de Derechos humanos, la Unión Europea, Amnistía Internacional e incluso el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Tengan paciencia: habrá justicia.

Para terminar, regreso a la frase que da título a este breve crónica sobre tan lamentables tragedias para Colombia y el mundo: ustedes no están ni muertos ni dormidos. No está muerto quien lucha desde la luz, la verdad, la legalidad y desde el heroísmo por un país mejor. Cali y sus habitantes viven y vivirán por siempre. La capital de la dignidad y la resistencia está más despierta que nunca.

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