Escribo esta columna con el corazón arrugado, porque no estamos pasando por un buen momento. Lastimosamente, esta pandemia desnudó a nuestro país, mostró lo realmente pobres que somos y dejó ver esa realidad que vivimos día a día, donde muchos si desayunan no almuerzan; si almuerzan no cenan; y, en el peor de los casos, no hay para ninguno de los tres bocados.
Además, con todo esto quedó demostrado que los más humildes sí son importantes en este país. De hecho, sin la clase obrera —aquella a la que abusan, a la que violan sus derechos y a la que le pagan mal— la economía no se mueve. Lo paradójico es que aun sabiendo que es la pieza fundamental de todo este engranaje, en lugar de protegerla, la exponen a la pandemia sin siquiera mejorarle las condiciones, ignorando su clamor de que inviertan en ella.
Vendrán tiempos difíciles. Para el próximo año se estima que habrá veintidós millones de personas pobres. En consecuencia, la agenda debe estar dirigida a combatir esa pobreza. Ahora sí se deben generar proyectos de inversión social, eso sí que no se vuelvan una demagogia barata, porque cuando se debió invertir en eso creyeron que era un simple capricho de una ideología política.
Falta mucho, pero soy optimista. Aún no hemos pasado la etapa más difícil, pero mantengo la fe intacta. Saldremos de esta porque somos una Colombia berraca y echada para adelante. A pesar de que el hambre nos está golpeando, no nos dejamos y nos levantamos día a día para sacar adelante a nuestras familias y a nuestro país.
Somos una raza de guerreros y esta es una prueba más para saber de qué estamos hechos. Vendrán mejores tiempos, además el cambio que tanto estábamos esperando llegó sin golpear la puerta.