¿De dónde se generan esas ínfulas de superioridad de la comunidad blanca? ¿Es una problemática netamente americana? ¿Desde cuándo se producen estas conductas y que las provoca? ¿Qué sigue fomentando las conductas discriminativas, racistas y xenófobas de nuestra sociedad? Estas disyuntivas surgen a partir de unas conductas que esta sociedad implacable ha generado, y que cada vez nos conducen más a la autodestrucción y la involución.
De verdad, hemos adoptado conductas más salvajes, hemos infundido la corrupción en nuestra sociedad y se ha infestado profundamente de plagas; nuestro sistema económico, siendo el capitalismo el de mayor participación mundial, nos ha impulsado a ser corruptos para acumular riqueza, entonces hemos priorizado el valor material al valor humano. Además, nuestros saberes intuitivos, acumulados desde nuestro estado más primitivo, como es la pelea por pareja y alimento (haciendo una analogía con la riqueza como el alimento que cada vez llena más nuestro ser), y más recientemente la ley del ojo por ojo, resurgen cada vez más. Hemos despertado esos instintos. De hecho, nuestra figura cada vez es menos erguida, volvimos a ser seres sedentarios y de guerra, volviéndonos engreídos y posicionando el poder de unos sobre otros, creyendo que nuestra vida y nuestra integridad es más valiosa que la de los demás.
Hoy día los miembros de la sociedad son definidos por su aspecto. Nuestros miembros blancos se sienten incluso de la nobleza por su color de piel y sus ínfulas de superioridad son más grandes que ellos mismos, tal vez incontrolables porque la sociedad nos adopta con la condición de marcarnos y tenernos para servirle a ella. No solo es una problemática de Norteamérica, Centroamérica o Sudamérica, sino que se ha tomado el mundo entero... y no solo de miembros blancos con negros. Hoy día hay negros que rechazan blancos e incluso rechazan a otros negros; estas conductas se tomaron e interfirieron en el desarrollo de nuestra sociedad.
Todo comienza con la partida conquistadora: los españoles empezaron a defender su patria y entrometerla en todas las naciones que subyugaron, prevaleciendo e inculcando su cultura y sus valores; aquellos valores pocos sanos, pues recordemos que los encargados de dicha expedición fueron criminales (aquí se encuentra su primer discriminación, creyendo, optando y prevaleciendo la vida de compatriotas sin manchas en su historia judicial sobre la vida de aquellos que fueron condenados por algún delito, ¿valía menos su vida?) que llegaron a cometer más crímenes e infundirlos a nuestras naciones precolombinas. Pisotearon sus creencias y las menospreciaron por no tener base en su pensamiento occidental.
Posteriormente, iniciaron el tráfico de esclavos, obviamente negros africanos, simples animales para ellos que servían para trabajar y servir al blanco. Aquí empiezan las primeras muestras de racismo, mi estimado amigo: el menosprecio a la raza negra, impura y oscura (negro, un color tan profundo y temeroso que decidimos apaciguar, con maltratos y reiterándoles que estaban para nuestro placer). Pero no solo la raza negra estaba para su servicio (el de los blancos europeos), también tenían que domar a las masas, indígenas por naturaleza, indios los denominarían algunos despectivamente. Sin embargo, el hecho aquí es que no son blancos, aunque su color de piel fuera algo claro, o por lo menos más claro en comparación con el de los despreciables negros africanos.
Estos indígenas y su descendencia fueron aceptados en la sociedad como “libres” (aunque solo fuera una sucia jugarreta, un hecho fantástico para que este numeroso sector de la población no se sublevara), pero para que sirvieran a los europeos, para domar las bestias, para vivir en la miseria mientras sus amos (corrijo, sus jefes) llevaban una ostentosa vida a costas del trabajo que esclavos e indígenas libres desempeñaban. Para los españoles europeos su vida era una recreación, netamente dedicados al placer y negocios entre los de su clase, pero llegó el acabose. Ahora en las Indias (como se le denominó transitoriamente al continente americano) seguían manteniéndose estos españoles, cultos y blancos, pero ahora ya eran sujeto del desprecio de sus compatriotas europeos, recordando que nuestro territorio colombiano era en ese entonces una colonia.
Por ende, sus decisiones no se tomaban aquí: la opinión de un español americano valía menos que la de un español europeo. Y cuando dichos españoles americanos se dignaban a emprender la travesía de viajar hasta Europa, al momento de su llegada notaban el desprecio que causaban, o mejor dicho el menosprecio. Entonces, empezaron las partidas revolucionarias. Separarnos del yugo español sonaba como una magnífica idea para todos; pasado un prolongado tiempo lo lograron. Los pueblos americanos iniciaron su independización y la finalizaron. Ahora éramos “libres” o eso nos hicieron creer, pero eso seguía aplicando en mayor medida para los españoles o los que tuvieran un porcentaje más alto de pureza. Los denominados de “sangre azul”, los negros o los afrodescendientes (usando su más respetuosa y calificativa palabra) lograron su libertad. Aunque también era una de las sucias jugarretas que el pensamiento de concepción europeo concibió, ahora era más económico contratar a un jornalero y que él viera cómo mantener a su familia con sus salarios, que el amo cubrir con todos estos gastos...
Nos alejamos ya de aquel concepción tan decente y culta de nuestro racismo y discriminación, culta porque la trajeron unos españoles (¡¡¡muy play, weón!!!). Ahora nos trasladamos a nuestro escenario más pronto, temporalmente hablando. Dichas ínfulas de europeíto gomelo volvieron (aunque pensaría que nunca se fueron). La comunidad estadounidense del siglo XX segregó a las familias afrodescendientes, la propiedad inmobiliaria estaba seccionada y los barrios para blancos, como se indica, eran exclusivos para blancos. Y cuando inconscientemente o incompetentemente un agente de finca raíz vendía a una familia negra un predio dentro de barrios para blancos, el valor de las propiedades caía en picada, la devaluación era impresionante. Por ello la sociedad empezó a odiar esta raza. La segregación no solo era una problemática estadounidense, sino mundial. Increíble que países primermundistas y tercermundistas compartan una característica tan atroz, como lo es el racismo, la discriminación y la xenofobia.
En Colombia, los intereses políticos han conducido a los genocidios y asesinatos a líderes sociales, una forma directa y eficaz de deshacerse con sus detractores. Los atornillados al poder han conducido a este país a la práctica de actos inmorales, que chocan y atentan contra los derechos humanos y el derecho fundamental a la vida. Los falsos positivos corroyeron internamente nuestro país, hicieron de nuestro país una burla mundial y consiguieron que el pueblo colombiano perdiera la credibilidad en nuestras fuerzas armadas y lo hicieran un país de guerra y violencia; una nación que no ha participado de una guerra mundial, pero que ha vivido desde su establecimiento con guerras internas que han consumido capital, y presupuestos que podrían tener un fin mayor.
En este país hay que salir a marchar por nuestros derechos, por educación, por salud y para que aumenten el sueldo, pero nunca ha existido un paro de efectivos del ejército o la policía, pues tienen un presupuesto enorme con el que no hay cabida para ni necesidad de escatimar los gastos. Con eso en mente, nos volvimos un país que se enorgullece de tener uno de los ejércitos más poderosos de la región, pero no nos avergüenza tener los peores niveles de educación. Igualmente, somos sociópatas por naturaleza: ya no nos duelen los asesinatos de líderes sociales, estudiantes que salen a marchar por sus derechos, líderes indígenas y falsos positivos; no nos duele el racismo, la discriminación y la xenofobia. Hemos adoptado y optado por ver todas estas acciones como naturales y, como decía anteriormente, es imposible intentar tapar el sol con un dedo.
Es una referencia un poco burlesca y a modo de analogía, pero en Colombia censuran las noticias y a los periodistas, mientras tanto en Estados Unidos el New York Times, el New Yorker, el Washington Post y demás hacen crónicas y relatan todos esos delitos de lesa humanidad que aquí suceden (muchos colombianos se dicen a sí mismos: y eso a mí qué me importa si ni ingles sé). Esta postura refleja dos cosas: en primer lugar, nuestra falta de conocimiento en una segunda lengua (algunos dicen que esto es una forma de deshacernos de nuestras raíces, entrando a la globalidad, pero ahora se ha vuelto indispensable dicho idioma); en segundo lugar, el intento de ocultar la verdad, una verdad a voces que todos indirectamente hemos evidenciado y hemos decidido callar. Esto es Colombia y en esto hemos decidido convertirla, aunque aún tenemos la capacidad de revertir nuestras fallas.
En los últimos días un hecho despertó la empatía y el desconcierto de todo Colombia e incluso de sectores internacionales que documentaron la atrocidad del acontecimiento, el asesinato indiscriminado, abusivo e ilegal del señor Javier Ordóñez a manos de la policía colombiana. Este suceso generó gran indignación, lo que refleja que el mundo está cansado de tantas injusticias, de tener que ocultar las preferencias sexuales por temor a que la sociedad se los coma vivos, de estar condenado por un color de piel o preferencias de cualquier tipo, de la sexualización de la mujer la que es más constante víctima de acoso. El señor Javier Ordóñez y más precisamente su asesinato fue el desencadenante de hechos inigualables y gigantescos, que no ha logrado entender Iván Duque ni ha logrado resolver el trasfondo. Tenemos un presidente con una tasa deplorable de aceptación y que está envuelto en una nube oscura por sus sucias conexiones, que lo llevaron a un cargo que indiscutiblemente no merece, ni está preparado para ejercer. Esperamos que Colombia tenga memoria y la muerte de este hombre no haya sido en vano. Todas las marchas y consecuentes no pudieron realizarse en vano.
El racismo, la discriminación y los múltiples casos en los que se atenta contra la integridad física y emocional de personas por su aspecto físico, diferencia de culto o discrepancia entre gustos y costumbres culturales son una preocupante situación con extensa trayectoria, que ha ido evolucionado a través de los años y con el consenso y los permisos con los que la sociedad le dio cabida a esto. Nuestra sociedad está en constante cambio y es capaz de optimizarse y trascender para corregir estos hechos de discriminación. Debemos volvernos más cercanos, intuitivos e incluyentes. No podemos congelar esto en el tiempo y perdurar esta discriminación desde tiempos tan remotos. Nuestros líderes sociales lo exigen, nuestras comunidades afros lo exigen, nuestras comunidades indígenas lo exigen, la comunidad LGBTI+ lo exige y hasta la descendencia blanca lo exige. Es hora de integrarnos y dejar atrás los prejuicios para marcar la historia y mejorar nuestro estilo de vida.