“Ya por qué no se cantan/ viejos sones queridos/ es bueno hacer remembranzas/ de lo que no tiene olvido”. Remembranzas, de Fredy Molina.
En Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX (Crítica , 2013), el historiador británico Eric Hobsbawm hablaba de que la música clásica vivía en lo fundamental de un repertorio muerto y ajustaba su punto de vista lúgubre sobre el asunto con un no menos fúnebre comentario: “De las cerca de sesenta óperas que se representaron en la Ópera Estatal de Viena durante la temporada 1996-1997, sólo una era de un compositor nacido en el siglo XX, y en los auditorios tampoco mejora mucho la cosa”. En opinión del académico hay un peligro real de que el público de esos eventos musicales desaparezca en razón de que es avejentado y casi irrenovable. No tendrá larga vida, además, porque el repertorio se detuvo en el tiempo. A esta avalancha no ha sido ajeno el rock sobre el cual se hizo un estudio basado en la opinión de expertos y aficionados acerca de los cien mejores temas de todas las épocas, en los mismos años, y el resultado no fue menos desconsolador: la abrumadora mayoría era del decenio de 1960, y casi ninguno de los últimos veinte años.
Las preocupaciones por la suerte de la música en general no son potestativas de reconocidas figuras de la intelectualidad occidental, pues ellas se albergan también en las mentes de los conocedores (no es nuestra situación) de las expresiones musicales folclóricas tercermundistas. Es el caso de la llamada música vallenata esa manifestación cantada, musicalizada, de una zona del caribe colombiano que otrora integró el Magdalena Grande, pero que además se mostró en las sabanas del también Bolívar Grande, y aún se muestra.
Debe decirse que las quejas de algunos estudiosos, compositores e intérpretes de la música vallenata ante la aparición de otras “escuelas” y “estilos” no es de nueva data como se puede apreciar en el epígrafe de este escrito tomado de la composición Remembranzas del fallecido, en 1972, compositor patillalero Fredy Molina. Si la quejumbre en el británico historiador apunta a que se renueve el repertorio de la creación de la música clásica para que de contera aparezca Ineya, la de los preocupados conservacionistas vallenatos parece ser lo contrario: que se conserve el repertorio clásico musical vallenato para que se mantenga como resultado lógico el público. En esencia los nostálgicos piden que las nuevas canciones vallenatas tengan una temática similar a las de hace sesenta y setenta años o cuarenta o cincuenta. Pero de eso también se dolían antaño compositores de exquisita narrativa como Carlos Huertas, el autor de El Cantor de Fonseca, en Hermosos Tiempos:
Yo me crié en una región/ de verdes cañaverales/ de gemidos de trapiches/ y relinchos de caballos/ y de muchachas bonitas/ cual tardes primaverales/ tierra alegre de acordeón/ de fiesta y riñas de gallos.
En el Fonseca de ayer/ yo veo lleno de contento/ cantar sus lindas mujeres/ sus canciones provincianas/ es difícil olvidar/ aquellos hermosos tiempos/ cuando suelo recordarlos/ me duele y suspira el alma.
Pero como todo acaba/ presiento que la belleza/ de esa tierra se acabó/ con su cardón y su tuna/ porque en esos bellos tiempos/ se me antoja que en Fonseca/ anunciaba un acordeón/ la salida de la luna.
Ya no se escuchan trapiches/ ni caballos ni acordeones/ ya no cantan sus mujeres/ en noches plenilunares/ ya no canta Raúl Parody/ ni Vásquez ni Chema Gómez/ que cantaron la belleza/ de esa tierra inolvidable.
Una dosis de historia sucinta sobre la crisis del vallenato ningún daño hace y por eso hay que decir que los que hoy elevan sus plegarias al cielo para que el tiempo se devuelva y así se salvaguarde esta expresión folclórica son los mismos que avalaron con sus opiniones doctas que en 1972 se permitiera a Jorge Oñate llevar la voz cantante literalmente en la presentación del acordeonero Miguel López Gutiérrez en la edición del Festival de la Leyenda Vallenata de ese año, en abierta contravención a la costumbre de que el ejecutante del acordeón participante era así mismo el cantante. Así lo hicieron y ganaron Alejo Durán en 1968, Colacho Mendoza en 1969, Calixto Ochoa en 1970 y en 1971 el barranquillero Alberto Pacheco. El portento interpretativo de Oñate que despuntó a finales de los sesenta del siglo XX se extendió a los años venideros y a él se le abona que haya inaugurado una época en la historia del canto vallenato. No obstante es necesario manifestar que antes de Oñate habían brillado con luz propia cantantes separados del acordeón o de la guitarra, tales fueron los casos de Guillermo Buitrago y Alberto Fernández.
En igual dirección a la de Huertas se habían manifestado Gustavo Gutiérrez a finales de los sesenta con su Rumores de viejas voces al expresar que: ya se alejan las costumbres/ de tu ambiente regional/ no dejes que otros te cambien/ el sentido musical; y Luciano Gullo en Costumbres viejas cuando afirmó que: les gusta más el materialismo/ porque eso es lo que se usa ahora/ les incomoda el romanticismo/ porque eso ya y que (sic)// pasó a la historia. Y así podríamos extendernos en ejemplos. Los restauradores olvidan que en cierto momento varios de ellos no fueron bien vistos porque eran considerados advenedizos nuevaoleros. Leandro Díaz contó a este redactor que estos hacían canciones por encargo, el invidente genial manifestaba que esos compositores actuaban a la manera de los sastres: una pieza aquí, otra allá y así.
A propósito de canciones por encargo no todas las que han venido a la vida por esta vía pueden ser catalogadas como de pésima factura. El compositor Hernando Marín, ya fallecido, hizo Sanjuanerita para complacer a un amigo de San Juan del Cesar (La Guajira), que quiso homenajear a una mujer cercana a él y el esfuerzo valió la pena
En esta polémica se olvidan asuntos como el tipo de sociedad que era la cesarense, guajira, magdalenense y sabanera en la que surgieron los primigenios juglares: predominantemente agraria y cuasi pastoril. La de hoy es otra y el estudioso o amigo de este tema que ignore las diferencias que entrambas existen puede acertar en el error. Esta “crisis” del vallenato es también de la salsa, del bolero, la balada, la ranchera. Los nuevos tiempos y vientos son del imperio del ruido y de la electrónica o lo que es lo mismo esa sociedad en la que el silencio es considerado algo delictivo, según lo lapidó el autor ya varias veces citado aquí. Ese es el terreno fertilizado para que surjan los acordeoneros que pitan sin cesar y que no permiten al oyente identificar al ejecutante, algo que era impensable hace cincuenta o cuarenta años cuando se oía una pieza musical de Alejo Durán, Luis Enrique Martínez, Juancho Polo, Abel Antonio Villa y después a Colacho Mendoza, Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez, Miguel López y Emilianito Zuleta Díaz. Pero el problema no es solo este y de contenido de las canciones, en el pasado hubo muchas a nuestro modo de ver malísimas, es también de falta de identidad de los vocalistas que han querido imitar a otros ya reconocidos como ocurrió desde los setenta. Es moda vieja.
A modo de conclusión hago una respetuosa sugerencia a quienes lean estas notas: cuando quieran escuchar vallenato rancio y grueso pongan a funcionar sus dispositivos electrónicos musicales y chao pescao. El ciberespacio está poblado de aquel.