China, aspirante a superpotencia mundial, podría estar maniobrando para construir un relato del origen de la pandemia de COVID-19 que lave su imagen internacional y los aleje de la responsabilidad política.
Durante semanas China se opuso ferozmente a la posibilidad de una investigación independiente para determinar el origen del brote viral que hoy tiene en jaque al mundo. Una posición que cambio sorpresivamente en la última semana de mayo.
El 24 de mayo, Wang Yi el Ministro de Relaciones Exteriores de la República Popular China, indicó que su gobierno se ponía a disposición internacional para cooperar en el proceso de identificación del origen del nuevo coronavirus, resaltando que cualquier investigación debería estar libre de “interferencias políticas”, en clara alusión a la intransigente política norteamericana, empeñada en culpar a China.
En declaraciones registradas en la versión en español de la página del Ministerio de Relaciones Exteriores, el ministro Yi afirmó que “las mentiras de EE. UU. han sido recopiladas y denunciadas en Internet”, al mismo tiempo, no perdió oportunidad para manifestar que Estados Unidos busca aprovechar la emergencia mundial para intentar frenar el proceso de desarrollo del gigante asiático. Algo que de cierta manera es verdad, sin obviar que China también está aprovechando para avanzar en el juego geoestratégico internacional, ya no de manera atrevida, sino francamente agresiva.
Sin embargo, apenas unos días después del cambio de posición de China sobre la investigación forense-epidemiológica que busca rastrear el origen del virus, una serie de reportajes y estudios científicos parecen trazar un libreto que aleja de Wuhan ese evento.
Científicos de la Universidad de Barcelona afirmaron en junio haber detectado concentraciones significativas del virus en una muestra de aguas residuales de la ciudad. Lo sorprendente, es que esas muestras fueron tomadas el 12 de marzo de 2019, un año antes de que se declarará la pandemia. Los responsables del estudio se adelantaron a concluir que eso probaría que la infección circulaba mucho antes de que se tuviera constancia, lo que, en verdad, es posible.
Estudios similares se presentaron en Brasil, concretamente, en la ciudad de Florianópolis, capital del Estado de Santa Catarina, indicando que el virus ya circulaba en el país sudamericano en noviembre de 2019. Conclusiones de ese tipo se registraron también para Milán y Turín, lo que indica que en diciembre de 2019 el virus ya circulaba en Italia. Otros estudios en Francia, Países Bajos y Australia parecen apuntar a una circulación temprana y no detectada en esos países a finales de 2019. En América, Asia y Europa se adelantan investigaciones con la misma metodología sobre sus propias muestras, sin resultados publicados aún.
Siempre es probable que el virus circule libremente desde hace meses por el mundo, una propagación silenciosa cuya mortalidad pudo pasar desapercibida e imputarse a la neumonía, las trombosis pulmonares u otras patologías pulmonares. Incluso relacionarse con desenlaces mortales en enfermedades crónicas preexistentes, lo que disimuló su incidencia. Es verdad, que es probable que Wuhan solo sea el lugar donde autoridades médicas lograron detectar el virus por primera vez, recordemos que el VIH circulaba al menos cinco décadas antes que se documentara.
Pero otra cosa que es cierta es que el cambio de posición de China sobre el tema de la investigación del origen de la pandemia es ciertamente sospechoso. Bien puede ser, que sus investigaciones los exoneraban y con cierta confianza podrían dejar que el mundo llegará a esas conclusiones por sí mismo. Pero también, cabe la posibilidad que al igual que en su momento Rusia fabricó resultados que exoneraban a sus atletas en pruebas de dopaje, en un célebre escándalo internacional, los servicios de espionaje chinos se hayan movilizado para manipular muestras alrededor del mundo.
Precisamente, las muestras de marcadores de COVID-19 en fechas tan distantes como marzo de 2019, en concentraciones suficientemente elevadas para ser significativas a las pruebas de rastreo, parecen sugerir una prevalencia de infecciones que hubiera alterado los niveles de hospitalización por enfermedades respiratorias o incluso la mortalidad de esas ciudades. Algo, que al revisar las estadísticas oficiales y boletines de salud pública de Barcelona y Santa Catarina y compararlas con sus promedios históricos, no muestra irregularidades aparentes, al menos no, para lo observado desde 2015.
El relato oficial de China se adelantó a señalar a Estados Unidos y ahora a España cómo orígenes probables de virus, en ese último caso, con una aparente evidencia científica, pero sin correlato en otros marcadores estadísticos que corroboren la veracidad de esa versión. Incluso, de ser verdad que el alguna versión del COVID-19 circulaba con cierta frecuencia en el mundo desde inicios de 2019, lo cierto es que su paso por Wuhan o alguna región cercana parece haber alterado el comportamiento del virus, su capacidad de propagación, letalidad y desde luego su impacto en diversos marcadores estadísticos como las tasas de hospitalización, población incapacitada y saturación de las unidades de cuidados intensivos.
El mundo debe tomar atenta nota de los comportamientos de ciertos gobiernos que buscan manipular la verdad para lavar su imagen internacional. Ciertamente, el comportamiento de China en los últimos meses está lejos de ser constructivo, por el contrario, levanta fundamentadas sospechas. Entre tanto, el liderazgo internacional para enfrentar la pandemia parece no existir, el afán chino de construir un relato políticamente conveniente está resultando en esfuerzos torpes y desnudando la incapacidad de actuar con el liderazgo esperado de una superpotencia.