Hay un espíritu Nazi, una obsesión aprendida para ser cruel, para provocar la maldad y hacerle creer a su victima que es merecido su castigo, que solo ella es la responsable de su propia tragedia, de su dolor, de su enfermedad, de su exclusión sea política, racial, sexual o lingüística. El Nazi está convencido que le corresponde la tarea higiénica de sanar y de liquidar al otro, al impuro, al extranjero, al opositor y que su noble oficio ha de hacerlo con compasión, proporcionando un dolor que no se extienda, que no se vea, que no alarme ni genere escándalo.
El Nazi aprende a borrar sus pasos, su memoria, su humanidad y su autonomía y se entrega a servir a la ley que promulga la boca del líder. Adentro de cada Nazi hay una ley que lo mueve, una regla, una orden, una disposición que cumplir, sobre la que se mantiene vivo todo gobierno totalitario, cuyas normas legales no son sometidas a la atención del público, porque proceden del líder que le indica a los demás lo que es incuestionable y de obligatorio cumplimiento para el Nazi, que tiene el compromiso de imponerlas como si fueran su propia obra maestra, su propia y mejor creación.
Cuerpo y alma, mente y masa corporal del Nazi se alimentan con odio y se justifican en bien de la humanidad. Para el Nazi criminal respetar al otro implica propiciarle una muerte tranquila, sin lugar a exclamaciones, silenciosa. Así lograron hacerlo con las duchas de gas, los trabajos forzados, los destierros, los fusilamientos en masa lejos de las ciudades, todo con sigilo y cuidado para no provocar alteraciones innecesarias. El Nazi cuando se ofende dispara, pero sabe actuar con serenidad, usar palabras que alienten a morir una muerte tranquila mientras el horror se refleja en el rostro mutilado y la sangre que vierte a borbotones. El Nazi cree firmemente que el dolor del otro es merecido y es capaz de conducir a su victima al cadalso como si la llevara camino al altar.
El Nazi lleva por dentro una fórmula de juicio, una sentencia que emitir y un castigo para aliviar, para curar, para sanar, para limpiar. Todo lo que hace lo reduce a una ley de la naturaleza externa, que le dictó una tarea de justicia para garantizar que se cumpla una norma general. El nazi incorpora el odio, la corrupción, la sevicia y la venganza como parte de su inventario personal en nombre de hacer justicia y las practica adentro de la ley. “El grado en que las normas de juego de la solución final fueron aceptadas, incluso por las propias victimas judías, quizá no quede en lugar alguno tan claramente puesto en evidencia como en el llamado Informe Kastner. Incluso después de terminar la guerra, Kastner estaba orgulloso de los éxitos logrados en la tarea de salvar judíos prominentes, categoría ideada por los Nazis en 1942, como si también en su opinión no cupiera siquiera discutir que un judío famoso tenia mas derecho a vivir que un judío cualquiera”.
En el Nazi flamea la bandera negra del odio y no hay sentimiento de humanidad, ni conciencia universal, ni respeto por el cuerpo o la mente del otro, ni sentido común siquiera para evitar el sufrimiento, para entender que el otro siente dolor cuando es perseguido, humillado, encerrado, torturado, encarcelado, violado, violentado, para él no hay un otro, hay una cosa impura de la que cree que algo hizo mal y debe ser castigada para hacer justicia, de esta manera considera que todo lo que haga es justo, bueno y necesario. Para el Nazi basta ser Nazi, con eso ya sabe que desatender una orden del Furher es violar la ley y dudar de la moral establecida es poner en riesgo al mismo régimen político o aun mas, es traicionar a su pueblo y ese desvarió tendrá que pagarlo con su vida.
Frente al Furher el Nazi conjuga el fanatismo y la ilimitada admiración por Hitler, las dos cosas le mantienen el impulso compacto y decidido para defender al hombre enviado para trazar el camino y para cumplir la ley que encarna el líder. Cada Nazi permanece atado al Furher hasta su muerte y solo en ese momento deja de existir la ley común y queda libre de su juramento al líder.
El nazi aprende, se construye social y políticamente Nazi y comienza a demostrarlo cuando asume el imperativo de comportarse de tal manera que el Furher apruebe sus actos, lo que hace que cada quien actué como si fuese el autor de la ley que obedece, lo que lo compromete a ir mas allá del cumplimiento ciego del deber. La ley era el mandato de obediencia inclusive para morir sin reparo si el líder así lo decidía. La excepción era el atajo corrupto y consentido por la ley. El Nazi apelaba al hecho corrupto creando la excepción a la ley, con lo cual eliminaba la culpa y demostraba que a través de ella hacia justicia, salvando a unos que podían merecerlo, mientras asesinaba al resto. Hubo vidas de judíos que podían ser rescatadas por 200 dólares y otras por mil, hubo el cambio de mil camiones por un millón de vidas de judíos, en otros casos los funcionarios que siempre actuaron convencidos de la ley que aplicaban retrasaron deportaciones y permisos de salida. Algunos funcionarios de bajo rango perfeccionaron los métodos de corrupción en medio de la barbarie para escalar de pequeños a grandes negocios hasta convertirse en socios de sus superiores, quienes por ser los artífices de la política estaban exentos de ser encontrados corruptos, ellos eran la misma esencia de la corrupción.
El Nazi siempre está convencido de que participa del sistema de corrupción en bien de la humanidad y lo mueve un ligero sentido de supervivencia por si retorna a las circunstancias normales en donde con el dinero que gane y las buenas relaciones que coseche podrá lograr cosas importantes para reacomodarse con total impunidad. Los casos especiales de opositores salvados de la muerte, fueron convertidos a la categoría de mercancías, con el propósito de que el Nazi no tuviera cargos de conciencia con la humanidad, porque al fin de cuentas se deshacía de cosas o ganaba dinero mediante la venta de esas cosas, que no asimilaba como personas, de la misma manera llamó marranos a sus victimas para matarlos sin temor ni compasión. La excepción del caso especial, aparte de ser usada para explicar que quienes no eran especiales debían morir, servía para demostrar la legalidad de sus actos, la validez de las leyes y la autoridad del Nazi para decidir por la vida de otros a su antojo. La corrupción del Nazi hacia parte de su condición, la tenia incorporada en su discurso, lo que le impidió a futuro arrepentirse de sus crímenes, el único que se arrepintió en Núremberg no lo hizo por haber matado, si por que creía haber incumplido su deber y traicionado a su pueblo al fallarle a su líder.
Los funcionarios obedientes al líder
Para el Nazi originario “Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común basada en las ordenes del Furher”, la orden del líder era ley y cualquier cosa que hiciera un funcionario del régimen la hacia en función de ser y comportarse como un buen ciudadano cumplidor de la ley. Cada Nazi cumplía de esa manera con su deber y no solo obedecía ordenes, su obediencia era con la ley y la ley era la palabra del líder. Los funcionarios del Furher, hacían actos que consideraban como exigencias de su deber ciudadano, porque sencillamente creían que al cumplir las leyes dejaban de ser dueños de sus propios actos y no tenían capacidad para cambiar nada, asumieron que la naturaleza de las cosas era así y había que cumplir porque cada uno tenia una misión y su deber era cumplirla bien, dedicar su vida a cumplir la misión encomendada por el pueblo y trasmitida por su líder. Razón por la cual el Nazi no encontraba distinción entre orden y ley, entre obediencia y mandato legal. La ley la impone el líder y no se discute, es una orden superior que se convierte en un acto de estado.
Los funcionarios separaban la persona de Hitler y el Furher, de tal manera que las ordenes del líder tenían fuerza de ley. El Furher era una potencia casi divina y Hitler un humano, un hombre justo preocupado por sanar a la humanidad, salvarla de los vicios y desordenes, enviado para eliminar la subespecie inferior que impedía mantener la pureza. Los dos modos: Hitler y el Furher, en todo caso eran incontrovertibles, inexpugnables, eran la fuente creadora de la ley que no era necesario constatar por escrito. Entre los Nazis no había orden escrita, ninguna orden directa indico el exterminio y sin embargo todo funcionó a la perfección con resultados insuperables, millones de humanos asesinados, contabilizados, guiados por un sistema administrativo y empresarial de la muerte perfectamente calculado, organizado, entronizado parte por parte, detalle por detalle, incluido el pacto de silencio generalizado, porque cada uno hacia lo suyo creyéndose creador de sus actos y poniendo en cada acto su empeño para no fallar a condición de ser justo.
Las palabras del Furher y sus manifestaciones eran el derecho común básico, en ese contexto jurídico, toda orden que en su letra o espíritu contradijera una palabra pronunciada por Hitler era, por definición ilegal. Lo ilegal era contradecir una orden, eso era lo condenable por que al hacerlo se estaría considerando ilegal la palabra del líder. Como si se tratara de una ley natural todos entendían sin vacilaciones que nada que saliera del verbo, gesto o acción del líder podía ser ilegal o carente de verdad, pensarlo siquiera era condenable. Abstenerse de cumplir la voz del Furher o rechazar un gesto, bandera, comportamiento, conducta o símbolo del Nazismo era ilegalidad, era una afrenta, una traición una grave falta que se pagaba con la vida, no sin antes aceptar que recibiría con agrado el castigo que tenia merecido, basado en la crueldad que se le aplicaría sin piedad por desobediente y además padecería en silencio el escarnio por el mal ejemplo que podía contagiar, enfermar a otros.
El juramento Nazi impedía juzgar a su líder supremo, que les había trasmitido no una orden si no una ley que los convertía en criminales en nombre de la justicia, de salvar a la humanidad –no se hablaba de derechos humanos, en su nombre o el de la libertad lo hacen los Nazis de hoy-. Cada uno debía cumplir la misión que les tenia deparado su pueblo soberano representado en su Furher. La palabra del Furher no estaba sometida al tiempo ni al espacio, era inmortal, a toda prueba, ahí radicaba su validez, la palabra dicha daba lugar a formular documentos, reglamentos y ordenanzas, que la cubrían de formalismos jurídicos con la función de dar apariencia de legalidad a la situación existente.
La ley que imponía una conciencia colectiva indicaba el deber de matar, de extirpar el mal, de curar a la sociedad de sus males. Matar era el derecho consagrado para limpiar de infecciones a la humanidad, para sanarla de imperfecciones. De esa manera el mal dejaba de ser una tentación y se volvía una tarea a cumplir, como quien se come las vísceras de sus victimas para no inmutarse con la muerte. Los Nazis aprendieron a resistir la tentación de ser compasivos o afectarse con el horror y de esa manera no quedaba rastro, ni memoria. Ese era su secreto.
Una vez al descubierto el plan criminal y sellado el holocausto, los funcionarios pasaron a justificarse como simples cumplidores moderados de la ley, a presentarse como funcionarios inermes que decían haber cumplido un papel de suavizadores, argumentando que no eran del todo tan Nazis y que solo actuaban adentro del sistema para aminorar el dolor y la crueldad que seguramente sin ellos hubiera sido peor. Se acomodaron, se limpiaron la conciencia porque muerto el líder desapareció la ley y solo quedó vigente el pacto de silencio, el fanatismo al hombre por el que creyeron actuar con justicia, pero ya no el juramento que les daba el impulso de matar.
La realidad que muestra la tragedia de hoy llama a no estar tan confiados, el espíritu Nazi está ahí, activo, durmiente, esporádicamente despierta, actúa, congrega. No son los centros de exterminio del siglo pasado, ni las deportaciones, ni los trenes de la muerte, son los de 60 millones de desterrados y las ciudades de carpas convertidas en campos de refugiados (Dadaad-Dagahaley, Hagadera, Ifo e Ifo2 en Kenia con 500.000 refugiados; Nyarugusu, Tanzania; Tamil Nadu, India; Melkadida, Etiopía (ACNUR). Son los 21 millones de sometidos a trabajos forzados (OIT); los 2.5 millones de personas convertidas mercancías de compra venta sexual (ONU), mientras un staff de apacibles dueños del mundo, agrupados en exitosas empresas transnacionales hacen de su palabra la ley y disfrutan de la comedia de dolor y muerte que para el resto es su mayor tragedia.
El espíritu Nazi está activo de otra manera, se manifiesta con campos de encierro a la vista de todos en las las grandes ciudades (favelas, comunas, tugurios, villas) sometidas al hambre, a la infección, a la sed y al olvido. Son los miles de hombres silenciosos en minas de diamantes, oro, esmeraldas. Los miles que mueren el el mar o en fronteras de infamia que separan puros de impuros, en murallas de fe que salvan devotos y condenan impíos, en cercas eléctricas que impiden el paso a los que huyen. Hay consejos y comités locales a través de los cuales los Nazis superiores, dictan sus ordenes y hay Nazis aprendiendo las ultimas lecciones, las maneras de ser y asumir su misión para volver a congregarse y renacer otra vez en colectivo. El espíritu Nazi permanece vigente y cuando alguien aprende a ser Nazi lo será para toda su vida y quizá para toda su muerte también.
Posdata: En Colombia no menos de 15 mil militares se prepararon en la escuela de las américas de Panamá junto a dictadores y criminales y es extensa la oferta de asesores, mercenarios y paramilitares para ser contratistas en países amigos. Se expresan con banderas negras, cabezas rapadas, discursos de odio y discriminación, funcionarios obedientes al líder y corrupción para convertir en mercancía a sus semejantes. La esencia de extrema derecha está atada a la palabra del hombre justo y el líder indoblegable del todo vale y se extiende con las voces de sus jerarquías que llaman a ser “sobrehumanamente inhumanos y a dar las batallas que otras generaciones no tengan que dar” para que el país quede libre de impurezas. El espíritu Nazi entiende que la paz solo es posible en ausencia de otro, para el Nazi no importa el programa de la paz, ni del partido, todos los que lo encarnan saben que lo que importa es sanar, limpiar, salvar, impedir la existencia del enemigo y el enemigo es uno, y ya está definido para toda la vida hasta mas allá de la muerte. De ahí la negativa del partido de extrema derecha Uribista a aceptar que la ley que mueve a millones de humanos diferentes se llama paz, es decir, donde por encima de la muerte y la obediencia esté la vida con dignidad y justicia social.