Frases como “a empacar maletas”, “país de mierda” y los múltiples parafraseos al célebre epitafio que pronunció Simón Bolívar en el Congreso de Angostura en 1819, y que ha sobrevivido dos centurias en la memoria colectiva de los pueblos de la gran Colombia, “un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”, se han vueltos recurrentes después de cada elección presidencial, invadiendo las redes sociales desde que estas fueron cobrando uso como plataforma de expresión política. Y claro, ese descontento se ha vuelto aún más generalizado en la medida en que aumenta el número de ciudadanos que a través de su voto repudian la elección de un representante de la misma clase política que nos ha gobernado desde hace dos siglos en Colombia, descontento que es extraído de su abstracción con cada frase, imagen, meme, link o comentario en ese mundo virtual que advertimos cada vez más guardándole fidelidad al mundo físico.
Y aunque esa reacción sea apenas natural respecto a la sensación de frustración que produce la desproporcionalidad de la democracia y que ha estado evidenciada en el triunfo apabullante de la misma clase política en las presidenciales desde que se rompió el frente nacional, y el retrato permanente de la derrota de las alternativas de poder, que se han visto condenadas a hacer oposición dentro de un país donde se violan sin desparpajo los derechos fundamentales, no es el momento de embriagarnos de derrotismo.
Nunca antes se había ganado tanto, a pesar de la aflicción por no haber alcanzado la presidencia, el cambio ha venido desde el horizonte para hacerse verbo, verbo en democracia. Ganaron los excluidos, aquellos que a causa de la violencia nunca habían podido ejercer sus derechos civiles, hoy lo hicieron. Ganó la democracia participativa, hoy se redujo el abstencionismo. Ganó el ciudadano libre, hoy somos más que en el pasado. Ganó Colombia, su transformación va lenta, pero segura, la razón: una juventud empoderada.
Esos mismos jóvenes que hace 8 años encabezaron “la ola verde”, representada por la candidatura de Antanas Mockus y Sergio Fajardo, hoy se abren paso en democracia para decir que ha nacido una nueva generación, desposeída de fantasmas, frenética, deliberativa, que repudia el cáncer de la desigualdad, los de la guerra y de la corrupción, y que está asumiendo la construcción de una nueva sociedad con la valentía y responsabilidad histórica a la que a través de su palabra exhortaba Jaime Garzón.
Atrás, sin duda, quedará la Colombia retrógrada, si esa misma juventud que le apostó con mucha más fuerza a una Colombia Humana y a su líder Gustavo Petro —que sin duda fueron las mayorías de esos ocho millones de alternativos y que sentó un precedente histórico— echa a andar los mecanismos de participación ciudadanos distintos al voto y se atreve a defender y ejercer su derecho a debatir sobre la reforma rural, la educación superior gratuita y de calidad, la erradicación de la desnutrición infantil, las estrategias para detener las emisiones de CO2 y mitigar el cambio climático, la legitimidad del matrimonio de parejas homosexuales, la reforma pensional y la existencia de un fondo de pensiones público, la lesividad del fracking y la megaminería, el cuidado de nuestra biodiversidad y los ecosistemas, el perjudicial cuatro por mil y el 19% del IVA, la ampliación del POS, la despenalización de la dosis mínima, la supremacía de la constitución, la despenalización del aborto, la generación de energías limpias, el cuidado de la fauna, el derecho a la objeción de conciencia frente al servicio militar obligatorio, entre otros temas —que aunque ya están protegidos por la ley, francamente se ven amenazados por el régimen que toma posesión el próximo 7 de agosto—.
El reto, desde luego, no será fácil. Las redes sociales seguirán jugando un papel muy importante, porque desde allí se seguirá avivando esa participación en cada uno de esos temas y otros no menos importantes. Esa es la apuesta: a que la construcción de un modelo de país distinto —libre de la oligarquía rapaz que nos ha robado nuestros recursos y que nunca ha cesado en su intención de mantener a las mayorías de la sociedad civil bajo el yugo de una esclavitud económica— y el ejercicio de una ciudadanía activa y consciente no se ciña al debate electoral y a la virtualidad, sino que se traspase a las calles y reclame de manera permanente su lugar en la construcción de las reformas que más afectan a la mayoría de los colombianos y que en ese camino por fin tome forma un verdadero proyecto de nación. Hay futuro, mientras no flaquee el presente. Larga vida a “el país primero”.