En medio de la transformación de la sociedad globalizada, y atravesando el mundo una crisis feroz, el debate entre si en pleno siglo XXI hablar de derechas e izquierdas es aceptable o, por el contrario, es un anacronismo indeseable, termina siendo más que un tema de interés de las bases preocupadas por su supervivencia, uno que se mueve entre las altas esferas de la política y en menor medida de la academia.
Los políticos utilizan el mensaje en contra de este posicionamiento del abanico ideológico de manera parcializada haciendo uso de una retórica que juega con sus intereses, mientras que la academia, pasiva y parca, sin duda, prefiere tapar sus oídos y quedarse en su encierro palaciego abordando otro tipo de problemas menos comprometedores con la polarización política que se vive en el país.
Precisamente uno de los más álgidos debates de la actualidad es si existe o no un centro, o incluso, si es correcto o no asumir la tendencia clásica de izquierda o derecha; o si en vez de centro, exista una centro-derecha o una centro-izquierda, y si quienes presumen ir más allá de estas tendencias, específicamente a los extremos, consideren a estos matices dentro de la categoría de los “tibios” políticos, aunque, ¡ojo!, sin que por esto se niegue este tipo de sectores políticos que tiene en la ambigüedad su materia prima para conquistar votos.
Observando de manera detallada, se puede sostener que, por ejemplo, el Centro Democrático es claramente un partido de derechas extremas dentro del abanico que denosta constantemente contra el binomio izquierda-derecha, e incluso, acusando a su tendencia opuesta de promover la lucha de clases como si esto asumiese su existencia o no a partir de una categorización académica.
En los años 30, el fenómeno del pistolerismo desatado en España bajo el reinado de Alfonso XIII, que consistió en que empresarios que se sentían desbeneficiados por las exigencias de mejoras salariales y trato digno de los trabajadores, decidieron pagar matones y sicarios para deshacerse de los líderes promotores de las protestas obreras, es un caso ejemplar de la lucha de clases, al punto que, los movimientos anarquistas decidieron responder de la misma manera generándose una confrontación directa de clases sociales, situación que llevó, en parte, a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. En Colombia, el paramilitarismo, la guerrilla, el sicariato, las masacres se podrían incrustar en buena medida en esa lucha de clases, por tanto, las derechas colombianas, promotoras de dicha lucha, intentan desde su discurso, negar lo innegable.
En la izquierda ocurre algo parecido. La Colombia Humana, encarnada por Gustavo Petro, ha ido transformando el discurso en oposición a izquierda-derecha por un binomio mucho más amplio, política de la vida-política de la muerte, incluso Petro considera que gobiernos de izquierda como el venezolano, están dentro del novedoso binomio en la Política de la muerte, partiendo de una visión ambientalista de la política misma en la que el petróleo y los hidrocarburos hacen el juego a esta; sin embargo, y aunque Petro se desmarca realmente del chavismo desde esta perspectiva, él mismo asiste a congresos organizados por la izquierda internacional, llevando a generar algún tipo de confusión, precisamente, porque su postura frente al binomio clásico con el que ha sido crítico, sigue siendo en la práctica del Senador una realidad tangible dentro de lo que es su posicionamiento en el abanico ideológico.
Ni qué decir del senador Jorge Enrique Robledo, quien desde hace unos años hacia acá renunció a seguir perteneciendo, al menos de dientes para afuera, a la tendencia ideológica de izquierda, llevándolo inclusive a desmarcarse de dicho binomio y tachando un poco la historia de su vida política que tan orgullosamente llevó por casi cincuenta años, cuando fue ferviente seguidor de las ideas de Francisco Mosquera el líder absoluto del MOIR maoísta.
Una especie de transformación que se dio cuando logra llegar a acuerdos políticos con Claudia López y Sergio Fajardo, dos autodeclarados políticos de centro en Colombia. Tengo dos hipótesis, aunque las dos pueden ser erradas, el senador Robledo es un vergonzante de la izquierda porque no le conviene a su ambición presidencial seguir ladeado hacia este lado del abanico, ya que esta tendencia no es muy aceptada por algunos líderes con quien se sienta a manteles para llevar a buen puerto la Coalición de la Esperanza o hay un apego a la moda de la retractación ideológica que históricamente todo líder lleva a cuestas para pescar votos en el río revuelto. Pueden leer que no propongo una hipótesis programática al respecto.
Son muchos más los caso y todavía cabe otro, y es la manera en cómo el Partido Liberal en Colombia se sabe mover entre diversas tendencias, aunque para el caso anotado, aquí hay más intereses mezquinos de políticos tradicionales y el de mayor envergadura, el de un César Gaviria que tiene cooptado al partido para poder apalancar a su hijo, el iletrado Simoncito, a la presidencia en un mediano futuro. No por algo anda el delfín perdido y calladito (que no significa que esté políticamente alejado, muy al contrario). Saben estos sagaces zorros políticos que el pueblo sufre de amnesia, así que se toman su tiempo.
Todo lo anterior, para explicar que, si bien el binomio izquierda-derecha sigue muy vigente, aunque con los matices que van apareciendo, producto de la evolución de la sociedad y las nuevas ideologías, también anda en curso las posturas tercerposicionistas y transversalistas de la política. Partidos políticos que reniegan de la clásica clasificación y se mezclan en nuevas tendencias donde agarran de todo lado ideas para darle consistencia a su proyecto político, el mismo movimiento falangista español de los años 30, renegaba ser de las derechas y trata de mostrarse como tercerposicionista y transversalista; el fascismo italiano clasifica allí, el mismo Mussolini detestaba el sistema comunista, pero más aún, el sistema liberal y democrático de Europa Occidental, a quien culpaba de la gran crisis económica en Italia.
Si bien el tercerposicionismo buscaba oponerse a las dos grandes orillas ideológicas arrasadoras el capitalismo liberal y el marxismo, además de estar emparentado con los movimientos totalitarios europeos, sobre todo con el fascismo y nazismo, debe aclararse que, al usar estos términos para la situación actual de las lides políticas colombianas, no busca considerar a los partidos políticos de nuestra provincial Colombia dentro del terceposicionismo definido de la manera clásica, o sea, no es viable pregonar un fascismo en los movimientos progresistas, aunque, desafortunadamente, en la extrema derecha colombiana hay más visos de este tipo, tema que no nos compete desarrollar en el momento, pero, que, vale la pena abordar en algún momento.
Es vital reconocer que el tercerposicionismo desea, según él, por el bien de la nación, superar ese choque antagónico entre derechas e izquierdas, necesita mostrar una nueva postura ideológica que en realidad no es nueva, sencillamente presenta una recategorización de las ideas políticas que pueden ser progresistas o reaccionarias, por esta razón dicha expresión puede asumirse como ambigua, a partir de los intereses de quienes la utilicen y la maticen en sus discursos.
Si queremos aplicar esta categoría a las izquierdas y progresismos colombianos, bien podríamos ganar un abucheo general de los especialistas en cuanto a que el tercerposicionismo está íntimamente ligado-emparentado con las ideologías fascistas y neofascistas, sin embargo, es innegable no aceptar que, al menos en esa negación del clásico abanico ideológico, hay una importante coincidencia. Que nuestros lideres y caudillos busquen desmarcarse desesperadamente de sus posturas ideológicas, deja un mensaje importante en la población y ciudadanía colombiana que asumió, orientada por ellos mismos, una lectura peyorativa el ser de izquierda o derecha, proyectando una visión negativa al respecto.
Por otro lado, está el transversalismo político que agarrado del tercerposicionismo busca trascender también la dupla derecha-izquierda, pero, además, busca generar nuevas ideas que se alejen de las tradicionales, concebidas como anacrónicas e inconvenientes para el mundo y sociedad actual. El Mira, partido político colombiano, se autodeclara transversalista, ya que, siendo su ideología el miraísmo, intenta recoger posturas políticas diversas que van desde las más conservadoras como es la defensa de la familia cristiana hasta las liberales como la defensa de la libertad de cultos, aunque, siendo un partido político cristiano es evidente su cercanía hacia las derechas precisamente por la naturaleza misma del partido.
Para dar mayores luces, el modelo político transversalista, logra acoger en su seno ideas de las mayorías, entendidas estas, como esa gran masa humana excluida y abandonada que siente desprecio por las ideologías y partidos tradicionales, y que, enmarcada en una crisis política, busca una representatividad donde todos los ciudadanos, incluso con ideologías opuestas cabrían, siendo unidas por unos mínimos programáticos, así por ejemplo, es entendible la denominada Coalición Colombia de 2018 donde partidos de izquierda, centro y centro derecha confluyeron en favor de la dupla Fajardo-López con su “pega” excluida, el senador Robledo, quien iba y venía con ellos, ubicado en una “ningunización” de una izquierda vergonzante; se puede también observar ese acercamiento de múltiples ideologías dentro de la “Coalición de la Esperanza” donde de nuevo Fajardo se va a llevar las palmas que le declaren candidato, mientras los Verdes y los “Dignos”, vasallos del unipersonalismo del exgobernador de Antioquia se postrarán para intentar llegar al poder a nombre de las demostrada transversalidad.
Es una farsa pretender mostrar dicha coalición como la proveedora de democracia mientras intenta desnudar en Petro, tan unipersonalista como Fajardo, al caudillo en oposición a la democracia del centro que falazmente el matemático dice representar. Claro está que, precisamente en eso consiste dicha transversalidad, en que personajes tan contrarios como Robledo y Fajardo lleguen a consensos como la defensa de los derechos de los trabajadores, una salud para todos en igualdad de condiciones, una producción del campo para la soberanía alimentaria, el derecho al trabajo bien remunerado con la defensa de la clase empresarial colombiana que ha ostentado el poder sempiternamente; en el “Pacto Histórico” liderado por Petro, Bolívar, Roy, Francia Márquez entre otros, tampoco están muy lejos del transversalismo, aunque las consistencia ideológica de este Proyecto Político es más homogéneo ideológicamente que el anteriormente nombrado.
De las derechas ni hablar, si bien algunos elementos ideológicos las cohesionan, es la burocracia y el poder quien realmente les une, así sean pocas las coincidencias ideológicas, pues ¿en que se podría asemejar ideológicamente una tendencia como el uribismo semifeudalista y proterrateniente de la provincia colombiana con la más azucena y rancia oligarquía santista, pastranista, lleristas o samperista bogotana? No en mucho, al fin y al cabo, para manejar los hilos del poder y repartirse la burocracia y el presupuesto de los colombianos, no son necesarias las ideas, así fueran ellas las más superficiales.
Si el transversalismo tiene como fin construir mayorías, debemos entonces aceptar que todas las fuerzas políticas en Colombia se han abierto a esta postura que, de alguna manera, rehace al sistema político e ideológico. En Colombia el transversalismo tiene como objetivo crear mayorías en dos aspectos que si bien son diferentes, se complementan: generar identidad programática entre diversas fuerzas políticas que logren tolerar en su cohesión con otras fuerzas y posturas ideológicas compartidas y, segundo, lograr mayorías electorales que se hacen primordiales para poder hacer realidad esas ideas consensuadas y presentadas por medio de proyectos de ley que deberán ser legisladas y aprobadas por esas nuevas mayorías trasnversalistas, que, como siempre, no deja de ser peligroso para la democracia, ya que, puede desembocar en un nuevo unanimismo. Con el uribismo y el santismo lo vimos reinar a sus anchas.
Así, entonces, se va a desarrollar la campaña al Congreso y Presidencia de la República en 2022, con una Colombia ingresando al posuribismo (si no es que este se empotra cuatro años más como una ya extensa hegemonía)), intentando reubicarse a nivel ideológico, con las últimas dos décadas jugando en el lado derecho de la cancha, inclinándose hacia allá con estratagemas que en nada coinciden con la limpia democracia participativo-electoral, permitiendo que tretas ya constantes como la intimidación, el fraude electoral, Odebrecht y el poder del narcotráfico con la ñeñepolítica; el desprestigio y difamación de rivales políticos; la política del enemigo interno, la cooptación de instituciones democráticas para perseguir a la oposición e incluso, en caso de necesidad y desespero extremo, la eliminación física, sean sus soportes para mantenerse en el poder.
¿Resultarán exitosas dichas campañas con sus estrategias políticas e ideológicas que se alejan de las concepciones tradicionales? Amanecerá y veremos, en todo caso, nos tendremos que mantener con los ojos bien abiertos porque este reacomodamiento electoral, ideológico y de superación de una época en la historia reciente de Colombia está para alquilar balcones.
Ahhhh, y ojalá esos desencantados ciudadanos que aplauden esa transversalidad política, en caso de triunfar, como creo que pasará, no queden peor de desencantados, porque de ser así , ¿a qué le apuntarán?