Quienes llegan corriendo y saludan sonrientes, son los niños de la escuela de dos rancherías vecinas, Parenska I y II, y a la distancia Grasamana. Son 113 familias las que viven allí. Hablan entre ellos wayuunaiki. La maestra Diosenit Epiayú, acompañada por sus 76 niños de la escuela que lleva el nombre de la comunidad y unida a la voz firme de la autoridad Vicente Epiayú, ha estado desde el primer día al lado de los trabajos de perforación de pozos, y a la instalación de la planta potabilizadora, que ahora manejará la comunidad con pequeños aportes para mantenerla limpia y asegurarle unos modestos ingresos a quienes velan por su mantenimiento. La planta de tratamiento la recibieron el 4 de mayo, fue la primera de muchas con las que buscan impactar a 81 comunidades, esa es la meta que han propuesto Promigas y el Grupo Aval este año en Manaure y Uribia, donde solo el 15% de los pobladores dispersos en el desierto, tomaban agua potable.
Ese primer sábado de mayo abrieron la llave y bebieron agua extraída a 120 metros de lo profundo del desierto después no de años sino siglos de recoger agua lluvia, también escasa en la península o de caminar kilómetros para llegar a un riachuelo con agua natural pero no siempre potable , que cargaban en tanques de plástico, o recoger agua de lluvia estancada para lavar, bañarse, beber o buscar jagüeyes o bordos con agua almacenada, donde animales y seres humanos se juntan para calmar la sed . La urgencia era clara y ese día vio la luz el proyecto Misión La Guajira y los wayúus pudieron comprobar que no estaban condenados a seguir repitiendo por generaciones la misma historia de sed, pobreza y desnutrición.