Soy el resultado de una mezcla exquisita, de intercambio de culturas afluentes de diferentes perspectivas de la vida: la española, la indígena y la africana.
¿Sentirme orgullosa de mis raíces españolas? Pero si fueron ellos los que siempre desde la escuela nos los pintaron como los malos. Así pensaba yo, sentía una vergüenza impuesta desde la ignorancia y el desconocimiento, y por supuesto, todo esto viene por una falta de reconocimiento de nuestras raíces y de nuestra verdadera identidad. Ya es hora de una deconstrucción de terminología como nombrarnos América Latina, cuando deberíamos llamarnos; hispanoamericanos.
No nos queremos ver como indígenas, tampoco nos queremos ver como españoles, ¿entonces qué somos? Somos tan indígenas como españoles, somos ese mestizaje enriquecido de distintas miradas de dos continentes y sus tranvías. Somos iberoamericanos, y esa realidad histórica no la podemos mutilar, ni tampoco nos debería avergonzar.
Contrario a lo que pasó en América del Norte por aquel entonces, donde los anglosajones no tenían ese sentido de conciencia incluyente, no hubo mestizaje, sino un genocidio donde dieron muerte a casi la totalidad de las tribus de nativos americanos. Desde la India hasta los Estados Unidos, pasando por Afganistán, Filipinas y Sudáfrica, en todos los lugares donde han estado los hijos de las islas británicas, han dejado un triste recuerdo de su presencia.
Mientras que durante la conquista española se ha logrado confirmar que hubo un empeño en no asesinar indígenas y sí más bien el cuidado por sus lenguas y la mezcla, por ejemplo, de la cultura gastronómica, arquitectónica y costumbres. Pues los anglosajones, a donde llegaban, querían desaparecer cualquier costumbre por inofensiva o beneficiosa que fuera.
En Estados Unidos, la población indígena o mestiza constituye menos del 1%, mientras que en Canadá alcanza el 4%. En contraste, en Honduras es el 96%, en Bolivia el 88%, y en México, Perú, Nicaragua y Guatemala oscila entre el 82% y el 85%. Entonces, si los españoles llegaron a exterminar indígenas, ¿por qué estas cifras nos muestran lo contrario?
La historia del ser humano se ha regido por batallas, conquistas, triunfadores y derrotados. Ni los indígenas (mesoamericanos en este caso), ni los españoles fueron los únicos que erigieron imperios y mucho menos sin el uso de la violencia. Así se ha construido la historia de la humanidad: en conquistas, batallas y en movimientos estratégicos geopolíticos, no entra ni la moral ni la ética ingenua de ganar las batallas solo con decir “venimos en son de paz”, por muy duro o triste que nos parezca.
Pero no precisamente lo que se buscaba es que nos hayan contado que los españoles fueron los que se ensañaron contra la humanidad.
En la historia de la esclavitud no hay colores de piel inocentes. En imperios africanos, personas con la tez oscura también tenían esclavos, como el imperio egipcio, el reino de Kush, el imperio cartaginés, el reino de Axum, el imperio etíope, entre otros; todos tuvieron esclavos, no era un rasgo particular del hombre blanco.
Mi primer acercamiento con la verdad acerca de la leyenda negra española fue a mis 18 años con mi profesora de redacción, Patricia Jaramillo. Nos presentó “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, de Bernal Díaz del Castillo.
Era algo totalmente sorprendente, era de no creerse, pues siempre nos contaron que los indígenas eran pacíficos, que vivían en un paraíso terrenal, ingenuos, nada temerarios, que no rompían un plato y que convivían en armonía respetándose con otras tribus, sus pactos. Patricia llegó y nos comentó que la historia no es como nos la han contado y para que pudiéramos comprobarlo, deberíamos leer aquel libro que ahora mismo vuelvo a tener entre mis manos.
¿De qué habla “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”? Pues bien, son las crónicas de Bernal Díaz del Castillo cuando desembarcó bajo el mando de Hernán Cortés, en la costa del Golfo de México en 1519.
Sabemos que México y su enriquecida cultura que comenzó con los olmecas originó imperios gloriosos como los mayas y los aztecas, y el encuentro con viejos mundos como el de España. Pero también el descubrimiento de América sería la consecuencia de también el descubrimiento de Europa a través de la mirada icónica de España, cuando nativos del continente americano llegaron por primera vez a Sevilla.
Esto cambiaría por completo el rumbo de nuestra historia y nuestra perspectiva, algo que no sucedió con los vikingos, porque realmente quienes documentaron aquel descubrimiento, nos guste o no, fueron los españoles. Fueron ellos los que dieron a conocer el Nuevo Mundo y con el Nuevo Mundo fundado por España llegaron a estas regiones avances en ciencia, filosofía, universidades, tecnología, escuelas, hospitales y por supuesto la religión. Una óptica más ampliada con cartografía vivenciada, de que al otro lado de estas tierras lejanas, había todo un mundo en desarrollo y expansión.
Estas crónicas y relatos escritos por Bernal Díaz del Castillo, uno de los soldados que acompañó a Hernán Cortés en la conquista del imperio azteca, quisieron dejar testimonio de sus luchas, sus triunfos y sus derrotas. Y hacia 1555, cerca de sesenta años, ya tenía algo escrito de historia.
Entre eso, para contradecir al capellán de Cortés, el humanista Francisco López de Gómara, quien no conoció México y que aun así en 1552 sacó “Historia de la conquista de México” para resaltar la figura de Cortés. Díaz del Castillo quiso dar memoria también a la participación de los otros conquistadores y de su propio nombre. Es una obra que humaniza la conquista de México, contando la historia desde el punto de vista de un soldado común.
A diferencia de otros relatos que glorifican a líderes como Cortés, Díaz del Castillo pone el foco en los soldados comunes. Nos cuenta las dificultades, los miedos y las esperanzas de quienes participaron en la conquista, mostrando su lado humano y sus luchas diarias.
La obra se destaca por su tono realista.
Díaz del Castillo no embellece la historia; al contrario, presenta los horrores de la guerra, la crueldad y las enfermedades que sufrieron tanto los conquistadores como los indígenas. El libro también narra las interacciones entre los españoles y los pueblos indígenas.
Describe cómo establecieron alianzas y enfrentaron traiciones, mostrando un mundo lleno de complejidades y relaciones humanas. Así que aquí, precisamente aquí, en este punto empezó esa deconstrucción de aquello que me habían contado en el colegio y que era a grandes voces un empeño en dejar el nombre de aquella España por el suelo.
Jamás se habló de alianzas y a no ser por Díaz del Castillo, quien dictó a su pluma describir con su crítica las versiones oficiales que glorificaban a Cortés y a otros líderes, su relato y el de otros tantos, incluso cronistas indígenas, no nos proporcionarían una versión más equilibrada y justa de los eventos, destacando tanto los logros como los errores y las injusticias cometidas.
Leer a alguien más imparcial, más objetivo, sin apasionamientos dirigidos y esto es lo que se debe buscar; imparcialidad, una crítica más veraz de los hechos, sin sentimentalismos e ideologías surgidas de querer hacer justicia, sino más bien buscar en contar la verdad.
Es ver con ojo de águila toda la panorámica evaluativa, con los ángulos correspondientes al desarrollo y desenlace de las memorias que dan una secuencia a la narración de la historia.
Díaz del Castillo fue un admirador de la arquitectura, la organización y la riqueza cultural de los mexicas (aztecas). Describe con detalle la grandeza de Tenochtitlán, comparándola con las ciudades europeas más impresionantes. Sin embargo, aunque admiraba muchos aspectos de las culturas indígenas, también era crítico de algunas de sus prácticas, como los sacrificios humanos.
Documenta cómo algunos pueblos indígenas se aliaron con los españoles contra los mexicas, motivados por sus propias rivalidades y deseos de liberarse del dominio azteca, como también hay una extensa documentación histórica de otros cronistas, confirmada, que nos narra cómo los aztecas y los mayas esclavizaban a otros pueblos.
Estas alianzas estratégicas no se cuentan a grandes voces, como tampoco en mi época estudiantil se contaba que aquellos mayas y aztecas ejercían sacrificios en gran parte de sus rituales religiosos, donde las víctimas, a menudo prisioneros de guerra, eran ofrecidas a los dioses y sus corazones eran extraídos y ofrecidos en altares, y cómo los cuerpos a veces eran desmembrados. Eventos donde los mexicas sacrificaron a muchos prisioneros españoles y sus aliados indígenas.
Sin olvidar las ceremonias en los templos y la apariencia de los sacerdotes cubiertos de sangre. Otra práctica era la del canibalismo; algunos grupos indígenas, como parte de sus rituales, consumían partes de los cuerpos de los sacrificados.
Las “guerras floridas”, que se describen como campañas militares entre los mexicas y otros grupos indígenas cuyo propósito principal era capturar prisioneros para los sacrificios, en lugar de simplemente ganar territorio o poder político, perpetuaban un ciclo de violencia y terror en la región.
Así que no eran ingenuos, pacíficos, débiles y benevolentes, todo lo contrario, no estaban vestidos únicamente de compasión. Es sorprendente cómo hoy día se idealiza esa cosmogonía indigenista, de conocimiento ancestral, sin tener en cuenta todas las atrocidades cometidas por parte de ciertas culturas indígenas que perpetuaron el terror y el miedo hacia otras tribus. Se alaba y se tiene de una manera romantizada el escrutinio desmerecedor de una historia mal contada.
Hace unos días era masiva la noticia de haber encontrado un hallazgo antropológico prehispánico en Chichén Itzá: los restos óseos de más de 100 niños que fueron sacrificados y cuyas edades oscilan entre los 3 y los 6 años de edad. Así que no solo sacrificaban mujeres y jóvenes, como anteriormente se pensaba, sino que además, involucraban a niños en sus ceremonias de manera ritualista.
Al igual que muchas otras civilizaciones antiguas, la esclavitud era una parte integral de la sociedad. En la cultura maya, por ejemplo, los esclavos en la sociedad podían ser individuos capturados en la guerra, deudores que no podían pagar sus deudas, o personas que habían cometido ciertos delitos. También estudios arqueológicos han revelado evidencias de prácticas esclavistas, incluyendo entierros y restos humanos que indican tratamientos diferenciados entre las clases sociales en los mayas.
A pesar de este terror, la reina Isabel la Católica impide y por mandato de ella, que no se esclavicen a los indígenas, a los cuales llegó a llamar “sus hijos”, algo que no puede ser tomado por poco, sino como un avance importantísimo en alianzas políticas.
¿Pero de dónde surgió entonces esta mala fama de que los españoles eran únicamente malos, perversos, inhumanos y que eran los únicos que esclavizaban pueblos nativos, y los que llegaron a erradicar la etnia indígena aprovechándose de la inocencia de unos pueblos que convivían en paz y armonía? ¿Dónde se originó esto de que los indígenas fueron conquistados, masacrados y que ellos, sin más resistencia que ofrecer, se entregaron en derrota y se doblegaron porque no tenían la fuerza y el poder?
Todo nuestro conocimiento sobre la conquista española queda reducido a una campaña propagandística política que se inició en Italia y luego dio continuidad Francia, Alemania e Inglaterra con el protestantismo.
¿Cómo reconstruimos esa historia cuando se ha quedado grabada en el imaginario contemporáneo y que resulta difícil de desterrar? A mí, en lo personal, me costó poder aceptar la realidad; los indígenas también conquistaban otros pueblos, hacían uso de la violencia extrema para derrocar tribus aledañas y mantener esclavos que además de manera terrorífica sacrificaban para impartir miedo en la región.
Quizás ese sea el génesis de la mayoría de las civilizaciones del mundo y no específicamente de unos soldados que venían en barcos con Cristóbal Colón. Se necesita un apéndice de fuentes que los historiadores han dedicado a investigar y constatar para la veracidad de estas mismas, el resultado es una versión menos negra o rosa de los hechos.
Si hubo una voracidad por el metal precioso americano, eso es innegable, como también hubo una fascinación por esa cosmovisión del nuevo mundo, por ese nuevo continente y sus aportes culturales.
¿España esclavizó indígenas? Sí, esclavizó y traficó con más o menos de 2.500 a 3.000 indígenas. Sin embargo, España fue el primer país en abolir la esclavitud con indígenas, tardando 8 años en abolir parcialmente la esclavitud y en el año 1542, medio siglo después, en prohibirla definitivamente con las leyes que provocan la liberación de todos los esclavos indígenas que había en la península ibérica.
Los portugueses la abolieron en 1758 y los ingleses no la llegan a abolir sino hasta después de la guerra de Secesión. Una vez abolida, los indígenas que llegan, estudian y tienen los beneficios como cualquier otro ciudadano. Colegios en España que acogen a hijos de caciques para que pudieran estudiar, Juan Antonio, por ejemplo, hijo de cacique que llegó a la ciudad de Salamanca y en 1584 publicó una gramática latina.
También cabe mencionar que el rey tenía comunicación directa con los indígenas y esto, con él, era un privilegio que no tenían ciudadanos de a pie. Con esto se aseguraba el rey de estar informado de lo que pasaba en la Nueva España.
Esa leyenda negra española contra su imperio, ocultó y tergiversó por mucho tiempo que los españoles respetaron lenguas como la náhuatl, y que llegaron incluso a aprenderla, fundando colegios e instituciones como El Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, que fue la primera institución de educación superior en las Américas, fundada en 1536, ubicada en la antigua ciudad azteca de Tlatelolco, ahora parte de la Ciudad de México.
Su objetivo principal era educar a los hijos de la nobleza indígena en una amplia gama de disciplinas, incluyendo teología, filosofía, gramática, latín, retórica y artes liberales, así como en la lectura y escritura de sus lenguas nativas y del español.
También tenemos registros históricos de El Colegio de San José de los Naturales, fundado en 1527, fue una de las primeras escuelas para indígenas en la Nueva España. Ubicado en México-Tenochtitlán, este colegio se centraba en proporcionar una educación básica y práctica a los indígenas, enseñándoles habilidades y oficios útiles como la carpintería, la herrería, la música y la agricultura.
Mi intención no es de manera excesiva exaltar la figura de la España colonial, sino más bien, invito a cuestionar estereotipos y ofrecer una visión matizada de los eventos históricos, reconociendo tanto los logros como las injusticias cometidas durante el proceso de expansión territorial español. Además, quisiera señalar la importancia de reconsiderar y reevaluar la narrativa histórica tradicional para obtener una comprensión más completa y equilibrada de estos eventos.
Los sacerdotes de estas antiguas religiones como los aztecas afirmaban que, sin realizar sacrificios humanos continuos (alrededor de 30.000 al año), el sol no saldría y las cosechas se marchitarían. El sacrificio humano más conocido se realizaba en honor al dios del sol y la guerra, Huitzilopochtli.
Los sacrificios eran vistos como una forma de devolver la energía divina que los dioses habían dado para crear el mundo y sustentar la vida. Los sacrificios se llevaban a cabo en ceremonias públicas y solían involucrar la extracción del corazón de la víctima, que generalmente era un prisionero de guerra. Estos rituales se realizaban en templos, como el Templo Mayor en Tenochtitlán, la capital azteca.
Sin embargo, cuando los soldados prohibieron estos sacrificios, nada de esto sucedió, lo que llevó a los propios indígenas a darse cuenta de la falsedad de sus antiguos y atroces ritos.
Esta revelación fue una de las razones del profundo cambio. Además de estos rituales, los frailes enseñaron la doctrina para que pudiera ser comprendida, así como el cuidado de los enfermos, la ganadería, la agricultura, la lectura y escritura tanto en sus idiomas como en español, la música, y oficios y artesanías útiles, creando una nueva cultura que se fusionó por completo con la existente.
Finalmente, como todas las culturas en la historia de la humanidad, no hay pueblos originarios, ni siquiera los homo sapiens, quien hasta hace poco se descubrió que también se aparearon con los neandertales.
Algunos dirán que estos sacrificios eran exclusivamente de los mayas y los aztecas o de las tribus indígenas peruanas como los mochicas, que acá en Colombia todo era paz, armonía y amor, pero no, no era así, está documentado por crónicas históricas y arqueológicas que los muiscas, civilización precolombina, realizaban ritos relacionados con sacrificios humanos y de animales.
Los españoles, en mi opinión, por muy aterradora que les hubiera parecido esta práctica, fue una ilustrada vivencial manera de observar el génesis de toda civilización. Sí, porque en algún momento el génesis antropológico de los españoles y de toda cultura y etnia en el ámbito mundial, también tuvo en su momento ceremonias ritualistas donde se ejecutaba el sacrificio humano y de animales.
Sin embargo, hay que agradecer que los españoles estaban en otro nivel de consciencia y pudieron demostrar que estos sacrificios eran totalmente innecesarios para la sustentabilidad de la vida, sus cultivos y sus arados.
Por otra parte, nos quieren hacer creer de nuevo en todo este indigenismo como salvación para la humanidad. Es importante rescatar el cuidado hacia la naturaleza, los animales, sobre todo la responsabilidad hacia los recursos naturales, pero ¿a quién le mentimos? Si volviéramos a la época precolombina y tuviéramos una fractura de brazo o de pierna, o una infección bacteriana, ¿a quién recurriríamos? Toda la oleada de gente que quiere sacarnos del sistema capitalista y regresar a nuestras raíces no es más que la conversión de una mercadotecnia donde te venden la obsidiana con poderes del más allá o la medicina ancestral que te hace tener el adecuado tratamiento para una enfermedad terminal.
La medicina homeopática que no tiene sustento científico de ningún modo y si factura millones en manos de incautos o ingenuos que se creen superiores a los demás mortales porque ellos sí están vibrando en armonía con la madre tierra y por supuesto, los españoles fueron los perversos y los pobres indígenas los conquistados.
Otro punto a mencionar es que no hay una conexión o intercambio intercultural entre las etnias indígenas, cada una es por su lado, no hay una unión política entre ellas, y esto es el punto principal de esta columna.
Necesitamos volvernos a apropiar de nuestra raíz racial, somos hispanoamericanos, donde la iberofobia se tiene que transmutar en nuestra defensa iberoamericana, la unión de nuestros pueblos, junto con la España actual, nuestra lengua viva y 21 países con similitudes culturales harían un eje fuerte ante países imperialistas como EEUU, Rusia y China.
Lo que verdaderamente debemos apreciar es el intercambio cultural, gastronómico, textil, musical y por supuesto sapiencial de los pueblos indígenas americanos, como también el de la lapidada España.
¿Cómo podemos rescatar toda esta cosmovisión cuando actualmente hay una gran confusión en la que la subjetividad nos hace perder el rumbo y desconectarnos? Intentamos vivir de manera ingenua, casi como en la época neolítica, sin realmente poder rescatar el valor cultural agregado del indigenismo. Por ejemplo, en el caso del achiote, la tintura roja utilizada en pinturas y ritos indígenas, una técnica desconocida en Europa que le dio esa belleza exótica a los cuadros.
Los bellos bordados en los textiles y la comida. En esto es en lo que debemos enfocarnos y resaltar esa verdadera fusión de pueblos tan extremos y sacar de ellos todo lo fructífero y bueno. No en las supersticiones o idealizaciones de poderes mágicos que, aunque puedan parecer atractivos, nos alejan de la realidad.
Además, pareciera que ese indigenismo es una muestra de racismo, donde los ponen como seres iluminados, sobresalientes y únicos conocedores de la espiritualidad, y los que no pertenecemos a esta etnia o no sintonizamos la energía en una maloka o estamos en ceremonias de ayahuasca o yahé, somos unos pobres pelmazos. Eso, mis queridos lectores, es racismo, y con esta nueva ola de promotores de a quienes todavía consideran esclavos, es una muestra más de un sistema propagandístico donde ni siquiera nuestro actual gobierno se ha salvado.
Y para rematar por otro lado, está ese orgullo sacado de no sé dónde por la cultura anglosajona, la admiración desde los superhéroes y todo lo norteamericano. Y es que, claro, ellos eran mucho más avanzados, eran mucho más ilustrados, y eran mucho más civilizados, ¿no? Y qué vergüenza venir de los españoles.
Pero no tenemos en cuenta, entre otras cosas, por ejemplo, que Juan Latino, esclavo negro vendido por los portugueses a los españoles y que gracias al duque de Sessa, fue el primer africano negro en Europa en obtener una cátedra universitaria en 1556.
Tampoco les reconocemos sus avances en navegación, con los que trajeron hasta estas tierras sedientas de una unificación, esa tecnología no la tenían otros pueblos y por esto mismo España se erigió como un gran imperio por encima de otros de territorios europeos. Tampoco se les reconoce esos valores agregados de cristiandad, donde ayudar al prójimo y defender al menesteroso era el legado principal.
Pero no, nosotros nos seguimos empeñando en querer ver en lo ajeno y lejano el referente apropiado, porque claramente no eran de ojos azules o verdes, sino negros, y eran de cabellos oscuros y aquí se quiere más a los de cabello claro. Es que todavía se ve esa adulación hacia lo que, con estos rasgos característicos del anglosajón, en el inconsciente como una raza superior.
Entonces, ¡ay, qué pesar que no nos conquistaron los franceses o los italianos o los portugueses, y cuánto anhelaríamos que hubiesen sido, mejor aún, los ingleses!
Hubiéramos tenido una etnia con rasgos más finos que mostrar. Qué difícil, ¡qué vergüenza!, ¿no? Y lo que tenemos que ver es todo lo contrario, que nos tenemos que sentir orgullosos de que afortunadamente no fueron estos indígenas colonizados por los anglos.
Estas mezclas culturales y tradiciones se hubiesen perdido totalmente. Y esa mezcla cultural entre lo que era España, después España, y los indígenas mesoamericanos y luego suramericanos, todavía se ve plasmada en nuestras ciudades y nuestro riquísimo lenguaje.
No devolvernos, ni tampoco lo que se quiere lograr es que volvamos a esa hispanidad de la época colonial, lo que tenemos y debemos es unirnos como pueblos iberoamericanos para poder conformar ese imperio que España había logrado y que quería transformar.
¿Realmente fue bueno habernos independizado de España? Teníamos los favores de la corona y pasamos a ser esclavizados por unos terratenientes dueños de latifundios, que no han soltado desde entonces sino explotado por generaciones y enriquecido a los mismos de su estirpe sin mediación alguna de ningún rey o reina que comprenda a quién le pertenece cada tierra. Gracias a ese libertador que llaman, Simón Bolívar, pero a ese señor tirano, traidor, racista y homicida de indígenas, merecen sus víctimas, otra articulada columna investigativa.