Las noticias que llegan de España son cada día que pasa más alarmantes. Los casos de coronavirus ya superan los 11.500 y aumentan casi al ritmo de dos mil diarios, una cifra realmente alarmante y que preocupa a todos. Las cifras de fallecidos ya casi llega a los cinco centenares, mientras que la curva alcista no se detiene. El gobierno ha declarado un estado de alarma que, en resumidas cuentas, confina a estar en sus casas sin poder salir ni tener ningún contacto social ni público a 45 millones de españoles. Las camas en las Unidades de Cuidado Intensivo (UCI) escasean y dichos centros están saturados debido al creciente aumento de la enfermedad a escala nacional. El país está paralizado, la gente está encerrada en sus casas pegada a los televisores escuchando noticas y el ambiente en las calles españolas es parecido al de una ciudad bombardeada por una bomba que asfixia pero no destruye; ni si quiera se ven perros callejeros. El COVID-19 ha causado grandes estragos en España, la gente está abatida y esperando el final de una crisis que no parece tener fin.
Todos los bares, restaurantes y tiendas están cerradas menos las farmacias (droguerías) y supermercados de alimentos, pero tampoco venden mucho porque casi nadie sale a la calle, solamente se ven los coches de policía y militares patrullando sus desiertas calles. Reina el miedo y el silencio sepulcral. El transporte público, tanto trenes como autobuses y el metro, está casi paralizado y el poco que funciona suele estar atiborrado, alimentando la alarma entre las pocas personas que lo usan por el riesgo de contagio. Las iglesias también están cerradas a cal y canto, en un hecho casi inaudito en la historia de España, uno de los países con una tradición católica con más arraigo en el continente europeo.
Luego está la gestión de la crisis por parte del gobierno, mas bien caótica, tardía y poco coordinada. Incluso los responsables del gobierno, como casi todos sus ministros y el mismo presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, llamaron a participar, en un gesto absolutamente irresponsable y casi criminal, en una manifestación en favor de las demandas feministas el 8 de marzo, mientras ya en todo el mundo la pandemia se extendía sin control y de una forma dramática. Las consecuencias de esta masiva manifestación a la vista están: dos ministras infectadas, la esposa del presidente de Gobierno también -aunque en un principio se ocultó- y aumento masivo de los casos de COVID-19 en la Comunidad de Madrid, la más afectada, seguramente debido a esta marcha que nunca debió de realizarse, en todo el Estado Español.
Por ahora, las autoridades tratan de calmar a la población pero nadie sabe a ciencia cierta por cuanto tiempo durará el estado de alarma e incluso se baraja la posibilidad de extenderlo más días y hasta después de la Semana Santa, unas fechas en las que tradicionalmente los españoles viajan de vacaciones y llegan a producirse unos treinta millones de desplazamientos, lo cual significaría un alto riesgo de contagio y, de permitirse, una irresponsabilidad obvia. Por ahora, pese a las medidas tomadas, el contagio no remite, lo que genera una gran impotencia en la población y en los servicios sanitarios, desbordados y colapsados, y los casos no dejan de aumentar. España es es el cuarto país más afectado en el mundo por el coronavirus por detrás de Irán, Italia y China, por este orden.
Luego está la desesperación de los que tienen a sus familias atrapadas allí y la ausencia, a veces, de noticias fiables y confiables, nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo durará el encierro y si el mismo será eficaz para derrotar a la pandemia y frenar su propagación. Lo que si queda claro es que el único antídoto efectivo para frenar al COVID-19 es no exponerse ni social ni públicamente y quedarse en casa sin ningún contacto exterior, un precio muy alto porque, evidentemente, paraliza la economía. China está saliendo del coronavirus pero tendrá que pagar el precio de tener que afrontar una segura recesión económica en los próximos meses y haber dejado en estado catatónico su economía. El coste, pese a haber detenido el contagio, es muy alto y seguramente el mundo, incluida China, tardará meses en recuperarse de una crisis todavía no concluida. La recesión global está servida, ningún país se librará de la misma. España tampoco quedará al margen de esta crisis, al tiempo que los españoles viven su reclusión forzada por la pandemia e impuesta por las autoridades entre la impotencia y la desesperación. ¿Cuánto tiempo durará esta situación? Solamente el tiempo nos dará la respuesta, tengamos paciencia.