¿Espacios externos para dar clase durante el paro?

¿Espacios externos para dar clase durante el paro?

Un estudiante le dice a los indiferentes

Por: UN Representación Estudiantil
abril 29, 2015
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¿Espacios externos para dar clase durante el paro?

Quisiera compartir a los y las estudiantes, a los y las profesoras y a la opinión pública en general una respuesta de Mario Figueroa, profesor de la Universidad Nacional de Colombia a su estudiante sobre buscar espacios externos a las instalaciones de la universidad para el desarrollo de su clase.

"Respuesta a un estudiante que ante el paro de los trabajadores de la universidad y los bloqueos, me pregunta si yo voy a continuar mis clases “en algún lugar externo a la universidad”:

Estimado Carlos, muchas gracias por sus correos. La mayoría de los profesores y de los estudiantes nos aislamos más en estos momentos y pocos intentan hablar de lo que pasa. Las asambleas o las reuniones amplias de profesores cada vez reciben más críticas y hasta sus correos difundidos masivamente han molestado a muchos, algunos de los cuales han manifestado su deseo de que los borren de esas listas. Como verá, en el texto que sigue, intento, muy rápida y coloquialmente, mostrar desde mi perspectiva personal, que esto es una manifestación de un problema mucho más amplio y profundo.

Y con relación a lo que pasa en la Universidad, asunto al que me referí en la primera clase de este semestre, cuando hablé de la crisis, le comento que viene pasando desde hace varios años, me refiero al proceso de privatización. No es difícil admitir que las reivindicaciones de los trabajadores tienen origen en los grandes problemas de ese proceso: disminución radical de la planta de empleados, tercerización, plantas paralelas, trabajadores contratados por ODSs pero sin embargo laborando en horarios y jornadas continuas, fijas y con cargos específicos que los harían, según la legislación laboral, merecedores de contratos a término indefinido, de cargos de planta; mientras por el otro lado ha habido un aumento exponencial del número de estudiantes en los últimos años y de la cantidad de programas, de actividades de investigación y de extensión, que requieren del apoyo y el trabajo de empleados no docentes, etc.

Lo que tal vez sea más difícil de notar y mucho más, de admitir, es que la propuesta que usted insinúa y que han puesto en marcha algunos profesores, la de continuar las clases “en algún lugar externo a la universidad”, es, desde mi punto de vista, un paliativo que profundiza la privatización, es una expresión de ella. Seguro muchos tienen razones distintas para implementarla, pero me parece que en la mayoría de los casos la privatización ronda esta salida. De hecho me atrevo a afirmar que hoy en día, buena parte de la Universidad Nacional es, paradójicamente, “un lugar externo a la universidad”, aún cuando ese lugar o esas actividades se desarrollen dentro del campus, o dentro de los planes de estudios de programas oficiales de la universidad. Hemos permitido que nuestra universidad, pública y nacional se convierta en un lugar externo, privado y ajeno, en pasto del mercado.

El sometimiento de la docencia, la investigación y la extensión a las demandas del mercado, hace “externos” esos trabajos, ajenos; es decir, ese sometimiento enajena el trabajo de la universidad. El “sálvense quien pueda” que subyace a esta propuesta, o el “acá yo con mi trabajo y allá usted con el suyo” o “acá yo con mi deber y mi derecho, y allá usted con los suyos”, implica reproducir la indiferencia y la propagación de las “soluciones privadas” para los problemas comunes, práctica que tanto mal le ha hecho al país y que contribuyó a la perpetuación del conflicto armado: que cada quien busque como continuar y hacer como si nada estuviera pasando. Esta práctica se instauró hace mucho tiempo en la Universidad Nacional, y es una de las expresiones de la forma más sutil, pero más efectiva de privatizarla.

No se trata ya de acciones burdas como congelar la planta docente (como lo ha estado por espacio de treinta años en los que no se ha aumentado ni medio cupo para un profesor, a pesar del crecimiento exponencial de alumnos y de programas), o de eliminar buena parte de los cargos de la planta de empleados no docentes, ni de cerrar cafeterías, residencias estudiantiles, servicio médico, atención psicológica, etc.. Todo eso se hizo, es cierto, pero esa no es la parte profunda ni más peligrosa de la privatización; ni siquiera la de comenzar a vender parte del campus, hacia donde ya se avanzaba. La andanada más eficaz de la privatización es la que llamo “la privatización de los espíritus”. Para esto no fue necesaria prédica de dogma alguno o un programa de “penetración ideológica”, un lavado de cerebro o algo así. Se trató de algo tan sencillo como eficaz: modificar la práctica para transformar la ideología. Y para generar nuevas prácticas ni siquiera había que atacar los ideales. Estoy seguro de que la gran mayoría de los profesores de la universidad están ciegamente convencidos de que defienden férreamente el ideal de una universidad Nacional con carácter público, participativo, y con autonomía universitaria; aunque en sus prácticas cotidianas estén, hace tiempo y sin darse cuenta, cooptados por la privatización y con una clara actitud privatizadora que se expresa en ese “sálvese quien pueda”, o en ese “yo cumplo con mis responsabilidades y no soy responsable de nada más”.

Para transformar las prácticas solo había que intervenir sobre el objeto. Si se trataba de hacer de la universidad un pastel para el mercado, lo más fácil para transformarla silenciosamente, era ofrecer una parte de la torta, una parte del objeto, a los profesores: el dispositivo que se instaló desde entonces, se podría sintetizar en un enunciado de este tipo: «usted, profesor, salga a buscar mercado, diseñe y venda (proyectos, asesorías, investigaciones, cursos, documentos, servicio de equipos, de infraestructura, etc.) y, de esas ventas, un porcentaje grande quedará para la institución (autofinanciación) y, otro porcentaje, profesor, será bonificación para usted».

Instalado este dispositivo, lo demás, como modificar el Estatuto de Extensión para liberar los topes de los pagos de bonificaciones a los profesores, fue pura carpintería. Participando así en el reparto del objeto, la independencia de los profesores quedó bastante menguada, por decir lo menos. Es cierto que no todos se han acogido a esta forma de trabajo y que quienes han visto aumentados considerablemente sus ingresos por esta vía, seguramente no son la mayoría, pero las Unidades Académicas entraron también en esa lógica; la venta de las especializaciones, maestrías y doctorados es un hecho. Esa Universidad de postgrado es ya totalmente privada, de modo que por más que se quiera, ningún profesor puede quedar al margen de esa lógica avasalladora. Uno tras otro se han sucedido los rectores con sus equipos y ninguno ha hecho nada para modificar este drástico viraje que se profundiza día tras día. Al contrarío, acogieron el modelo y lo han venido profundizando.

Si a los docentes se les calla llenándoles la boca con una tajada del reparto, la estrategia con los estudiantes fue la del endeudamiento: el sistema de créditos. La mejor manera de atrapar a un sujeto es hacerlo acreedor, que se trague el anzuelo de la deuda, que de allí no se podrá soltar. No bien acaban de pasar el umbral de la institución en la que supuestamente van a ser formados para la “mayoría de edad”, en el sentido que Kant daba a esta expresión, y ya se les ha atrapado haciéndolos deudores de un paquete de créditos. Así, en vez de que puedan “pensar por sí mismos”, que sería la principal tarea de la universidad ¡ni elegir carrera pueden ya, porque el Otro, encarnado en la institución decide por ellos!.

Es una manera terrible de imponer su silencio, de pisotear sus derechos, de hacerles bajar la cabeza y obligarlos a plegarse hasta ese punto al deseo del Otro. ¿Cómo plantearme ante el Otro, si me descontará por cada palabra diferente que salga de mi boca, por cada repetición dislocada del saber oficial que me permita hacer … si el Otro da sus créditos, pero no da crédito a mi palabra?.

Como estudiante debo estar entonces ocupado en defender “mi crédito”, porque la ilusión hace que vea como “mío”, como “mí crédito”, como “mi bolsa”, lo que no es más que la acreditación del Otro ante la voz del mercado que la requiere, para exigir obediencia con ella. No en vano el precio que pagaron las universidades para hacerse presa de la economía, de la “apertura económica” y de la globalización fue la acreditación. Para eso se impuso al son de los TLCs, para darle al conocimiento el estatus de una mercancía transable. ¿Cómo tasar (¿habrá que escribirla con “z”?) esos bienes otrora intangibles, invaluables? Este nuevo “patrón de medida” facilita la reducción a mercancía y la venta de esos bienes, el negocio. Programas, cursos, artículos, patentes, revistas, estudiantes, profesores y universidades… todos tienen adosado su código de barras que los “acredita”, que les fija un valor y que supuestamente facilita su circulación (acceso o no a las bases de datos, clasificaciones de indexación para revistas, índices de citaciones, sistemas de evaluación, ranking de uno y otro tipo, etc.). Ese “pase” para su circulación, supuestamente libre, en el supuesto “libre mercado” va de la mano con la imposición de un modelo de ciencia que no admite sino lo universal, que niega y excluye las diferencias.

Así como se logró que el deseo de los estudiantes no cuente ni para elegir su carrera, a otro nivel, en esta forma de venta privatizada de la universidad, los problemas del carácter estratégico o de la pertinencia de uno u otro saber, de uno u otro proyecto, de una u otra investigación, las necesidades de la sociedad más allá de las exigencias del mercado, no son tenidas en cuenta. Muchos saberes o prácticas importantes para la sociedad no son rentables, o no son “universales”, son “saberes locales” o “saberes inútiles” para el mercado. El carácter público de la universidad permitía la protección de esos saberes más allá de los intereses privados. Pero es claro que ese espacio de protección, de garantía mínima de supervivencia y circulación se pierde al privatizar la universidad, así como desapareció una gran parte de lo que antaño se llamó “extensión solidaria”, esa que no producía dinero, por la que no se cobraba en pesos contantes y sonantes, esa que no paga. Y si no paga, no hay caso, porque hoy en día no se trata de ser pilo porque sea bueno ser pilo o porque simplemente se desee ser pilo, sino que hay que ser pilo porque “ser pilo… paga”; y como en la lógica mafiosa, en este nuevo modelo de educación “todo el mundo tiene su precio”, cada uno tiene su acreditación.

No hay necesidad de suponer que esta estrategia de privatización requirió de un ideólogo o de alguna especie de “complot” (aunque obviamente tiene destacados defensores aquí y allá),sino que va de suyo, va en el espíritu de la época y en las formas del mercado: es un sistema, o mejor, un discurso, como lo llama el psicoanálisis, es decir una forma particular de hacer lazo, de relacionarse con los otros y con el objeto en disputa. Parte de la eficacia de esa forma de echar el lazo al sujeto se basa en darle de comer al monstruo de nuestro narcisismo. Mientras que la autonomía universitaria (o incluso aquella según la cual podríamos elegir libremente y de manera ilustrada), es atropellada con la privatización, sin embargo la ilusión es la contraria: en este sistema privatizado creemos que somos absolutamente autónomos, independientes, libres y poderosos en nuestra soledad.

La paradoja es que el discurso imperante, a pesar de ser discurso no hace lazo, sino que lo interfiere; entonces, el individualismo campea: cada uno aislado, refugiado en una ilusoria omnipotencia, buscando su paga por ser pilo, cada profesor escribiendo para generar puntos que se traduzcan en bonificaciones y acreditaciones o velando por sus proyectos, de espaldas al proyecto global y colectivo que es la misma universidad en su conjunto. La indiferencia se pavonea.

Los paros y los bloqueos resultan tan molestos para los habitantes de nuestras urbes de hoy porque nos confrontan, cuestionan la ilusión de independencia que constituye nuestro yo, nos muestran que algo no opera en el dispositivo, y, más doloroso aún, que no somos autosuficientes, que necesitamos a los otros, que nuestras “soluciones privadas”, no siempre operan… que la privatización en la que aparentemente estábamos tan cómodos, puede hacer agua. Nos refugiamos entonces en una particular mirada del deber, de los derechos y de la responsabilidad. Ahí sí salimos a invocar los derechos: a la salud, a la educación, a la justicia, al trabajo, etc., dependiendo del sector en paro. Los trabajadores que han parado nos están impidiendo el disfrute de nuestros derechos. En últimas el “derecho” que más atropellado resulta ahí y el que pedimos que nos restituyan en primer lugar es el “derecho” a la ilusión de la omnipotencia de nuestro yo. Ver desportillado nuestro narcisismo es insoportable. O el “derecho” a creer todavía, como creíamos en nuestra infancia, que hay un padre omnipotente que aunque no respete la ley pueda venir a poner orden, y a salvarnos. Al respecto las voces desesperadas que en estas circunstancias llaman a la intervención del procurador son un claro ejemplo.

Sale a flote entonces un sentido del deber que excluye la relación con los otros (“yo estoy cumpliendo con mi deber”), que no puede comprender que si bien los derechos y los deberes se asumen individualmente, más allá de esto constituyen una red, un entramado en el cual nos encontramos inexorablemente con los demás, que no se adquieren ni se sostienen de manera natural, ni individual, sino que se deben al colectivo, al que entre otras cosas, regulan. Por eso no hay derecho sin la dimensión colectiva, no hay derecho ni deber sin los otros, aun cuando sea mi derecho o mi deber, se lo debo a los demás y por eso mismo, permitir que se viole el derecho de otro es permitir que en él, se viole mi derecho y el de todos los demás. Por eso, aun con mi indiferencia, que aparentemente me deja por fuera de lo que pasa con los demás, participo y tomo partido en favor del atropello.

Los bloqueos son eso, el sistema se traba, el flujo se detiene y aunque ahora más que nunca quiera refugiarme en el cumplimiento de mi deber y en mi responsabilidad, sin preocuparme por el malestar que se manifiesta en el sector que para, y en qué eso me concierne; me doy cuenta de que mi individualismo tiene su límite, de que algo no funciona, aunque en mi mundo privado me empeñe en creer que sí; y noto también, aunque no lo acepte, que muy probablemente tengo una responsabilidad en eso, aun cuando creo que no he hecho más que estar cumpliendo con mis deberes y mis responsabilidades. «¿Por qué se meten conmigo si yo no me meto con ellos?, ¿por qué interfieren mi trabajo si yo no interfiero el de ellos? Dejémoslos a ellos con sus luchas y sus derechos, que las directivas solucionen sus problemas, es su responsabilidad y no la mía. Yo mientras busco un lugar externo a la Universidad, para seguir externo a la universidad, con mi práctica privada… privada de Universidad Nacional».

Por las razones anteriores, estimado estudiante, no voy a buscar ese lugar.
Cordialmente, Mario Figueroa"

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