A pesar de la veintena de candidatos presidenciales, en el fondo solo hay dos: Petro y el que pueda atajar a Petro. En eso de atajar a grandes líderes las élites que nos gobiernan combinan todas las formas de lucha. Desde el uso de la prensa para desprestigiar, de la justicia para acusaciones falsas hasta la eliminación física del oponente.
Colombia tiene el récord mundial en asesinatos de candidatos presidenciales con patrones comunes. Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro León Gómez, Luis Carlos Galán; todos ellos con una propuesta para la supresión de la exclusión social y del latifundio improductivo que los hacían “peligrosos” para los intereses del poder económico de la aristocracia.
Ellos en su momento tenían extraordinaria aceptación del pueblo y eran los mejores posicionados entre los aspirantes a la presidencia. Prácticamente el homicidio fue la única forma de detenerlos. Unas características comunes de estos personajes eran la lucha por la restauración moral de la República, así como sus denuncias sobre los vínculos entre el poder político tradicional y el tráfico de drogas. Esas posiciones políticas los convirtieron en una amenaza para los turbios intereses de la oligarquía colombiana. Petro no solo retomó esas banderas, sino que los desenmascaró ante el Congreso y el país.
Hace 73 años los colombianos pusieron la esperanza en el lúcido Gaitán, hace 32 la renovaron con Galán; ambos cayeron asesinados por sicarios. Sus firmezas ante las mafias políticas les costó la posibilidad de ser presidentes de Colombia. En el caso de Galán las conexiones entre el cartel de Medellín, las Autodefensas del Magdalena Medio y el DAS permitieron acabar con su vida. Petro, precisamente, fue el senador que denunció a esos macabros sectores y las investigaciones que se abrieron metieron preso a la tercera parte del Congreso y a muchos más.
La otrora propuesta de Galán, retomada por Petro de la eliminación del latifundio improductivo, hoy incrementado por el desplazamiento forzado, para la producción de alimentos, tiene a esos grandes terratenientes, muchos de ellos partícipes de la guerra, con miedo por el ascenso de Gustavo Petro. Quienes pretendiendo cambiar el atraso feudal de los fértiles campos colombianos, con una desigualdad exagerada, una injusticia social y la más grande de las corrupciones a todo nivel, han sido asesinados. Según esa lógica macabra, Petro estaría en la mira. Su perfil queda por fuera de ese vínculo entre las élites políticas, económicas y los medios de comunicación.
De estos últimos ha sido víctima, como fue el caso de su destitución y difamación de la alcaldía de Bogotá. Sin duda hay un equipo periodístico cazando cualquier de sus comentarios para filtrarlos, procesarlos y algunas veces descontextualizarlos, quedando “no lo que dijo”, sino “lo que dicen que dijo” como matriz mediática.
De esa manera se cambió 'desobediencia civil' por 'insurrección', 'detener exploración de campos petroleros' por 'la hecatombe climática por eliminar las empresas petroleras', 'no emitir billetes para beneficiar el poder financiero sino para la pequeña y mediana industria en medio de la pandemia' por simplemente 'emitir billetes sin respaldo', 'comprarles tierras fértiles improductivas a los terratenientes para los campesinos desplazados' por 'expropiar tierras', entre otras.
Dos proyectos realmente diferentes están puestos en la palestra y uno de ellos palpita desde la esperanza, la ilusión, la diferencia, el respeto por la naturaleza y el compromiso con la equidad y la paz. El otro, reúne a las mismas élites políticas sin intención alguna de transformar las injusticias sociales, manteniendo solo los privilegios y la corrupción. Su estrategia ha sido nombrar como radical, intransigente o instigador del odio de clases a quienes pongan de presente que hay problemas serios frente a los cuales no podemos postergar más una solución.