Sí, eso de ser estúpido pareciera una condición inherente, vale decir, que quien oficia de tal pareciera sentirse a gusto y dominante en su papel.
De disfrutar a plenitud de esa falta de carácter tan distintiva de quienes alardean de inteligentes, sobrados, poderosos, únicos, sin detenerse a considerar que cuanto realmente están provocando y desafiando con sus impertinencias inherentes, es a esa “fuerza psicológica poderosa y profundamente contradictoria”, que es la estupidez.
Que no es propiamente, la estupidez, una negación de racionalidad, de ilustración o de destrezas conceptuales como pudiere creerse, de primera mano, que sean esas las más notorias carencias de quienes puntean en la franja variopinta de los estúpidos, pues de aquellas debilidades de carácter transmutadas en falsas fortalezas, es de cuantas más alardean.
Abundantes hasta el fastidio en la galería de los autoproclamados intelectuales criollos, en cuyas múltiples y muy selectas disciplinas practican y pontifican como supremos regentes de su indefinida identidad de pensamiento, de su frágil contextura ideológica, de su abrazadora propensión a negarse, hasta la apostasía, en su identidad racial, de clase y género.
A representarse en papeles que no se corresponden en su interpretación más que con la abyección, la sumisión y la subordinación vejatoria de la dignidad al poder, cuya puesta en entredicho, desafío y subversión con las ideas está para ellos vedada, so pena de ser excluidos de sus miradas, registros y protocolos.
De los cenáculos y ocasionales convites a los que se les convoca, una vez y uno por cada millar de estúpidos, investidos de intelectuales, para que hagan de titiriteros y saltimbanquis del poder que los ha seducido y amaestrado para darse visos de humanista.
Un poder invisible pero efectivo, que los convierte en cortesanos sin valía como corresponde a la servidumbre medrosa de la estupidez; en vasallos de las formas más despiadadas de esta debilidad: el poder.
En oportunistas disfrazados de escritores, de librepensadores; de opacos y grises titulados de mentes brillantes; de aventajados de las precariedades del carácter.
En estúpidos ilustrados.
Y si de la política se tratare, ahí sí que se acrecienta el universo de la especie, sobre todo en la variedad de los que se autoproclaman de avanzada en materia ideológica y doctrinaria. De izquierda, mayormente, pero solo para hacer las salvedades cuando su praxis, fiel hasta la apostasía al statu quo, al conservadurismo y al más cerrero oscurantismo, se los impone para preservar su tullido estado de sumisión.
Como si ser de izquierda, ¡oh!, de izquierda,
no fuera más que una posición para acomodarse a los tiempos
y a la sobrevivencia en el modelo y sus variantes
Como si ser de izquierda, ¡oh!, de izquierda, no fuera más que un vocablo acomodaticio a las semánticas de aquel; una posición para acomodarse a los tiempos y a la sobrevivencia en el modelo y sus variantes.
Y como abundan de esos en estos tiempos de los acuerdos internos de paz con las guerrillas de las Farc–EP, del advenimiento a la presidencia de USA de Trump, del Sí y del No, de la muerte natural de Fidel Castro, predicando y pontificando catástrofes y bienaventuranzas según sea la directriz que en una y otra dirección les señalan los poderes invisibles a los cuales deben sumisión vergonzante.
Y como su trauma de estupidez ilustrada es congénito, apenas sí es entendible que las autoproclamadas posiciones de izquierda que como intelectuales, ¡oh!, intelectuales, deberían asumir ante hechos históricos, sociales y políticos como los anotados, quedan eximidos de ella por sustracción de materia.
Por estúpidos.
Poeta
@CristoGarciaTap
Publicada originalmente el 8 de diciembre de 2016