Mucho escuchamos sobre criminalidad, pero poco nos preocupamos por conocer esta problemática, y no es de extrañar que estas discusiones no se presenten, dado el atiborramiento de criminología mediática, la cual nos apartara del debate real sobre los vericuetos de la violencia. No obstante, un tema tan relevante no puede ser eludido y para ello debemos preguntarnos por su posible raíz última en la civilización.
Durante el siglo XX muchos se preguntaron sobre la raíz de la criminalidad, muy particular en la psicología, resaltando en esta Sigmund Freud, quien fuere una persona bastante incómoda para sus contemporáneos. No en vano solía ser comparado con Copérnico y con Darwin: como si no fuera suficiente que uno dijera que no éramos el centro del universo y el otro que teníamos al mono como primo, vino Freud a decir que ni siquiera somos completamente racionales. Y es que, desde los ideales griegos, específicamente los estoicos, nació un sistema de pensamiento y acciones que atribuían como característica humana la racionalidad, en donde la vida apuntaba a la domesticación de las pasiones del individuo, bajo el ideal de “civilización”. Fue de esta forma como se creyó durante siglos, que el ser humano es en esencia un animal racional, al igual que también un animal político, el cual existía de manera natural, en armonía con los otros y con la cultura.
Para Freud estos ideales de racionalidad mediante el control de impulsos filogenéticos no era nada convincente, por lo cual se remontó hasta la etnología, o sea más allá –antes– de la historia, para explicar la violencia humana. No fue hasta 1930 en “El malestar en la cultura”, donde Freud afirma que la cultura reprime las pulsiones agresivas generando un control interno mediante el super-yo que no las elimina, sino que las mantiene en el inconsciente, donde luchan por salir, produciendo culpa, lo que impulsa a procurar el castigo como compensación, para lo cual, el delito sería una de las vías para satisfacer este reclamo inconsciente de castigo. En ese sentido, en psicoanálisis no se habla ni de individuo ni de persona sino de sujeto, haciendo referencia a estar sujetado a Otro (la norma cultural).
Para sobrevivir psíquica y culturalmente, el sujeto debe asumir la norma o ley como ideales formales de expresiones sociales; en esta medida, el sujeto es un ser reprimido a una prohibición que le precede y persigue. Por tal motivo, cada sujeto asume la norma o ley de forma diferente: Unos la asumen de manera dolorosa (los neuróticos), otros la reconocen para violarla (los perversos) y quienes la forcluyen, la niegan y se mantienen por fuera de ella (los psicóticos). En cualquiera de estos tres aspectos se ubica la mayoría de los infractores y delincuentes que purgan una condena en la cárcel por habérseles comprobado que violaron una norma culturalmente establecida o cometieron un delito. De esta forma, el ser humano esta atravesado por la ley; y sin importar el modo como el sujeto interaccione con ella, la prohibición opera, no hay huida para el sujeto ante la ley, ella lo marca, lo estructura, lo organiza psíquica y culturalmente.
Siguiendo con la línea psicoanalítica, Freud advierte que cuando una persona se abstiene de agredir a otra sólo porque existe una fuerza exterior que se lo impide, no hay mala conciencia, sino que ésta aparece cuando la autoridad está interiorizada, o sea, cuando es parte del yo. De acuerdo a esta tesis, Freud criticaba la pena de muerte, pues lejos de constituir un elemento disuasorio, sería una ocasión de máxima expiación, una suerte de suicidio con complicidad de la justicia estatal. Saltando a lo social, sostenía la existencia de un super-yo cultural, para controlar el mayor obstáculo con que choca la cultura: la tendencia constitucional de los humanos a agredirse mutuamente. En este sentido afirmaba que era irrealizable el mandato de amar al prójimo como a uno mismo y lanzó la hipótesis de que en la imposible realización del super-yo cultural quizá se halle el origen de una neurosis colectiva.
Al igual que Freud, Fiódor Dostoyevski afirma que la dinámica psíquica del criminal sustenta el crimen, reflejo de esto, fue su obra Crimen y castigo. En esta, Dostoievski muestra como se realiza un crimen, para luego ser castigado y acabar con el sentimiento de culpa atrapado en el inconsciente, el cual, deforma y disfraza, por efecto de la censura cultural, el impulso latente de la acción criminal. Es por esto, que las acciones del criminal se hacen ilógicas e incomprensibles para el núcleo social, para la justicia y para el mismo criminal; nadie entiende cómo una persona puede arriesgarse por sus acciones criminales, hasta el punto de buscar la muerte y la propia destrucción. En donde el crimen, es la vía que encuentra la vida psíquica, para satisfacer un conflicto no resuelto en el inconsciente.
Gracias al aporte de Sigmund Freud, logramos comprender que el criminal no es excepcional frente a la población promedio “normal” y que el origen de su conducta no está determinada por una patología ni por rasgos de conducta particulares, por cuanto el crimen, tiene una motivación de tipo inconsciente, que es la causa que moviliza el acto criminal, en otras palabras: la estructura psíquica de quien comete un crimen no es muy diferente a la estructura psíquica de quien no ha cometido un delito. Al no existir contrastes significativos entre la estructura psíquica de un criminal y una persona que no lo es, no resulta muy coherente pretender erigir una psicopatología particular frete a la conducta criminal, pues para el psicoanálisis, el acto criminal, tiene que ver con la manera como se organiza el deseo y el goce en la vida psíquica de cada sujeto (Motivación), y no los rasgos de personalidad.
Fuente: La cuestión criminal, Eugenio Raúl Zaffaroni