Ese amargo momento en que dejamos de creer fervorosamente en el fútbol colombiano

Ese amargo momento en que dejamos de creer fervorosamente en el fútbol colombiano

La inocencia la perdimos en el 94, cuando Rumania nos goleó y no pasamos a la segunda ronda. Asuminos así que el fútbol no era más que una entretención

Por: Juan Carlos Niño Niño
abril 06, 2022
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Ese amargo momento en que dejamos de creer fervorosamente en el fútbol colombiano
Foto: Archivo

Un aspecto positivo de la reciente eliminación de la Selección Colombia al Mundial de Qatar 2022 es que el país ha aprendido a tomar este hecho con total tranquilidad, casi que sin la mayor trascendencia, a excepción de uno que otro comentario en redes, o las letanías de los comentaristas deportivos.

A principio de los ochenta, con mi padre íbamos al corregimiento Morichal de Yopal, en el jeep de "Guacamayo", a presenciar las peleas de Kid Pambelé y los partidos de la Selección Colombia para clasificar el Mundial de España 82, con un pequeño televisor de 14 pulgadas en blanco y negro, que encendía con la batería del jeep, y aprovechando que en ese lugar se cogia la señal del Canal 1, como lo recuerda fotográficamente mi amigo de infancia y abogado Robert Morales.

En la sala de la casa de un juez de rentas los asistentes discutían previamente con angustia y ansiedad cómo detener la furiosa embestida de los volantes  brasileños Zico y Sócrates Brasileiro, evaluando a "ojímetro" las aptitudes de los defensas colombianos Pitillo Valencia y Miguel Augusto Prince, no sin antes discutir en medio de la tensa calma si era conveniente que Willintong Ortiz y Hernán Dario Herrera permanecieran en la cancha enemiga, para que un pelotazo mágico de atrás les permitiera el casi imposible gol a Brasil.

El desenlance del partido fue totalmente diferente. El baile zamba nos empacó cinco goles, y casi al terminar el partido, casi por un milagro, la dignidad aguerrida del jugador colombiano o la benevolencia tácita de los brasileños, anotamos un "gol" que ni el mismo autor Hernán Darío Herrera celebró, y fue cantado por Edgar Perea en Caracol radio con desánimo y mucha rabia —en esa época se le bajaba el volumen al televisor y se escuchaba la talentosa narración de la radio— y hasta mi padre —entre el enojo y la desilusión— terminó diciendo que quería ver más goles de Brasil.

El ambiente fue aún más sombrío cuando ni un lánguido empate con Uruguay y una victoria sufrida frente a Perú fue suficiente para clasificar al Mundial de España, en donde los hábiles comentaristas deportivos nos vendían el insuceso como una tragedia nacional, que sumía en el despecho y la desolación a todos los colombianos.

Con la clasificación al fin de Colombia al Mundial de Italia 90, se apoderó de nosotros un delirio colectivo, una euforia o casi estupidez sin límites, que llegaría al colmo cuando en  el año 1993 le ganamos 5-0 a Argentina, en donde salimos a las calles a celebrar, con aguardiente y cerveza por montones, con el trágico  resultado en esta "fiesta patria" de muchos muertos y heridos.

La inocencia la perdimos —siendo favoritos en el Mundial USA 94— cuando Rumania nos golea y no pasamos ni siquiera a la segunda ronda, y los colombianos asumen entonces que no era para tanto, que no valía la pena matarse por el fútbol, que estábamos preocupándonos más de la cuenta, que era el momento de dejar de lado tanto fanatismo, y dejar de creer en el bombo de  los comentaristas deportivos —quienes también aceptaron su culpa— y aun más cuando testigos de primera mano aseguran que la noche anterior en el hotel al partido contra Rumania, vieron a los jugadores colombianos bailando y gritando borrachos: vamos a ser campeones!

A partir de "esa pérdida de la inocencia", los colombianos no se desviven por el fútbol, ni siquiera con el brillante trabaja de Pekerman, mi mucho menos con el frágil y mediocre trabajo de Reinaldo Rueda, hasta estoy a punto de pensar que daría los mismo si clasifican o no, o que la clasificación no sería más que un logro para disfrutar un domingo en familia, comentarlo en la oficina con los amigos o una buena excusa para relacionarse con los demás.

¡El fútbol es una entretencion, nada más! Un maravilloso juego que un fin de semana nos da alegrías y tristezas, pero que no debe trascender más allá -asunto de vida o muerte- ni mucho menos incidir de manera seria en nuestras vidas, como durante tanto años los periodistas no hicieron creer, empezando con la desaparecida "Polémica" de Caracol, y que me perdone Robert Morales, quien entre otras cosas debe andar de plácemes por la posible transferencia de James Rodríguez a su amadoJunior de Barranquilla.

Coletilla: Al aproximarse un año de la triste y dolorosa partida del periodista Omar Rey, a quien extrañamos su comentario en Facebook sobre la eliminación de Colombia, me viene a la memoria la única "traición" que cometió contra su amado equipo Millonarios, pero que a la vez demuestra su grandeza como persona, profesional y amante del fútbol.

A mediados de la década pasada, Omar estuvo haciendo vueltas personales en Bogotá, y aceptó mi invitación de hospedarse en el apartamento, ubicado entre el Nicolás de Ferdermán y el Barrio Modelo, a lo que nunca olvidaré su reacción cuando una vez caminando nos encontramos en este sector con la sede administrativa del Club Independiente Santa Fe, eterno rival de su glorioso "Millonarios".

Con entusiasmo y alegria -mientras lo observaba estupefacto- Omar entró y recorrió este lugar, observó con curiosidad y admiración los diferentes elementos que se exponían en esta sede, incluidos trofeos, reconocimientos y fotografías de antaño, y no dudó en comprar la camiseta oficial del Santa Fe, que se puso inmediatamente y me pidió que le tomara una foto en la esquina exterior de la sede.

Lo confieso: no recuerdo que destino tuvo la fotografía de Omar en la sede de Santafé, ni tengo indicio alguno si la publicamos en redes, y lamentablemente un rastrero ayer a la mencionada foto fue infructuoso... de cuando Omitar fue infiel a su querido equipo azul.

Esa amplitud de "hincha", demuestra que también para Omar el fútbol era un juego, una entretención, que nos alegra en determinados momentos la vida, pero nada más...

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