Son verdaderos campos de concentración, escuelas de violencia e inhumanidad, no tienen otro adjetivo. En eso se han convertido las cárceles de Colombia, ante la indiferencia de todos nosotros, los que nos consideramos “ciudadanos de bien” y nunca en la vida hemos estado internos en ninguna.
Con el agravante de que si el detenido es “gente decente” o “tiene palancas políticas” o ha sido un duro paramilitar o guerrillero, o es millonario, tiene prebendas a las que los del montón, atracadores, apartamenteros, vendedores de drogas al por menor, o sea, los del pueblo, no tienen derecho. De ellos, que son los más, nadie se vuelve a acordar que existen, que son seres humanos.
Pero nos hacemos los de la vista gorda. Y este problema lleva años, con la complicidad de los gobiernos y toda la sarta de dirigentes que nos ha tocado padecer durante décadas y décadas...
Para muestra, este artículo, publicado en El Tiempo en marzo de 1963, hace no más de 53 años, medio siglo: “Funcionarios de la cárcel de Distrito Jorge Eliecer Gaitán, dieron a conocer los graves problemas que afrontan los presos a consecuencia de la falta de salubridad, así como de orden interno y hacinamiento dentro del establecimiento”.
Inexplicablemente hoy esta cárcel se llama “La Modelo”. Y constituyó desde su construcción uno de los más grandes negociados de nuestra ciudad. Su estructura siempre presentó filtraciones de agua, sus sanitarios fueron insuficientes, su capacidad mucho menor de lo que desde un principio le empaquetaron: mala ventilación, todos los olores se amotinaron desde su comienzo. Versiones de señoras voluntarias que han dictado talleres para que los detenidos puedan trabajar y ayudar a sus familias, afirman “son... cincuenta y tres años hacinando gente como animales”.
Indignante. Cincuenta y tres años de horrores que jamás conocemos o no queremos conocer, porque esos seres son invisibles para el resto de la sociedad. Incomodan. Han delinquido, ergo, a podrirse. Igual que un holocausto sin gas, porque también se muere de tuberculosis, de infecciones, de violaciones, de tristeza, de sida... Y no queremos enterarnos.
Así pasa en el noventa por ciento de las cárceles del país.
Se convierten en campos de concentración,
en escuelas de violencia, maltrato y abusos sexuales
Así pasa en todas las cárceles del país. O en el noventa por ciento de ellas. Se convierten en campos de concentración, en escuelas de violencia, maltrato y abusos sexuales. Pero no nos importa... De esto no se habla. Presidentes, ministros, congresistas, alcaldes, gobernadores, desde hace más de cincuenta y tres años que se desentienden de estos seres humanos y los desechan, para convertirlos en verdaderos monstruos, o en víctimas que se consumen lentamente con el silencio cómplice de los que “estamos afuera...”.
Las cárceles colombianas son nuestra mayor vergüenza... Nos escandalizamos cuando algún detenido se escapa, pero ignoramos esos miles y miles que están muertos en vida. No tienen derecho a sanitarios, ni camas, ni dignidad... Y así hablamos de paz, de justicia y de equidad.
PD: Se fue Palomino. Siento un fresquito. Muestra que no hay nadie intocable... Se lo creyeron, que es otra cosa...
@josiasfiesco