El discurso de Francisco en la plaza de Bolívar en Bogotá, no solo es una joya de la oratoria, es un reconocimiento a nuestros símbolos patrios, a la genialidad de García Márquez; es una acérrima defensa de los pobres, es un latigazo directo a las élites nacionales que construyen leyes con intereses mezquinos antes que colectivos; es un contundente espaldarazo al proceso de paz; “No están solos”, este es “un viaje hacia la reconciliación y la paz”, palabras que conjuntamente con los apartes finales de 100 años de Soledad, constituyen el mensaje más claro, contundente y directo que hemos recibido los colombianos referente a la paz que anhelamos.
Como un verdadero orfebre de la palabra, el papa Francisco fue deshojando un árbol de metáforas, muchas personales, otras bíblicas, otras tomadas de nuestros símbolos patrios, incluso de la obra inmortal de Gabriel García Márquez, para fustigar a los “de sangre pura”, para pedir que escuchemos a los pobres que ellos “que entre cadenas gimen comprenden las palabras del que murió en la cruz”.
El discurso pronunciado ante 25.000 jóvenes por el papa en la plaza de Bolívar es un mensaje pleno de filigranas, nutrido con metáforas, construido con la seguridad de quien conoce la naturaleza humana, la mezquindad de las clases dominantes, el olvido hacia los pobres, la iniquidad humana que se alimenta con las normas encaminadas a continuar la explotación del hombre por el hombre.
El último párrafo de esa genial pieza oratoria, tomado del último párrafo de Cien Años de Soledad de nuestro nobel de literatura, no solo confirma la genialidad de nuestro escritor insigne, es un grito doloroso pidiendo que en Colombia no haya otros 100 años de guerras, más años de violencia; “libertad y orden” son los valores ciudadanos a tener en cuenta para construir una patria mejor, una sociedad más justa, una patria en paz, una patria donde todos seamos protagonistas, no solo algunos “pura sangre”, como los llamó Francisco.
Colombia necesitaba beber el agua de la verdad en el cántaro de las enseñanzas que nos trajo Francisco, las élites colombianas tienen que entender que tienen necesariamente que tener en cuenta a los pobres, que todos somos importantes, que se tienen que tener en cuenta los campesinos tradicionalmente olvidados, sin voz y con leyes en su contra para destruir lo que ellos más aprecian, la tierra; el obispo de Roma nos dibujó en su discurso, ese croquis certero de la ignominia que no permite que la paz anide en los corazones de todos; casi podríamos decir que con las palabras del papa, comienzan el fin de los 50 años de guerra que los colombianos hemos vivido en el último siglo.