El mundo del libro en Colombia es pequeño. Un novelista, si es conocido, puede aspirar a una edición entre los 3000 y 5000 ejemplares. La gran mayoría se tiene que conformar con tirajes de 1000 y someterse a la tiranía de una limitada red de librerías comerciales, con muy pocas independientes, que exhiben como novedades las recién publicadas obras literarias en tiempos cortos. Otros autores ni siquiera tienen la suerte de pasar un día por la mesa o la vitrina de las novedades.
El espacio para las reseñas literarias en los medios de comunicación o las escasas revistas especializadas también es estrecho, con lo cual es difícil que el público se entere del libro recién editado.
Pero las editoriales viven de los autores y por lo tanto tienen que construir sus nombres. La mayoría de ellos, a excepción de Gabo, son conocidos por una sola novela y los demás libros se venden amarrados al libro estelar, esto hace que sean pocos los que pueden vivir en Colombia del oficio y hacerse a un ingreso digno a punta de derechos de autor, de regalías. La mayoría tienen que combinar la literatura con el periodismo, las columnas de opinión, las conferencias y charlas u oficios varios para sacarle tiempo a la escritura. Un círculo vicioso, difícil de romper en un país donde la gente no lee y el promedio de lectura es de 1.6 libros por año.
Los siguientes son autores que se les recuerda por una obra:
Andrés Caicedo: ¡Que viva la música.
Cuando las sesenta pastillas de seconal se le explotaron en la cabeza, Andrés Caicedo tenía, al lado de la máquina de escribir, un ejemplar de Que viva la música, su única novela, recién que publicada por Colcultura . Después de ser enterrado nació el mito, ese que se encontraba encerrado en los baúles que celosamente guardaba su padre Carlos Alberto Caicedo. Sus amigos, Luis Ospina y Sandro Romero, accedieron a sus documentos y rescataron los manuscritos que editorial Norma fue dándoles forma en media docena de libros. Que viva la música nunca ha dejado de volar y 40 años después de haber sido escrita se lee en inglés, italiano francés.
Gustavo Álvarez Gardeazabal: Condores no entierran todos los días
El escritor tulueño, a los 27 años arrasó con su novela Cóndores no entierren todos los días, un libro que, a los pocos días de su publicación en 1972, se convirtió en un clásico inmediato. Planeta lo tomó como uno de sus autores y vinieron otras 14 novelas en donde tan sólo dos, El bazar de los idiotas y El Divino, escrita en su retiro en Nueva York, tuvieron cierta notoriedad. Este año publicó, con muy buenas críticas, El resucitado.
William Ospina: Ursua
El ensayista y poeta vivo más famoso del país empezó su carrera como novelista con un relato magistral que evocaba, inevitablemente, los momentos más salvajes de Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog. Las otras dos partes de su trilogía, El país de la canela y La serpiente sin ojos, publicadas por Norma, han estado lejos de exhibir el nivel mostrado en su debut. Para colmo ,su último libro de ensayos, Pa que se acabe la vaina, aunque se vendió muy bien, decepcionó a la crítica literaria.
Juan Gabriel Vásquez: El ruido de las cosas al caer
El escritor bogotano ha querido olvidarse toda su vida de las dos novelas que escribió antes de los 25 años: Persona y Alina suplicante. Sólo en El ruido de las cosas al caer, con el que ganó en el 2011 el premio Alfaguara, se pudo acercar al novelista que siempre ha soñado ser. A sus 43 años ha demostrado el talento para no estar en esta lista. Sólo el tiempo, que ese juez despiadado, podrá dictar sentencia
Jorge Franco: Rosario Tijeras
En el año 2000 no había un escritor más famoso que Jorge Franco y Rosario Tijeras era la novela más leída. Como dice el escritor santandereano Jesús Antonio Flórez “Habían cuadernos, afiches, maletines, hicieron película, empelotaron a Flora Martínez y a Manolo Cardona. Rosario quería ser presidente”. Después de Rosario Tijeras Jorge Franco publicó Paraíso travel, Melodrama, Santa suerte y El mundo de afuera. A pesar de que esta última ganó el premio Alfaguara en el 2014, ninguna de estas tuvo el éxito de su sicaria enamorada hasta el punto que hoy ninguna editorial se le anima a una reedición
Tomás González: Primero estaba el mar
Su primera novela causó sensación no sólo por haber sido publicada por El goce pagano, el bar donde trabajaba, sino por la intensidad como narraba el viaje entre de Elena y J, sus protagonistas, desde Envigado hasta el Golfo de Urabá. En esa época, 1983, el joven de 33 años se perfilaba como uno de los mejores escritores post-Gabo. Lamentablemente para él su encierro en Cachipay, después de una tragedia personal, lo desconectaron por completo de la realidad. Desde La luz difícil su afán de no abusar de los adjetivos, ni de la imagen, hicieron que en su narrativa no quedara nada de carne y si el hueso blanco y pelado. Leerlo es ya tan aburrido como los guayabos en los atardeceres de domingo
Laura Restrepo: Delirio
En 1995 la periodista y activista política Laura Restrepo sorprendió al mundo editorial con una novelita precisa y sencilla como fue Dulce Compañía. En el 2004 ganó, con Delirio, el premio Alfaguara de Novela convirtiéndose inmediatamente en una de las escritoras más reconocidas del país. Doce año después su influencia ha desaparecido y sus novelas envejecidos. Casi nadie sabe que en este momento se encuentra en una gira por Europa promocionando Pecados su colección de relatos publicado por Alfaguara.
Juan Esteban Constain: El hombre que no fue jueves
Sus relatos suelen estar protagonizados por escritores del siglo de oro español como Góngora y Quevedo. En cada relato deja claro su necesidad de ser comparado con autores del siglo XIX como Chesterton. A sus 38 año,s este payanés ha publicado sus novelas para Planeta y ahora ha empezado a firmar para Random House. Activo como columnista de El tiempo y escribiendo perfiles tan discutibles como el que le hizo recientemente a Álvaro Gómez, sus críticos dicen que por lo único que será recordado dentro de 50 años es por haber sido el niño que acompañaba a Guri-Guri en la telenovela Calamar.
Efraím Medina Reyes: Érase una vez el amor pero había que matarlo
Esteban Hincapié la publicó con el sello de su editorial, Babilonia, la misma que le publicó a Rafael Chaparro Valderrama Opio en las nubes. Después Medina, a pesar de las encarnizadas críticas sobre su obra, publicaría para Planeta Técnicas de masturbación entre Batman y Robin, reeditada por Seix Barral. Ha dirigido películas e incluso fue jurado, en el 2003, del festival de cine de Venecia acompañando a Guillermo Cabrera Infante. Su influencia en las letras colombianas es cada día menor.
Hector Abad Faciolince: El olvido que seremos Afrontémoslo, Hector Abad nunca volvió a escribir algo tan conmovedor como El olvido que seremos, un libro que logró cautivar a lectores tan exigentes como Mario Vargas Llosa. Ahora, agobiado por los compromisos editoriales adquiridos desde el 2007 con Alfuaguara se le nota que escribe afanado. Ya nadie se acuerda de El amanecer de un marido, Traiciones de la memoria ni de La oculta. Su columna de los domingos en El espectador y el desgarrador testimonio del asesinato de su padre, lo mantienen vigente