Debo confesar que esta columna la escribo con lo que pudiera llamarse enojo ciudadano. Sí. Esto, por decir lo menos, o por decir lo que estoy sintiendo de manera morigerada. Porque…, es que no hay derecho que estemos en manos de algunos funcionarios de nivel ministerial que solo les falta tumbar al mismísimo presidente. ¿Qué tal las declaraciones de la irresponsable ministra del Interior? Aquello de que “hay una presión por la implementación del acuerdo con las Farc, un acuerdo que diría en lo personal que es un acuerdo semifallido (…)”. Ciertamente burradas de este tenor en boca de la jefe de la cartera de la política alimentan el desorden, envalentonan a los enemigos y alientan a quienes creen que la aniquilación es la mejor salida. Y nosotros, los que bordamos paz qué, ¿nos sentamos pacientes a esperar a nuestro sicario de turno?
Hace unos pocos días manifesté en un tuit que nunca -ni antes ni ahora-, se ha registrado un enfrentamiento entre la fuerza pública y los paramilitares. Como tampoco jamás se ha dado una noticia que informe sobre un encuentro del ejército o la policía con las Águilas Negras. Y si ya no hay paras (dicen los más), y las Águilas Negras no existen, entonces, ¿quién está asesinando a líderes cívicos rurales, a excombatientes de las Farc reincorporados y a los que se acogen a los programas de sustitución de cultivos? Fácil contestar ¿cierto?: el Cartel de Sinaloa, los elenos, los disidentes, el Clan del Golfo o Autodefensas Gaitanistas de Colombia, o los reductos del antiguo EPL. Porque si no, ¿quién? Pues mucho me temo que esto no sea así.
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Nunca -ni antes ni ahora-, se ha registrado un enfrentamiento entre la fuerza pública y los paramilitares. Tampoco se ha dado una noticia sobre un encuentro del ejército o la policía con las Águilas Negras
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Por una parte, el ELN espera en La Habana a que se reinicien las conversaciones de paz. Por otra, el Clan del Golfo (Autodefensas Gaitanistas de Colombia), golpeó a las puertas del gobierno de Juan Manuel Santos con la intención de entregar información, armas y de poner combatientes a disposición de la justicia. De eso hay testigos. La dificultad no se encontró en el gobierno. Pero se dieron los obstáculos, todos muy ajenos a la administración central. Un acuerdo nacional podría revivir esa oportunidad.
Lo de Sinaloa…, claro que está ahí; es una realidad. Se trata del narcotráfico. Quién va a decir que no. Por eso en La Habana, en el Acuerdo de Paz, se pactaron el punto uno y el punto cuatro en los términos que valdría la pena que el país conociera (1- Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral. 2- Solución al problema de las drogas ilícitas). Pero decir que las matanzas graneadas que vienen sucediendo a la manera que ocurrieron los asesinatos de la Unión Patriótica son el producto de las realidades antes indicadas, es engañarnos a nosotros mismo. Luego entonces la solución no es tan obvia ni se encuentra en las sábanas.
Navegamos una funesta cultura de la guerra. Cultura difícil de desarraigar tras sesenta o más años de conflicto durante los cuales hemos puesto las armas de nuestra defensa nacional, de nuestra soberanía, a combatir al llamado en otras épocas “enemigo interno”. A nuestros propios hermanos. Hasta la función de policía se militarizó. Esto me trae a la memoria cómo un argumento que se le exponía a los alzados en armas para indicar su desfase con la historia era que hacía años había caído el muro de Berlín. La verdad -me da pena decirlo-, lo mismo hay que recordarle a ciertos mandos de nuestras fuerzas. Hay que acabar con la cultura de la guerra. Es la única manera de lograr una paz duradera y la forma de cumplir con el compromiso de “la no repetición” trazado en La Habana. Pero para esto, se requiere una política de Estado. Acabar con la cultura de la guerra requiere no solo una desintoxicación de los hombres profesionales ahí sí, de la guerra, sino del país nacional todo.
Si se comienza con la fuerza pública, se daría un efecto de demostración. Es decir, se produciría un efecto dominó. Así lo entendí desde hace años. Tanto como para recordar que desde Costa Rica, el 13 de octubre de 1998, le escribí un correo a Víctor G. Ricardo, primer Comisionado de Paz del Gobierno de Andrés Pastrana, que en alguno de sus apartes se señala:
Ciertamente las Fuerzas Armadas requieren reformas. Las que les son propias por haber culminado la guerra fría y las que han de servir para adecuarlas a los retos del siglo XXI. ¿Cuál es el papel de un joven oficial de hoy en el año 2030, cuando como general de la República deba afrontar los avatares del momento? ¿Qué podría estar sucediendo por aquellas fechas, tan cercanas como el mañana mismo, en nuestras fronteras, en nuestros mares? ¿A partir de nuestra Orinoquia y amazonia, del Bajo Calima, seremos capaces de hacer presencia universal en defensa del aire puro del mundo? ¿Los recursos naturales no renovables son hoy recursos estratégicos… A ese respecto, por ejemplo, ¿cuál debe ser el papel de nuestras Fuerzas frente al nuevo concepto de soberanía energética?
Nuestros éxitos y nuestras dolencias han llevado a que el resto del mundo fije sus ojos sobre nosotros... Sobre nuestra patria. ¿Cuál habrá de ser el papel de nuestra Fuerza Pública en el nuevo ajedrez geopolítico? Hoy una Fuerza Pública ajena a la ciencia y a la tecnología carece de espacios de participación creadora en el mundo que se avizora. Nuestra Fuerza pública necesita ingenieros, científicos, investigadores. Para marchar al lado de fuerzas extranjeras en otras latitudes en función de libertad y democracia y llevar el mensaje de una patria civilizada y en paz, la Fuerza Pública de Colombia tiene que modernizarse en todos los órdenes. Tiene que revisarse a sí misma. Abrir su corazón al mundo.
Hoy se le exige acatamiento, lealtad, obediencia, sacrificio, solidaridad con un propósito colectivo: la paz.
Pues bien: O mejor, pues mal: aquella paz no se dio. Se prosiguió ahondando la cultura de la guerra. A tal punto que logrado el acuerdo de La Habana, a una ministra de Estado, la obligación de su implementación, le parece como si estuviera este gobierno cargando un pesado un fardo; y se sigue combatiendo al “enemigo” interno.
Como diría el doctor De la Calle, “tema por desarrollar”. Por lo que le pido a la dirección de Las2Orillas me permita continuarlo a la mayor brevedad.