Saber contar una historia no tiene por qué ser suficiente (aunque ya es mucho), y miles de escritores se malogran porque saben contar una historia de muchas formas, pero no necesariamente escribiéndola. Contar una historia tiene “agudísimos problemas narrativos para construir personajes y diferenciarlos” (Asimov), de ahí que para definir qué escribir se convierte en un hecho que hay que pensar demasiado; algunos dirían que la historia fluye sola, o que esta se pesca en el ambiente, pero no, el escribir es una cosa difícil.
Hay una dimensión que ampara a quien escribe, igualmente aparecen los personajes de todo tipo, desde lisonjeros hasta incrédulos; algunos que provocan demasiada tensión, en palabras de Julio Cortázar, en donde una reflexión implícita hace que se confunda el arte, la literatura y el universo en general, para construir esa historia de la mano que trae ese fenómeno de la guerra fría, soledad, miedo y terror.
Al escribir entonces se generan efectos de intensidad, de significación, pero al mismo tiempo esa crucialidad inmersa en el pensamiento evolucionado del ser humano. Es decir, ese elemento propio que hace de la figura literaria el constructo inequívoco del nacimiento de una historia con cabeza y cola. Esto es, aquello que permite hacerlo visible, identificarlo con una línea de tiempo, pero también con un argumento de tipo social, que implique la necesidad de elegir acciones y elecciones desde lo psicológico hasta lo mundano.
Escribir también indica argumentar las excentricidades, esa trama que intuye, que hace creíble la versión del uno y del otro, que permita que esa historia sea perenne, que trascienda como lo supo hacer Borges y otros tantos del boom literario, una época de cambio continuo que generó historia y cuentos que a pesar del paso del tiempo siguen vigentes, en donde se sueña con el amor y sus cóleras, los coroneles que esperan cartas o un Makrol que despliega su vida en los mástiles de un barco, o una rayuela que se juega a perpetuidad para salvar lo que a veces es insalvable.
El escribir conlleva la actitud multidisciplinar, aquello que hace avasallador al autor, pero al mismo tiempo que lo convierte en un revolcón de lo tenebroso, de la energía, de la apatía y la entropía, dentro de la mente que es capas de anticiparse a la época bien presente, pasado o futuro; el escribir es osadía de la mano con la creatividad, como también una imaginación relacionada con la cultura y las costumbres, con la tierra y su folklore, para hablar al lector sin tapujos acerca de lo trascendente del ser humano y su permanencia en el universo a través del pensamiento, del límite del tiempo y la intelección de los espacios para formular preguntas, a veces ininteligibles acerca del cómo fue construido el texto, para que en una última pregunta antes de cerrar el libro o medio de lectura, se indague qué fue lo que dijo el escritor y qué fue lo que aprehendí para mi conocimiento y experiencia.
El ser humano por primera vez accedió al uso de las tecnologías como medio de lectura, cuando identificó esa relación entre máquina y hombre, pero lo que sí queda claro es que estas nunca reemplazarán al individuo, la capacidad de pensar es solamente dada al Homo sapiens (Harari), de ahí que las piezas del tablero están dispuestas, que la jugada insinúa un movimiento evolutivo hacia ese optimismo sensato tan necesario para la supervivencia, no solo de la especie sino de los seres vivos y el cuestionamiento que surge de todo lo anterior, como qué sigue, cuál participación y cuál rol es el que se debe desplegar para conjugar esos objetos de permanencia antes de que se apague la existencia, quién sabe por qué causas, ante la incertidumbre en la que se ha convertido el continuar siendo un ser social.
Nuestro relato termina cuando este ha tenido un carácter exploratorio y sugestivo, que gana forma dentro de esas concesiones que parece gritarnos el universo, ante lo inane de las distancias humanas. El ser humano no ha olvidado sus problemas, lo que ha olvidado es la forma de resolverlos de manera tal que implique resiliencia y cambie la forma de mirar a la familia y a la sociedad.