Actualmente, según el director de Migración Colombia, están entrando más de cinco mil venezolanos al día a territorio colombiano. Algunos van de paso hacia Ecuador o Perú, pero muchos se están quedando aquí y muchos se lanzan en viaje a Bogotá… a veces caminando durante más o menos quince días, sin zapatos ni ropa apropiada para este clima tan rudo. No pocos se vienen con niños y con mujeres embarazadas, porque dar a luz en Venezuela supone riesgo de muerte tanto para el bebé como para la madre.
La realidad de los venezolanos que están llegando a Colombia es la siguiente: No tienen ni siquiera pasaporte, que es el documento indispensable para tramitar el Permiso Especial de Permanencia (PEP) que el gobierno colombiano le ha dado a algunos venezolanos, por lo tanto no pueden trabajar a pesar que a algunos les han ofrecido trabajo, pero sin el PEP no los reciben. La mayoría han ingresado ilegalmente por las trochas, arriesgando sus vidas en ese paso, no porque estén buscando una mejor calidad de vida o mejores oportunidades, la realidad es que vienen a Colombia a sobrevivir, porque en Venezuela no pueden ni siquiera subsistir.
Vienen con la ropa que tienen, shorts y sandalias. Nada apropiado para un clima como el de Bogotá, frío, lluvioso, que a veces cambia de golpe y sale un sol inclemente que solo anticipa un nuevo aguacero.
No todos los que llegan son semianalfabetas ni todos son profesionales, hay un poco de todo, pero la mayoría es gente muy humilde, y con título o sin él, todos enfrentan el mismo problema día a día: Necesitan producir un mínimo de 20.000 pesos diarios (casi 7 dólares) para pagar la habitación donde pasan la noche. El grueso de la población migrante está viviendo en un sector de Bogotá llamado Santa Fe, famoso por ser un centro neural de drogas y prostitución. Ahí, en medio de ese ambiente hostil, están creciendo nuestros niños. Algunos han corrido con suerte y lograron obtener un cupo en un colegio, pero la mayoría de los niños no están estudiando ni tienen atención médica.
Para producir el costo de la habitación han recurrido a varias alternativas: sentarse en una calle con un bolsa de caramelos esperando que alguien les dé alguna moneda a cambio de un caramelo o de nada; otros venden mercancía con un valor concreto: mentas, maní, bolsas de basura, galletas, etc.; otros suben al transporte público a cantar. Pero todos viven con la angustia de producir al menos el costo del cuarto, y son tantos los venezolanos que están en la misma crisis que muchos se quedan sin lograr la meta, lo cual implica que al cabo de dos o tres días los sacan y les toca dormir en la calle.
Por desgracia nunca falta quien les ofrezca irse por el camino fácil, llámese robo, prostitución, alquilar a sus hijos para que otro salga a pedir, incluso les han ofrecido comprarle a los hijos. Esto lo sé porque me lo han dicho los mismos venezolanos en diferentes sectores de la ciudad.
Obviamente si se logra producir algo más de los 20.000 pesos diarios, se compra comida, si no, les toca comer lo que les regalen en la calle. Y no se puede negar que hay gente muy generosa en Colombia, porque de no ser así ellos no podrían sobrevivir. Sin embargo, no todo es techo y comida. Pese a que a algunos les han regalado ropa, la realidad es que no es suficiente tener una o dos mudas; si a eso le sumamos que el jabón, el champú y la crema dental se han convertido en un lujo para muchos, y ni hablar de detergentes para lavar la ropa, estamos ante una situación en la cual las personas comienzan a bañarse solo con agua, o si logran hacerse de un jabón les toca ponerse la misma ropa ya sudada del día anterior y quizá deban hacer lo mismo durante varios días. Esto está generando un proceso de deshumanización terrible, porque no es gente que deliberadamente haya decidido abandonarse, son personas que físicamente no tienen los medios para enfrentar su situación actual y día a día están luchando para no dejarse vencer.
A finales del año pasado comencé yendo dos veces al mes al terminal de buses en Bogotá, donde había un grupo numeroso de personas durmiendo en la calle. Una amiga venezolana me acompañaba para llevarles ropa y comida, pero para mí lo más importante era llevarles el evangelio de Jesús, porque si hay algo que necesitan con urgencia es la confianza de saber que hay una esperanza viva en Jesús.
Por razones logística no volví a Salitre, es muy lejos para alguien sin carro y no se estaba logrando el objetivo real. Así que a partir de marzo comencé llevándoles pan y ropa a aquellos que estaban cerca de los lugares que frecuento. La Fundación Restaura Colombia dona el pan y parte de la ropa que se ha entregado. Hoy se han unido más personas a esta labor, sabiendo que lo más importante que les podemos dar es el pan de vida, la palabra de Jesús, y hemos podido estar en ese momento crítico en que una mujer puede estar a punto de vender su cuerpo, o que un joven está pensando en unirse a una banda para robar en los buses, o que alguno está siendo tentado por las drogas u otros vicios.
Ser ese burro que está llevando a Jesús de Nazaret a la vida de esos seres humanos que no se habían percatado que su verdadera necesidad es espiritual, es el trabajo más hermoso y satisfactorio que he tenido en mi vida. Para mí ver un grupo de doce personas que interrumpen todo lo que estén haciendo un martes a las cinco de la tarde porque tenemos estudio bíblico en la esquina de un semáforo... realmente me conmueve y me confronta como cristiana.
Nosotros no les estamos resolviendo los problemas a nadie, pero les estamos compartiendo el camino por donde van a encontrar la verdadera fuente de vida. El sándwich de jamón y queso, la ropa que logramos conseguirles, son solo las excusas para acercarnos y decirles dónde van a tener la plenitud de su existencia.
Pero para quien el contexto espiritual no sea una motivación válida, resulta que tragedia humanitaria en Venezuela puede ser una oportunidad extraordinaria para transformar el pensamiento del venezolano. Es una tarea ardua a la que me he enfrentado en estos meses, tratando de aportar un poco de lo que tengo para cambiar la manera de pensar y actuar del venezolano; no es fácil, pero si lo hacemos bien, habrá valido la pena, pues tendremos gente renovada para la reconstrucción del país. Si no lo hacemos ahora, no importa quién asuma el poder en Miraflores, el venezolano feo volverá a destruir el país en una década.
Esta es una oportunidad extremadamente valiosa para la iglesia, pues tenemos un grupo numerosísimo de personas urgidas de oración, de palabra de Dios. Son personas que necesitan sentirse nuevamente humanos, importantes para alguien. Si la iglesia sale de los muros de los templos y va a buscar las piedras vivas para edificar la casa de Dios, estaremos cumpliendo la palabra que dice que Dios cambiará las espadas por instrumentos de arado.
Hay mucho por hacer y sé que hay mucha gente que quiere levantarse de la silla y se protagonista de este momento histórico en América latina y el mundo. Hay muchas formas de ayudar.
Se necesita ropa, mucha ropa, pantalones, zapatos deportivos, medias, chaquetas, ropa para clima frío, cobijas, etc. Y se necesitan para todas las edades, desde recién nacidos hasta ancianos. No tienen que estar en perfecto estado, pero sí esperamos que lave las cosas que piensa donar.
También se necesitan útiles escolares, no tienen que estar nuevos. Un cuaderno usado le sirve a un niño que permanece en la calle sentado al lado de los adultos que están vendiendo dulces, ese niño necesita mover su mano, necesita colores, cuadernos, libros… y de seguro en muchas casas hay muchos útiles escolares que están haciendo estorbo.
Para aquellos que ya están estabilizándose y lograron alquilar un apartamento para pagarlo mensual, necesitan utensilios de cocina, platos, vasos, cubiertos, ollas, sartenes, etc. También necesitan cobijas y sábanas, almohadas; en fin, todo lo que una casa requiere.
Y sí, también se necesita comida… pero lo que más hace falta en este momento son hombres y mujeres dispuestos a escribir su capítulo en la historia, sea laico o cristiano, hay mucho por hacer. Tenga la profesión que tenga, se necesita ayuda en muchas áreas y en muchos sectores de la ciudad.
Los mejores capítulos de la historia de la humanidad tienen a la gente común como protagonista de los cambios. Todo este desastre humanitario en Venezuela comenzó por una revolución, ha llegado la hora de comenzar otra gran revolución, transformando este episodio de la historia en la gran oportunidad para cambiar la mentalidad de América Latina.